Ese junio del 2014, a sus 23 años, tenía como destino Tecate, donde vería a quienes lo cruzarían a Estados Unidos para trabajar en las huertas de naranja. Estaba en el último tramo de su viaje, cuando fue succionado por el torbellino de aire que genera la bestia a su paso por las vías férreas.
Texto: Marlén Castro
Fotografia: Oscar Guerrero
10 de diciembre del 2019
La bestia fue invisible. Gaudencio de la Cruz Perfecto no alcanzó a verla. Sólo sintió que lo jalaban, que era arrastrado cual si fuera un muñeco de trapo, sin voluntad.
Segundos después veía a la gente a su alrededor. Estaban parados en torno suyo. La bestia le había arrancado parte de su cuerpo. Se había llevado su pierna y su brazo derecho. Perdió el sentido.
Gaudencio es de Ayahualulco, municipio de Chilapa, de la región Montaña baja de Guerrero, en donde predomina la migración al llamado Norte. La bestia es el tren al que se montan miles de migrantes, sobre todo de los países de Centroamérica, que buscan llegar a Estados Unidos. La bestia, también conocido como el tren de la muerte, es una red de trenes de carga de combustible y diversos materiales de insumo que atraviesa el país de sur a norte.
De acuerdo con estimaciones del Instituto Nacional de Migración, medio millón de personas se trepan a la bestia cada año. Muchos mueren. Por eso los mismos migrantes le pusieron el tren de la muerte.
Ese junio del 2014, Gaudencio de la Cruz, de 23 años, tenía como destino Tecate, ahí vería a quienes lo cruzarían a Estados Unidos para trabajar en las huertas de naranja. Estaba en el último tramo de su viaje, en Mexicali, cuando fue succionado por el torbellino de aire que genera la bestia a su paso por las vías férreas.
Unos segundos de distracción fueron suficientes para arruinarle la vida, de por sí vivida con penuria en Ayahualulco, donde hay siembra de maíz y frijol para la sobrevivencia y la única fuente posible de trabajo es la elaboración de artesanías. La dedicación de toda una familia a esta actividad apenas les aporta alrededor de 300 pesos semanales.
“Iba a buscarme la vida”, expresa Gaudencio en voz muy baja, casi inaudible, está sentado en el único lugar que eso es posible, una silla de ruedas. El muñón de la mano derecha arrancada por la bestia está a la vista. De la pierna ni siquiera eso quedó. En el accidente perdió también la mitad de la cadera.
Gaudencio era el único sostén de su casa. El único hijo de Paula Perfecto. Se empleaba en Ayahualulco en muchas cosas para llevar algo de comida y Paula hacía canastos de carrizo y de palma. La figura paterna está ausente. No hablan de él.
Ese junio del 2014, Gaudencio comunicó a Paula que ya no aguantaba más, que se iba ir a Estados Unidos, que había conseguido dinero para cruzar.
“Yo no quería que se fuera, no me consultó sólo me dijo que se iba”, cuenta Paula.
Dos semanas y media después de que Gaudencio se fue recibió una llamada en la caseta de Ayahualulco. Nunca antes la habían requerido para nada. La noticia ha sido la información más triste que ha recibido. Su hijo estaba en Mexicali, hospitalizado, en mal estado de salud. Debía ir para estar con él mientras se recuperaba y traerlo de vuelta.
Paula nunca había salido de Ayahualulco. Tampoco tenía dinero para hacer ese viaje. Juntar lo suficiente para irse le llevó algo de tiempo. Recibía de 100 ó 50 pesos como apoyo. Una diputada del PRI, no se acordó quien, después de ir a verla varias veces, le dio 1,500 pesos. Sin saber si era suficiente para llegar a Mexicali se fue para estar con su hijo.
Gaudencio se distrajo unos momentos. Los migrantes esperaban el paso de la bestia. No había tomado agua y tenía hambre. Había una tienda de autoservicio cerca ¿Qué tanto podía llevarle ir por el agua y regresar? Pensó que sería rápido. Entró a la tienda y salió con una bolsa de plástico con las cosas dentro. Dejó de ver las vías, quizá se acercó demasiado. No se acuerda qué hacía exactamente, quizá contar el cambio, o abría la botella de agua, cuando una fuerza lo jaló.
Paula, su madre, es una mujer de baja estatura, muy delgada. Gaudencio también es de poca masa corpulenta. Con la mitad de su cuerpo cercenado, su figura quedó diminuta.
Gaudencio quiere hacerse cargo de sus gastos. Su madre no puede sola. Añora recibir apoyo para tener una prótesis de brazo y pierna. Desde ese mismo 2014, el año en que desaparecieron a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Gaudencio ha visitado varias instituciones de gobierno para que le donen las prótesis que necesita.
Tiene decenas de oficios dirigidos a diferentes autoridades. Varios se los llevó al gobernador de entonces a Ángel Aguirre. Tiene peticiones a Rogelio Ortega, quien sustituyó a Aguirre luego de los hechos de Iguala, en donde desaparecieron a los estudiantes. También hay varios oficios dirigidos a diferentes instancias del gobierno de Héctor Astudillo. Al ayuntamiento de Chilapa también ha pedido ayuda, al actual alcalde Jesús Parra García y al anterior Francisco Javier García González, ambos del PRI. Nada de resultados.
El último oficio de Gaudencio es para el presidente Andrés Manuel López Obrador. Le expone su situación y las veces que ha pedido ayuda. Lo entregó el 23 de noviembre del 2019 en Chilapa, el día que el presidente visitó este municipio.
Gaudencio espera de la única manera que sin una pierna puede hacerlo: sentado. Espera, sentado.