Una niña de tres años presencia el asesinato de su padre en colonia de Chilpancingo

Texto: Marlén Castro

Foto: Especial

21 de noviembre del 2019

 

No fue una mañana violenta más. Fue la mañana en que una niña de tres años presenció el asesinato de su padre. Iba con él en la unidad 706 de la ruta CNOP-PRT. Eran las 12:30 del día cuando los vecinos de la calle principal de la colonia CNOP, en la  Sección B, escucharon los balazos.

Ana pensó que había explotado un neumático. “Se escuchó igual que cuando truena una llanta”, cuenta en la puerta de su domicilio. La razón es que nunca antes había escuchado unos balazos tan cerca.

Algunos vecinos supieron desde que escucharon las detonaciones que eran balazos y que había sido muy cerca.

Doña Oralia escuchó y se persignó inmediatamente. Dice que cuando escucha balazos piensa en sus hijos y nietos. Tiene nueve hijos y como cuarenta nietos y la mayoría vive en esta colonia del noreste de la ciudad. Cuando oyó a los vecinos decir que habían disparado a los pasajeros de una combi su piel se encrespó. Tenía sólo minutos que se había bajado de una. Pensó inmediatamente que ella podía haber venido en esa que habían atacado.

“Creo que era la que venía atrás de donde yo llegué”, cuenta mientras está pendiente del hombre que quedó asesinado dentro del transporte que, por suerte, ella no abordó.

“Estoy aquí no porque me guste el mitote. Me angustio porque tengo muchos nietos y todos usamos la combi”, justifica.

Se ve que acaba de llegar de algún lado. A diferencia de sus vecinas ella luce arreglada. La mayoría de las mujeres cargan pantalones deportivos y chancletas, vestimenta como para estar en la casa. Doña Oralia trae un mandil amarillo sobre su pantalón y blusa. Tan pronto llegó, dice, se puso el mandil para comenzar con sus quehaceres domésticos.

Antes de la noticia de este asesinato en la CNOP, con diferencia de unos 20 minutos, se supo de un ataque a balazos en el mercado Baltazar Leyva Mancilla. En ese lugar dispararon a un checador de ruta, casi bajo el puente peatonal que cruza la avenida Insurgentes. La Cruz Roja llegó pronto. En unos veinte minutos hizo presencia y se llevó al herido. Estaba vivo a pesar de sus orificios en el abdomen. Aunque más tarde moriría. Entonces se supo de otro ataque. Ahora en una colonia de la periferia, pero cerca del mercado.

El traslado fue rápido. Aunque ya había patrullas en la zona de los hechos, aún no colocaban la cinta amarilla para resguardar la escena del crimen cuando llegaron casi todos los medios que reportan estas noticias directas y que transmiten, sin preguntarse si hacen bien o mal, todo lo que está a su vista.

Lo que estaba a la vista era horrendo. El rostro de la víctima, un hombre joven, quizá de unos 27 o 28 años, estaba pegado al vidrio. Los ojos estaban abiertos. Podría verse el pánico en su cara.

La unidad del transporte público estaba estacionada bajo un almendro. Por lo que se infiere que no hubo una persecución y balacera antes del asesinato. Subía cuando ocurrió el ataque.

“Justo ahí es la parada”, explica doña Oralia. Es decir, el conductor se habría orillado para bajar a alguien y, ahí,  fue donde atacaron al papá de la niña.

La unidad no tenía ningún vidrio roto. Sobre la calle tampoco había ningún casquillo de bala. Los reporteros que cubren este tipo de información hicieron la primera conjetura. El disparo o disparos que mataron a la víctima los hizo alguien dentro de la misma unidad.  La víctima estaba a espaldas del asiento del conductor. Todavía estaba el conductor en su lugar cuando llegaron los medios. Unos policías lo bajaron y lo condujeron a una patrulla.

Entonces los policías comenzaron a colocar las cintas amarillas y retiraron a periodistas y curiosos. A la mayoría no les quedó de otra más que rodear por una calle paralela para volver al sitio por arriba. Del que se pudo apreciar poco. De este lado, un grupo de personas atendía a una niña de unos tres años de edad. Estaba quieta, paralizada, como una estatua de sal. Alguien le dio un boli (helado en bolsita) y la niña, sin la expresión que hace un niño cuando recibe un regalo así,  extendió la mano para recibirlo.

“Pobre criatura, porque una inocente niña tiene que presenciar algo así”, expresa doña Oralia y se vuelve a persignar. La niña de pantalón corto rosa, playera naranja, sandalias blancas, obedece a un policía que se vaya con él. Extiende su manita al uniformado que en la mano derecha porta un rifle de asalto y con la izquierda agarra a la niña.

A doña Oralia se le ruedan unas lágrimas. Dice que no puede evitar pensar en sus nietos. Los primeros vecinos en salir y enterarse de que los balazos habían cobrado una víctima más vieron a una niña pequeña al lado del hombre asesinado. La bajaron para que no estuviera ahí viéndolo y la tuvieron con ellos mientras llegaba la policía.

La niña camina agarrada al policía. La sube a una patrulla conducida por otro uniformado que porta también un rifle. La colocan en medio de los dos. Doña Oralia se limpia las lágrimas, otros tragan saliva. El rostro del padre sigue pegado a la ventanilla. Faltan como 30 minutos para que venga la unidad del Servicio Médico Forense (Semefo) que lo envolverá en una bolsa gris.  

 

 

 

 

 

 

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