Texto: Vania Pigeonutt
Fotografía: Scarlett Arias
Chilpancingo
La casa de Engra Wences era una congregación de señoras que esperaban turno para ser medidas. Todas ellas, después de varias visitas, salían con un vestido único, hecho con los diseños y costuras más exclusivos. Aguja, tijeras, hilo, cinta métrica, siempre a la vista.
En aquella casa, en 1957, Engra tuvo a su primer hija, Norma Araceli Arias Wences, de signo sagitario, quien llevó a Chilpancingo la tradición de alta costura de su mamá, famosa en Tierra Caliente por sus sofisticadas telas de moda.
Cuando Norma cumplió 14 años, Engra le hizo la advertencia que sería determinante para su oficio de modista:
“‘Yo ya tengo mucho trabajo y ustedes quieren estrenar para cada fiesta–ella y Chayito su hermana menor–’. Y nos dijo: ‘yo les voy a cortar sus vestidos y ustedes se los van a hacer’. Yo le dije que sí; a mi hermana no le gustaba coser”, cuenta Norma después de regresar de su rutina de ejercicios de la Unidad Deportiva Chilpancingo, antes CREA.
Fue de este modo que Norma comenzó a entender que para coser bien, el patronaje, la silueta de las prendas, era la base de todo. Aprendió desde esa edad que la confección de una falda empieza con la imaginación: siempre pensando en quién la portaría.
“A lo largo de mi vida en Chilpancingo he tenido grandes alumnos que ahora son grandes diseñadores. Como mi hijo Edwin, él fue de los primeros que le enseñé. Él empezaba a transformar los pantalones en faldas para sus hermanas, él también se transformaba su ropa. La máquina la vio en la casa”.
Norma considera que con sus diseños, trazos y costuras deja un legado, que en su casa continuó Edwin.
“Mucho tiempo fui doña Norma y ahora la mamá de Edwin”
Edwin es su hijo mayor, tiene 44 años. Es un diseñador, cuya especialidad son las camisas de hombres elaboradas con la misma mística de trabajo de su mamá, pero con la peculiaridad de que sus diseños y estampados rompen el estilo tradicional que caracteriza el sello de Normita, como mucha gente la conoce.
La marca de Edwin, Chingona García está en España, pero de México y Guerrero, siempre hay una influencia en su costura.
“Yo les digo qué telas comprar. Ahorita con esto de la pandemia hay muchas tiendas que venden en línea, ya les digo, cómprate de esta tela, te va a quedar muy bien. Si hay diferentes tules, hasta los que te valen 30 pesos, a los que te valen 300 el metro, pero ya es un tul muy fino, para novia. Es lo que me admira a mí, qué bonito que todavía puedo disfrutar eso”, dice Norma en la charla.
Le da mucha alegría que sus enseñanzas trasciendan en el tiempo y en las ideas de muchos diseñadores, sobre todo se siente muy feliz porque su hijo llevó este estilo y tradición del otro lado del mundo, a kilómetros de casa, pero siempre llevándose algo del corazón de su hogar.
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En una tarde de trabajo a Norma la acompaña el jazz de Nat King Cole, siempre hay música: siente cierta conexión y musicalidad entre lo que oye y su trabajo: trazar, cortar, coser. En primavera hay jacarandas, algunas veces están sus hijas Valeria y Scarlett. Su casa también es taller y centro de creaciones.
Podría terminar un vestido escuchando Love.
[L is for the way you look at me
O is for the only one I see
V is very, very extraordinary
E is even more than anyone that you adore can
Love is all that I can give to you
Love is more than just a game for two
Two in love can make it
Take my heart and, please, don’t break it
Love was made for me and you]
Es una mujer muy amorosa, comprometida y entregada no sólo a los buenos trazos y cortes, también a su familia y a los lazos que crea a través de la costura con sus clientas, amigas y decenas de mujeres que recobran la alegría al vestirse con vestidos pensados para ellas.
Este viernes 5 de febrero de la entrevista, se cumple casi un año de la pandemia de Covid-19 en México y Norma agradece a la vida, a dios y al universo por seguir cosiendo. Las limitaciones de bioseguridad obligan a que la comunicación sea por teléfono.
Norma amando el legado calentano
50 años es medio siglo, son 18, 250 días en los que Norma ha estado frente a una máquina, midiendo y cortando telas, imaginando a mujeres desfilar, participando en sus propios desfiles de modas, como los organizados por la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción en Chilpancingo.
Vestidos de niñas, con bordados de mujeres amuzgas de la Costa Chica, trajes de gala de esposas de ex gobernadores, diputadas, presidentas municipales, señoritas flores de Noche Buena, niñas que cumplirán tres años o 15, que tendrán su primera comunión, su presentación, graduación, o quienes serán damas, novias o invitadas. Para todas ha creado. Incluso algunas camisas para hombres.
–¿Cómo empieza la alta costura de Norma Arias?
–Aprendí a coser por mi mamá, ella fue una gran costurera de Ciudad Altamirano y siempre, siempre, siempre tuvo mucha gente de los alrededores. Las señoras llegaban a su casa a que les hicieran ropa, era muy bendecida en su trabajo, ya que de allí se hizo sus dos casas.
Cuando nosotros estábamos grandes nos mandó a estudiar a Morelia. Yo estudié hasta segundo año de odontología y mi hermana estudió en un colegio particular, Plancarte, Trabajo Social. Que yo recuerde ella nunca descansaba (mamá Engracia), siempre se la pasaba trabajando y en tiempo de vacaciones, que eran los dos meses de julio y agosto, nos llevaba de vacaciones a México o a otro lado.
En esa época es en la que uno anda de fiestas con compañeros de secundaria. Ella me hizo mi vestido de 15 años.
Norma Arias recuerda a su mamá dedicada a la costura. Dejó su legado en mucha gente. Confiesa que ella no sabía nada del Internet y fue hasta que su hija Scarlett, una periodista amante de la buena fotografía, la ayudó a crear su propia página de Facebook donde sube las fotos que más lucen sus diseños.
“Me ayudó a salir de la depresión, acababa de morir mi hermana (2016), era un año más chica que yo. Mi mamá nos crió solita, porque mi papá se fue de bracero (inmigrante), todavía no nacía mi hermana. Entonces ella solita nos crió, la mamá de mi mamá y la hermana de mi mamá nos cuidaban”, relata.
Así la vida de Norma estuvo fuertemente influenciada por las mujeres de su vida y forjó un carácter fuerte. Luego tuvo dos hijas.
Recuerda a su bisabuela como una mujer enérgica, estricta. “Era de las abuelitas que con una sola mirada ya entendíamos. Mi mamá nos hacía una seña con los ojos, si tenía visita no tenías que estar allí”.
Su familia de puras mujeres la ayudó a sentirse protegida. Dice que vivió varias injusticias que la hicieron afianzarse más al respeto por su mamá, abuela, bisabuela y tía. Cuando el esposo de su tía la dejó porque su última hija nació mujer y él sólo quería hombres, por ejemplo.
“Las mujeres de mi vida han sido mi pilar. Estoy muy influenciada. Yo en algún momento ayudé a alguien a hacer campaña, les enseñaba a coser a algunas gentes. Les llevaba unos pedazos de tela, les enseñaba a hacer sus blusas sencillas, sus faldas, les llevaba su papel de china: ‘aquí tienes tu patrón y ya te vas a poder hacer tu falda’. De alguna manera sentía que contribuía a que las mujeres aprendieran”, narra.
A esas mujeres les enseñaba a cambiar cierres, les ayudaba a cortar sus vestidos y sí tenía alumnas, pero también alumnos hombres, como Edwin su hijo.
Dice que su máquina llegó cuando se casó. “Un año antes de que naciera mi hijo. Es una máquina Singer de 1976. Esa máquina me la compraron, venía incluida con los muebles del hogar cuando me casé. El comedor, sala, cocina, estufa, refrigerador y mi marido también”.
De esa época recuerda que llegó a hacer varias camisas a muchos de los amigos de su esposo, un ingeniero que impuso moda, porque en ese entonces que ella empezó a trabajar en Chilpancingo–los 70´s–, se utilizaban camisas vaqueras.
“Había un señor que ponía broches de máquina, y sus amigos le decían: ‘¿dónde te compraste tu camisa?‘, ‘me la hizo mi esposa’. Luego de boca en boca todo el mundo fue llegando. Me mandaron a hacer camisas: ‘no me querrá hacer algo tu esposa’”.
La alta costura de Norma Arias
Si bien su tradición de costura se remonta a la Tierra Caliente. Ahora piensa en toda la evolución de la alta costura de la que también forma parte. La define como la creación de prendas exclusivas a la medida de sus clientas. Todo hecho de la forma más artesanal, con diseños exclusivos y telas de altísima calidad, tal como lo aprendió.
“Mi mamá cosía de una manera tan bonita. En algún día vivimos en Tijuana, siguiendo al famoso papá, mi mamá lo hacía todo a mano, todo bien hecho, aún guardo por ahí alguna servilleta o pañuelo cosido a máquina. A ella le enseñó a trabajar una refugiada española. Son de los que llegaron a vivir a Tierra Caliente”, cuenta.
Recuerda de su infancia en los 50´s, cuando mucha gente refugiada española llegó a vivir a Tierra Caliente, en Placeres del Oro, una comunidad del vecino Estado de México. Recuerda a mucha gente blanca, alta, “como en la costa hay morenos allá había muchos güeros”.
A su mamá la enseñaron bien, ella le enseñó bien a ella y ella transmite lo que sabe como un legado, porque: “¿Para qué me voy a guardar mis secretos? Todo lo que voy aprendiendo para qué guardármelo”.
–¿Qué es lo que más le ha impresionado en esta tradición de décadas de alta costura?
–Toda la transformación que hay desde telas, máquinas, desde las tijeras, los escogedores, alfileres, es muy bonito estar viendo. A veces me toca ver películas antiguas donde se trabaja de moda y nunca te falta la cinta métrica, alfileres y tijeras, la aguja de mano, súper bonito es ver cómo trabajan.
Cada cuerpo es dueño de su propio vestido. “Tiene uno que ver el cuerpo de la persona, para saber que esto te va a quedar, esto no te va a quedar: si tienes mucho busto, si tienes mucho busto y poca cintura, si no estás alta, hay que ver, si eres cortita y tienes el vestido cortito y estás un poco llenita no te va a quedar un vestido corto”.
Siempre les dice a sus clientas que es lo que más les queda a sus cuerpo, porque Norma confeccionada a la medida de cada mujer. “Lo mido como tres veces para ajustar, pero les queda perfecto al cuerpo”.
Su trabajo empodera a otras mujeres, seguirá cosiendo para ellas
Uno de los vestidos que más recuerda es el que hizo para una graduación de secundaria. Fue para la hija de una clienta. «Ese vestido lo hice de gasa en cuatro tonos que iban del ibory al palo de rosa; el talle era de cordones forrados de cintas cortadas al bies. Me sirvió mucho, porque fue uno de mis propios retos en la costura”, eso fue entre 1995 y 1996.
Ese diseño fue modelado en su segundo desfile en sede de la CMIC en Chilpancingo en 2018.
Otro vestido reciente es el que hizo de una niña con un cinturón de flores. Mandó a comprar la tela a Ensenada, Baja California. Era de una niña que su mamá decidió hacerle una sesión de fotos, en lugar de fiesta por la pandemia de la Covid–19. Este diseño de puede apreciar en su página de Facebook.
–¿Cómo le afectó la pandemia?
–Lo que me ha hecho dejar de trabajar para mí mucho tiempo es la pandemia. No trabajé como unos seis meses, no trabajé cuando no se podía conseguir ni alcohol, ni gel, los cubrebocas yo me los hacía, pero se escaseó en un momento todo.
Dice que se postergaron eventos de bodas, donde haría los vestidos para las damas de honor, para novias. Apenas este febrero está remontando el ritmo.
Ahora tiene en la entrada lo mismo que la gente en negocios de comida y otros giros: gel antibacterial y desinfectante.
“Me encanta y me siento satisfecha, quisiera estarlas viendo cuando ellas se lo va a poner (sus vestidos), cuando lo va a lucir, por eso hasta ahora me fijo en las fotografías… Se los veo a ellas, me lo imagino desde antes de hacerlo, cómo lo voy a trabajar, cómo lo voy a cortar”, dice.
Desde el 68 empezó a coser. Primero a hacer los hot pants–pantalones muy cortos–, era la época de los mini vestidos y siempre estuvo a la moda, ella y su hermana Chayito fueron de las primeras en usar los pantalones allá en Ciudad Altamirano.
Siempre las mejores telas, imponiendo moda con telas bonitas y haciéndose de todo tipo de vestidos. Seguirá con sus chaquiras, vestidos frescos, coloridos, para climas cálidos, fríos, todos los vestidos que pueda imaginar, puede crear.
Norma seguirá porque su trabajo empodera a otras mujeres. No sólo a la hora de que porten hermosos diseños, sino el vínculo que hay con la creación, ese momento que define como mágico. Las mujeres pueden aprender a crear sus propios diseños, a coserlos, a hacerlos, en esa medida hay una seguridad que da la alta costura.