El presidente no dedicó en su arenga patriótica una palabra a las víctimas por COVID ni a quienes procuran la vida, como los trabajadores de la salud.
Texto: Zedryk Raziel / Animal Político
Fotografía: Cuartoscuro
16 de septiembre del 2020
Silencio, va a gritar el presidente. Dos veces consulta el reloj, segundos antes de las 11 de la noche. La banda presidencial puesta sobre el pecho, Andrés Manuel López Obrador sale al balcón central de Palacio Nacional pero no lo reciben los gritos ni el júbilo ni el llanto de sus simpatizantes, sino una inmensidad callada, el vasto Zócalo vacío de gente.
Acompañado de su esposa, la escritora Beatriz Gutiérrez, López Obrador contempla con la bandera en una mano las luces que remplazaron a las personas, impedidas para llegar por policías y militares que colocaron vallas metálicas en las calles que conducen a Palacio Nacional.
Desde el balcón, el presidente ve en los edificios públicos las caras iluminadas de los héroes de la Independencia: Hidalgo, Morelos, Josefa Ortiz, Allende, Vicario; ve la antorcha del mítico Pípila; ve el águila juarista, que es también el escudo de su partido, Morena. Pero falta aquí un símbolo: el Pueblo (con el cual todo, sin el cual nada). Tanto significan las ausencias.
Es larga la historia de los mítines de López Obrador en el Zócalo, y esta vez la pandemia le impidió reunir de nuevo a las multitudes. En 2005, cuando aún era Jefe de Gobierno, concluyó aquí la “Marcha del Silencio” en contra de su desafuero. Un año después, en este lugar, se votó a mano alzada llevar a cabo el plantón en Paseo de la Reforma para exigir el recuento de las boletas de la elección de 2006, en la que acusó fraude.
Aquí también rindió protesta López Obrador como “presidente legítimo” en noviembre de ese año: vistió una banda presidencial, juró al cargo, formó un gabinete y asignó tareas a la militancia.
En 2012, tras la elección de ese año, en la que también acusó fraude, volvió a reunir a sus bases en el Zócalo, pero ya algo había cambiado en él: sinitió que estaba viejo y derrotado, y valoró anunciar su retiro de la política, según contó en su autobiografía Esto soy. El discurso que imaginó y finalmente no dio era éste:
“Quise ser como Juárez, como Madero, como el general Cárdenas, y no pude o no quiso la gente. (…) Voy a luchar toda mi vida por mis ideales, pero ya no volveré a ser candidato a nada; me retiro como dirigente político. Y va a ser para mí un motivo de orgullo el poder decir a mis adversarios: ‘Ya ven, no soy un ambicioso vulgar, no estoy obsesionado con ser presidente’”.
No se retiró y en cambio fundó Morena, el partido que lo llevó a la presidencia en 2018. La noche del 1 de julio, tras la elección triunfal, sus simpatizantes reventaron el Zócalo para cantarle: “¡Sí-se-pudo! ¡Sí-se-pudo!”; también: “¡Es un honor estar con Obrador!”. El Grito de 2019 supuso un referendo por aclamación de su primer año de gobierno, el grito que le respondía desde el abajo hacia el balcón: “¡No estás solo, no estás solo, no estás solo!”.
Esta noche no se escuchó nada de esto allá afuera. Nadie le recordó que no está solo. Significan tanto las ausencias. Esto también ha quedado claro entre las familias rotas por la epidemia de COVID o por la epidemia de violencia. No dedicó el presidente a las víctimas una palabra en su arenga patriótica, ni a quienes procuran la vida, como los trabajadores de la salud o a las personas que defienden los derechos humanos.
López Obrador rompió el silencio. Gritó vivas al amor al prójimo, a la fraternidad universal y a la esperanza en el porvenir. Gritó tres veces que viva México. Hizo sonar la Campana de Dolores. Cantó el Himno Nacional. Escuchó música regional y vio un espectáculo de fuegos artificiales. Cuando calló todo ese ruido, se marchó del balcón, otra vez envuelto en el silencio.
Este texto fue elaborado por el equipo de Animal Político y lo reproducimos con su autorización.