Texto: Jesús Guerrero
Fotografía: Amapola Periodismo
8 de abril del 2020
¡Bolillo!, ¡bolillo!, grita el panadero Roberto Mendez Mayoral. A menos de un metro, frente a él, está la valla metálica que rodea los más de 800 metros cuadrados de la plaza Primer Congreso de Anáhuac, cerrada como medida preventiva por la nueva pandemia: el coronavirus (Covid–19).
Se escuchan el canto de las palomas revoloteando en círculos a lo largo de este zócalo. Estas aves no tienen quien les riegue alpiste para que coman. No se escuchan los gritos de los niños que juegan y que son vigilados por sus padres.
Tampoco los gritos de la gente que vende helados, chicharrones, palomitas, periódicos o las canciones de los artistas callejeros. Los lustradores de calzado no están.
Desde hace una semana, el grupo de payasos que deleita todas las tardes a niños y adultos frente al kiosco suspendieron las funciones. En otro tiempo, no estos del Covid-19, la plaza sería bullicio, risas, charlas. Este lunes suena el silencio.
Más de cien personas que vendían en el zócalo y obtenían aquí su sustento familiar se quedaron sin trabajo por las medidas decretadas a nivel federal en la fase II de la contingencia sanitaria: lo más recomendable ha sido quedarse en casa. La mayoría no puede acatar la medida, viven del comercio informal como los vendedores que daban vida al zócalo.
Una veintena de personas que se dedican a vender antojitos afuera de la plaza siguen con sus ventas, las autoridades municipales consideraron como puestos esenciales, debido a que son de alimentos, pero casi no hay gente que esté comprándoles.
Son las 11 de la mañana y Roberto Méndez Mayoral ha vendido 50 bolillos de los cien que trajo en su canasto. En otras fechas a esta hora ya no tendría.
La última vez que Roberto vendió 200 bolillos fue hace diez días cuando la gente todavía salía a las calles desde muy temprano.
Desde hace seis, decidió echar cien bolillos a su canasto, porque le cuesta mucho trabajo venderlos todos.
A Roberto le pagan 70 pesos diarios por vender el bolillo y su horario es de siete a once y media de la mañana de los siete días de la semana.
Dice que afortunadamente él no es casado pero sí tiene que darle una parte de su dinero a sus padres con quienes vive en la colonia del PRD.
«Dicen que se pondrá más feo por esa pandemia y pues la verdad también tengo mucho miedo», dice Roberto. Sortea la posibilidad de no venir en próximos días al zócalo.
Cierre de la plaza afecta pagos y burocracia
El cierre de la plaza también afectó al ayuntamiento que dejó de percibir el pago de derecho de piso de los más de cien vendedores. Tampoco hay otro tipo de recaudación presencial.
El pago que hace cada uno de ellos a los inspectores de Gobernación municipal depende de los productos que vendan, cuentan los vendedores.
Por ejemplo el bolillero Roberto Méndez paga cien pesos cada semana.
Otros pagan diez pesos diarios como es el caso de la señora María Gómez Adame quien vende fruta seca en la calle República del Salvador, a unos cien metros del zócalo.
Los inspectores de Gobernación municipal extienden un pequeño recibo por el pago, pero los vendedores ambulantes ignoran si ese dinero que dan llega a la Tesorería del ayuntamiento o a los bolsillos de algún funcionario.
María Gómez Adame, quien vive en la comunidad de Cuatomatitlán, del municipio de Mochitlán, señala que ella y su esposo venden fruta seca cerca del zócalo.
«Yo me levanto todos los días a las seis de la mañana para venirme a Chilpancingo y vender aquí», cuenta la mujer quien tiene dos hijas. Porta un chiquihuite (canasto de palma) repleto de huamuchil para vender. Un bote repleto de esta fruta cuesta 15 pesos.
Con estas vainas al día gana 150 pesos, de los cuales 62 pesos son su pasaje para ir y regresar a su pueblo ubicado a media hora de distancia de la capital.
Con lo que gana ella y su marido, sacan para comer a medias.
«Pero ahora con este problema (de la pandemia) y el cierre del zócalo lo más seguro es de que ya no vendremos a Chilpancingo», narra.
La campesina menciona que ella ha escuchado por las noticias que el covid-19 ha matado a mucha gente y que en México puede ocurrir como en China o Italia.
Por fortuna en su pueblo ninguna persona se ha enfermado por este virus. Pero confiesa que ella y su familia tienen mucho miedo.
«Dicen que esto es peor que una guerra mundial», suelta.
El ayuntamiento dejó algunos espacios libres en la plaza para que la gente ingrese a las sucursales bancarias, a una tienda de conveniencia, a un negocio de comida rápida y a dos cafeterías locales.
El catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), Duval Reyes, es el único cliente de una cafetería que está a unos 20 metros de la valla metálica que cubre el zócalo. Saborea un café y fuma cigarrillo.
«Lo bueno de esto es de que uno puede fumar tranquilamente porque a nadie le molesta el humo», dice el maestro universitario.
Recuerda que es la primera vez que esta plaza central está cerrada.
Zócalo de muchas luchas
Este zócalo es un lugar emblemático de las luchas que han realizando las organizaciones sociales encabezadas por líderes de izquierda.
En la década de los setentas fue el lugar desde el cual se exigió la presentación con vida de los desaparecidos por la guerra sucia.
También ha habido actos de diferentes políticos de la izquierda como Valentín Campa o el profesor Othón Salazar.
En 1988, el entonces candidato a la presidencia por el Frente Democrático Nacional (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas, llenó la plaza en un mitin a las once de la noche.
También en esta plancha se movilizaron las organizaciones sociales para exigir la salida del entonces gobernador priísta Rubén Figueroa Alcocer por su responsabilidad en la masacre de los 17 campesinos en el vado de Aguas Blancas en 1995, que derivó en su destitución en marzo del siguiente año.
En el 2014, tras la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en Iguala, la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (Ceteg) cerró esta plaza e instaló aquí su centro de operaciones en donde definía las movilizaciones que duraron más de diez meses.
Incluso formaron una valla para que entraran armados integrantes de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC). Esta foto es emblemática: policías de la CRAC, frente al monumento del máximo prócer guerrerense, Vicente Guerrero Saldaña.
En Chilpancingo, esta plaza es una de los pocos espacios que es también utilizada por la gente como un lugar de esparcimiento y de vez en cuando las autoridades llevan a cabo actos culturales.
Por la emergencia sanitaria del covid-19, también cerraron los pocos espacios deportivos.
Otro de los atractivos de esta capital, son las pozolerías, pero la mayoría de éstas ya están cerradas.
Muchos bares y cantinas permanecen abiertos a pesar de que desde el viernes ordenó el alcalde perredista Antonio Gaspar Beltrán su cierre. Varios de estos negocios son operados por la delincuencia organizada.
El inicio de semana vino acompañado de protestas: un grupo de vendedores con diferentes discapacidades cerraron la avenida Juan N. Álvarez.
El invidente Silvestre Rodríguez, líder de este grupo que venden en el zócalo, expone que si el coronavirus no los ha matado, sí van a morir de hambre.