Sus seis hijas también saben labrar y sembrar la tierra, ella misma les enseñó. Para ella y su familia estar en el campo se trata de algo íntimo y emocional
Texto y fotografía: Beatriz García
Ilustración: Saúl Estrada
10 de marzo del 2021
Zitlala
La profesora Felícitas Alejo Teyuco creció sembrando y respetando la tierra que la vio nacer, Ayotzinapa, un pueblo de Zitlala. Ahora tiene 56 años y el oficio se lo transmitió a sus seis hijas.
Desde que ella tenía cinco años, sus padres, Albina Teyuco Cabrera y Plácido Alejo Pérez, comenzaron a llevarla al campo para que aprendiera la agricultura, pero, principalmente, a que conociera la misticidad y el respeto a la tierra. En esto estriba la cosmovisión de este pueblo nahua.
Felícitas permitió conocer la intimidad de su casa, a su familia y los lazos que unen a todos con el campo.
Sus ojos se abrillantan cuando narra sus recuerdos de pequeña a lado de sus padres y sus seis hermanos y cuatro hermanas.
Plácido, su padre, ya murió, pero con él recuerda la temporada de secas, cuando fabricaba mezcal y la llevaba a cortar maguey. Trabajaba por año de dos a tres semanas recolectándolos.
Conforme Felícitas creció, sus padres le permitieron estudiar; pero fue hasta los 11 años, porque en su pueblo no había maestros. A esa edad conoció a unos profesores que llegaron a Ayotzinapa a enseñarles a leer y escribir a los niños. Luego se fundó la escuela. Fue la única de sus hermanos que estudió hasta convertirse en profesora de preescolar.
Las cosas pasaron así: después de culminar la primaria logró irse a Chilapa para continuar estudiando. Empezó la secundaria; trabajaba y vivía en la casa de una de sus profesoras. Pero aun así cuando no tenía clases, los fines de semana y vacaciones, regresaba su pueblo a labrar y sembrar la tierra.
Siempre cultivó maíz, frijol, garbanzo, calabaza y cilantro. También se encargaba de limpiar el terreno de la maleza, barbechar, cortar hoja de milpa, pelar y desgranar la mazorca, y guardar el maíz.
En el caso de doña Felícitas, su padre nunca consideró que trabajar en el campo era labor de hombres, como históricamente se ha documentado. Para él este trabajo lo podían hacer las mujeres, mientras ellos cortaban leña, acarreaban piedras y construían sus casas.
Todavía recuerda cuando junto a su hermano mayor se levantaba a las cuatro de la mañana para viajar dos horas al lugar de la siembra, para ir por hoja de milpa. Tenían que regresar antes de entrar a la escuela.
Sus labores de pequeña fueron sembrar, ir al molino, hacer tortillas, acarrear agua y estudiar.
Felícitas, después de terminar la secundaria, hizo un examen para adquirir una plaza con clave baja para dar clases. Pero continuó estudiando, hizo preparatoria y se inscribió en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN); ahí se graduó como profesora de preescolar.
La nueva familia de Felícitas
A los 23 años, la profesora se casó y se fue a vivir a la cabecera municipal de Zitlala y dejo de sembrar. Hasta el nacimiento de su cuarta hija volvió a cultivar la tierra junto a su esposo.
La actividad del campo hasta sus 56 años la sigue combinando con su profesión; la desempeña en la localidad de Atzacoaloya, Chilapa, ubicada a una hora de distancia de Zitlala. Cuando no había pandemia por la Covid-19 viajaba diario.
Ella y su familia siembran cerca de la localidad Las Trancas, también del municipio de Zitlala.
–¿Qué la hizo regresar a sembrar la tierra?, –se le pregunta.
–De cualquier manera ahí nos apoyamos con recursos económicos, sembrando y al cosechar sacamos para apoyar nuestra economía.
Sembrar la tierra también hizo posible que sus seis hijas estudiaran. Cinco son profesionistas y una estudia preparatoria.
De lo que cosecha Felícitas y su familia, una tercera parte es para autoconsumo y el resto lo venden.
El arte de sembrar
Sembrar es todo un proceso. La familia de Felícitas primero siembra el maíz y el frijol, y después de cosecharlos siembran garbanzo, cilantro y flor de cempasúchil.
–¿Usted conoce todo el proceso para sembrar?
–Desde la semilla, seleccionando la semilla.
Explicó que la semilla del maíz que se cosecha y que será usada para sembrarla en el siguiente temporal, primero se le quita la punta y la parte de abajo, segundo, cuando desgranan el maíz, guardan el olote, es decir, la espiga desgranada de la mazorca, para que a la próxima siembra “no lo tumbe el viento”. Desde su cosmovisión así evitan que el aire rompa sus elotes tiernos.
La sembradora cosecha con su familia cuatro clases de maíz: de colores, híbrido, pozolero y menudo.
En el caso de la calabaza que será usada para la siembra del siguiente temporal, la semilla se extrae del fruto y se tiende bajo el sol para secarla, pero antes de que se oculte debe guardarse, porque las estrellas y la luna no deben de ver las semillas. De lo contrario la cosecha no resultar.
Otras creencias de Felícitas es que quienes deben sembrar la semilla de calabaza son las mujeres u hombres que cuando nacieron tenían enredado su cordón umbilical en el cuello, también quienes no gatearon. Esto garantiza que las guías de calabazas den buenos frutos.
La herencia de la siembra a sus seis hijas
Todas las enseñanzas de Felícitas son herencia de sus padres. Y conforme crecieron sus seis hijas conocieron los saberes de sus abuelos para sembrar, cuidar y respetar la tierra.
Ahora cuatro de sus hijas son independientes, dos más siguen estudiando, una la carrera de la medicina y otra la preparatoria.
–¿Cómo era una jornada en el campo al lado de sus seis hijas?
–No metíamos peones, solamente íbamos en las mañanitas o en las tardes, porque estaba fuerte el sol. Sólo cuando era trabajo pesado sí alquilábamos peones.
–¿Alguna vez hubo conflictos con su esposo?
–No. Al contrario, él se siente orgulloso de las mujeres, porque ellas pueden, hasta en ocasiones ellas fumigan (la siembra).
Sus hijas aprendieron a sembrar, abonar la tierra y cosechar. Enseñanzas que también está transmitiendo a sus nietos.
–¿Alguna vez pensó que hacía más trabajo que su esposo? Usted además de cultivar la tierra se hace cargo de la casa.
–Como tenemos muchas actividades. Tenemos los marranos, él se encarga de ellos, de los pollos.
Para Felícitas, su esposo y sus hijas estar en el campo en realidad no es trabajo, se trata de algo más íntimo y emocional, es convivir con la tierra.
El día que Felícitas deje de sembrar será cuando hereden las tierras a sus hijas. La condición cuando eso ocurra es que esas tierras deben sembrarse y cosecharse.
Contenido patrocinado por la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas
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