Esta colonia estigmatizada por el crimen organizado y los feminicidios seriales tomó relevancia con la aparición del llamado ‘Monstruo’. Pero este sitio no siempre fue así y la aprehensión de Juan Carlos N tampoco terminó con los riesgos para las mujeres en la zona
Texto: Lydiette Carrión
Fotografía: Ximena Natera
Pie de Página /Alianza de Medios
27 de junio del 2019
–Por ahí fueron a tirar a la muerta. La que traía todas las manos llenas anillos y pulseras, bisutería que vendía el desgraciado aquél.
El hombre señala un terreno baldío con poca basura, que se extiende siguiendo las vías del tren. De un lado, el poniente, está la colonia Lázaro Cárdenas. Del otro lado, la Ampliación y la Jardines de Morelos. El lugar donde hallaron a la muerta es a unos 30 metros de unas cortinas de hierro, accesorias del lado Lázaro Cárdenas. Cortinas que antes contenían negocios, pero que con el tiempo y la inseguridad son usados como dormitorios por gente; nadie sabe o dice quiénes viven. Sólo saben que entran y salen.
“La muertita, sólo encontraron de aquí para arriba”, dice el hombre, señalando sus caderas. Él debe tener unos 50 años, chimuelo, correoso, trabaja ahí en el paso automovilístico que cruza las vías del tren. “Las manos las traía llenas de anillitos y bisutería, que el desgraciado aquél usaba para llevárselas”, repite.
Araceli, la mujer que va a mi lado, asiente, le da el avión. No revela que ella es la madre de la muerta, y que su hija no fue encontrada con anillos o pulseras. No fue encontrada con nada, ni ropa, o joya alguna, ni la medalla que siempre llevaba al cuello, la que ella, Araceli, le regaló con el nombre de la única hija grabado: Luz del Carmen. Eso sí, efectivamente, los restos no tenían piernas. Las piernas fue un tema de larga discusión con los peritos en aquel entonces, antes de que detuvieran al mal llamado Monstruo de Ecatepec en octubre de 2018, y éste declarara que “se comió las piernas”.
Luz del Carmen tenía 13 años cuando desapareció en abril de 2012. En julio de 2013, sus restos fueron hallados. En ese entonces, los peritos le calcularon una edad de más de 20 años, consignaron una cirugía de muelas del juicio que jamás ocurrió, y establecieron el momento de la muerte entre mayo y junio de 2013.
El momento de muerte, tras años y años de análisis periciales independientes, está establecido entre abril de 2012 y mayo de 2013. En otras palabras: no se sabe.
Las manos llenas de anillos.
Araceli asiente, y camina. No se inmuta frente a la leyenda urbana que ya permea la Jardines de Morelos. Por casualidad o destino, un auto cruza en esos momentos las vías del tren. Ella y el piloto se saludan. En el coche va el padre de una de las chicas desaparecidas que ahora se atribuye al Monstruo de Ecatepec. A diferencia de Araceli, este hombre no ha hallado a su hija, ni viva ni muerta.
Los familiares, las amigas, las parejas, los hijos de las desaparecidas en la zona siguen viviendo aquí, en Jardines de Morelos.
Del lado oriente de las vías, unas jóvenes pasan la tarde atendiendo un pequeño puesto callejero: productos de papelerías, baratijas. Se les pregunta sobre el terreno frente a ellas y los restos hallados.
–¿Cuál? Es que han venido a tirar tantos…
–Una de las víctimas del Monstruo…
Las jóvenes miran el terreno. Sí. Se acuerdan, vagamente. Pero es que han pasado tantos. Mujeres y hombres. La última vez incendiaron un auto entero con cuerpos adentro. Ahí, en el mismo lugar. Lo dejaron ardiendo. La policía tardó en llegar. Esto ocurrió hace dos años, recuerdan.
–Y ustedes como mujeres, ¿no les da miedo?
Los rostros de las jóvenes permanecen impávidos, no muestran emoción.
–Te acostumbras–, responde una.
–Eso no va cambiar; así que te acostumbras–, dice otra.
Una de ellas narra cómo va a la universidad –repite varias veces que va a la universidad– y cómo es que, a pesar de que ya tiene 19 años, todas las noches sus padres la esperan en la cuadra donde la deja el transporte público. Narra todas las odiseas que las mujeres de Ecatepec han implementado para vivir en un municipio famoso por los asesinatos y desapariciones de mujeres; especialmente jóvenes; chicas como ella.
–Esto no cambiará–, repite la joven.
***
Bessel Van Der Kolk es un médico psiquiatra que ha dedicado décadas enteras al estudio del trauma en la infancia y el síndrome de estrés postraumático.
Una de sus primeras aproximaciones, en los años setenta, fue con un grupo de veteranos de Vietnam en Estados Unidos, quienes no lograban regresar a la “normalidad” después de la guerra. Tenían estallidos de ira a la menor provocación, pensamientos o imágenes intrusivas. Pero las características más incapacitantes eran que vivían la vida en un estado de permanente insensibilidad. Por más que lo intentaban, ya no lograban sentir amor por sus esposas e hijos. Ello a pesar de que antes de la guerra eran afectuosos. Ahora eran incapaces de amar.
El psiquiatra enlista una serie de síntomas más, como la sensación de no estar realmente en el presente, de percibir la vida propia como insignificante o poco valiosa, de sólo sentirse vivo al recordar las “hazañas” de la guerra. Pero un síntoma en específico hace muy difícil salir del estado permanente de trauma: el trauma destruye la capacidad de imaginar.
Van Der Kolk aplicó en los veteranos el test de Rorschach, en el que se muestra al paciente unas tarjetas con manchas de tinta. El estudio suele revelar los anhelos, los sueños compensatorios, los temores, la fabricación de soluciones. Los seres humanos, explica Van Der Kolk, somos creaturas que por naturaleza construimos significados. De ahí que, al tendernos en un prado a ver las nubes, les inventamos parecidos con botas o pájaros; y les construimos historias.
En el caso de los veteranos, ocurrían dos desenlaces. La primera era ver en las manchas de tinta únicamente las escenas de más sangrientas o más dolorosas de las que habían sido testigos: las vísceras de un compañero en batalla, piernas y brazos. Es decir, toda imagen, toda imaginación, llevaba de nuevo al origen del trauma. Vivían permanentemente en el pasado. Pero la segunda posibilidad era peor e implicaba más daño: algunos veteranos, cuando veían las tarjetas con manchas de tinta, no veían nada. Ni escenas de la guerra ni flores o miedos, o deseos. Sólo veían manchas de tinta. En otras palabras, se había extinguido en ellos la capacidad de imaginar, de crear; y con ello, la posibilidad de construir una salida a su propio dolor.
Esto no va a cambiar.
Luz
Según sus propias declaraciones, Juan Carlos N, alias El monstruo de Ecatepec, mató a Luz del Carmen, una niña de 13 años, hija de Araceli y Jorge. La mató en la misma vecindad donde ambos vivían. Ella habitaba un cuartito con sus papás, y él rentaba una accesoria que usaba como vivienda, junto a su esposa e hijito de dos años. Para mayores datos, él asegura que la mató y desmembró mientras cuidaba al hijito, quien ese día se encontraba enfermo y se quedó bajo su cuidado. Juan Carlos asegura que tres hombres le pagaron 5 mil pesos para les llevara a Luz de Carmen y cuando terminaran con ella, la matara. Después de que la agredieron, la regresaron a Juan Carlos, y éste la mató, ahí mismo en la accesoria. Eso dice él.
Según sus declaraciones, ahí también mató a otra joven en enero de 2012.
La accesoria en la que se supone Juan Carlos cometió dos feminicidios es ahora una vulcanizadora. Ya han ido peritos a rociar luminol, para ver si en el lugar alguna vez se derramó sangre humana. Dio positivo en la puerta del baño. Pero nadie sabe de quién es. Ha pasado demasiado tiempo. Luz del Carmen desapareció en 2012, sus restos fueron hallados en 2013 en las vías del tren. Araceli logró identificarla hasta 2017, y a Juan Carlos lo detuvieron en 2018. No había nada qué hacer, restos de sangre muy viejos, dicen.
A unos pasos, un parque diminuto con juegos infantiles de los años ochenta, de esos de fierro que se vuelven sartenes bajo el sol. Una madre joven camina con su hijita de unos cuatro años de edad. ¿Es la imaginación o todos caminan en estas calles un poco encorvados? Un memorial por las víctimas de Juan Carlos a unas cuantas cuadras: la lona está raída, las cruces sin mantenimiento, excremento de perro a pocos centímetros…
Podría ser cualquier colonia
–Me imaginé la Jardines de Morelos mucho más fea. ¡En realidad se parece a mi colonia!–, exclama una joven fotógrafa. Así es. Jardines de Morelos no es fea.
Hace 25 años, Jardines de Morelos no era una colonia estigmatizada por el crimen organizado y el feminicidio serial. Era un conjunto de fraccionamientos para familias de clase media que buscaban casa propia. Inició por ahí de los años ochenta, y en aquel entonces, era la única urbanización en el área. Todo lo demás alrededor eran ejidos, la laguna de Chiconautla, a la que llegaban patos y otras aves. Las calles de Jardines están trazadas con cuidado, las banquetas son amplias, los camellones también. Las calles principales son básicamente agradables, a una o dos cuadras de donde vivía Juan Carlos N.
En los ochenta, por televisión ofertaban las casas. Estos comerciales hablaban de seguridad y acceso a agua. Agua suficiente para el consumo, para regar los jardines y lavar los autos. Seguridad total.
El agua siempre fue un problema, y se ha ido acentuando, a grado tal que ahora es tema de supervivencia de los vecinos. Pero lo de la seguridad era verdad. En los ochenta, la gente solía dejar la puerta de su casa abierta; los jóvenes iban a tardeadas y fiestas a distintas secciones, y regresaban caminando, a la una, a las dos de la mañana, sin problema. Lo saben, lo recuerdan ahí jóvenes de aquel entonces, que ahora rebasan los cuarenta años.
Los niños trasgredían los límites de la colonia e iban a las orillas de la Laguna de Chiconautla. Ahí, exploraban: veían víboras y otros bichos, los patos… todo eso se fue acabando conforme la mancha urbana –“la mancha voraz”– se extendió. El área de la laguna era terreno ejidal… con las reformas de finales de los años noventa, llegaron fraccionadores y revendedores, y sobre la laguna se fueron asentando nuevas colonias…
Para los vecinos que han pasado toda su vida en Jardines de Morelos, éste es el momento en el que la inseguridad se vuelve un problema. “Empiezan a llegar gentes con muchas necesidades. Y muchas carencias. Nos empiezan a rodear. Ellos no tenían las herramientas para el derecho a una vida digna, el gobierno tampoco les da las herramientas para poder salir adelante, y si son jóvenes, lo único que pudieron hacer fue dedicarse a la delincuencia. Alrededor de unos 20 años atrás empieza a destaparse el fenómeno”, explica uno de los vecinos de quien omitimos el nombre para resguardar su integridad.
Para cuando Felipe Calderón declara la guerra contra el narcotráfico, paradójicamente en todo el país lo que prevaleció fue un boom de narcocultura. Y los jóvenes fueron seducidos por ello. Jardines de Morelos no fue la excepción. Para el 2009, “empiezan los secuestros, los robos. Ahí notamos que se disparó. Nosotros no tomamos medidas en un principio porque estábamos acostumbrados a ver por nosotros mismos… pero nos tuvimos que agrupar”.
Para 2009, 2010, había robos con violencia 3 o 4 veces al mes en las secciones. Los vecinos pactaron: si había una emergencia, todos saldrían, con palos y lo que tuvieran a la mano. El problema es que después de detener a un delincuente, cuando llamaban a la patrulla, ésta nunca llegaba. O se tardaba horas. Los delincuentes perdieron el miedo a los vecinos organizados. Mucha gente, si pudo, se fue. Otros envejecían, y no podían mantenerse de forma digna. Así que varios fraccionaron sus casas y terrenos, para rentar y de esta forma solventar gastos. Así fue como empezaron las vecindades en Jardines de Morelos. Antes casi no había; eran puros dueños. Pero para el 2005, 2006, la renta de cuartitos y espacios cambio mucho la apariencia del lugar. A esto se sumó que Jardines de Morelos, como todo Ecatepec –y todo el oriente del área metropolitana– se convirtió en botín de cárteles. Específicamente en la colonia, la pugna fue entre los Zetas y la Familia Michoacana.
Fue en ese momento que empezó lo de las desaparecidas.
Descuartizad@s
Las desapariciones de niñas, “nosotros lo atribuíamos a la ‘trata de blancas’”, explica el vecino. “Y como estaba el fenómeno de los muertos, pues había muchos descuartizados, pero casi puro varón”.
En toda la colonia se enteraban de las desapariciones porque pasaba un “chismoso” en un carrito gritando con altavoz… y de los descuartizados igual. Descabezados, desmembrados en huacales, “ejecuciones”.
El ‘Monstruo’
Este vecino atribuye la desaparición de mujeres a Juan Carlos N. Hay otros vecinos que lo atribuyen a una red. A Juan Carlos N, el Monstruo, lo conoció desde muy joven, ya que los dos crecieron ahí. “Al principio éramos muy pocos, por eso nos conocemos bien. Su mamá vivió aquí toda la vida”. Juan Carlos era un adolescente muy aislado, retraído, poco hablador. Sacó la secundaria, y como todos los demás que tenían pocas oportunidades, de pronto se quedó sin nada qué hacer ni cómo ganarse la vida. Los vecinos supieron que estuvo un par de años en el Ejército y luego se salió. Regresó a Jardines y de nuevo no hallaba trabajo. Se fue de nuevo, a Ciudad de México. Ahora, dicen que fue por eso que se metió de “sicario” en Tepito. Las habladurías aseguran que desaparecía a chicas allá, a prostitutas que no se alineaban; pero estas versiones son eso: habladurías.
Juan Carlos regresó. Esta vez con su mujer, y su hijo pequeño. Vivió un tiempo en la vecindad de Monte Altai (ahí según sus declaraciones mató a Luz del Carmen y a otra joven que hasta la fecha no ha sido localizada). Se dedicaba a recorrer los terrenos baldíos, recuperando cartón, latas, basura. Una vez detenido diría que el oficio de recolector le permitía “tapar” su verdadero oficio: el de sicario. De Monte Altai lo corrieron por robo. Se fue a Laguna de Chiconautla; regresó. Terminó en la sección Islas, de nuevo una vecindad: un edificio pintado de azul. De ahí desapareció Luz María, 13 años también, en agosto de 2013. Juan Carlos dice que él no fue.
En 2015 fueron localizados los cuerpos desmembrados de mujeres en una casa en la sección Flores. En esos años, también, hallarían otros restos de mujer cerca del canal de desagüe de la termoeléctrica…
Para octubre de 2018, cuando en los medios nacionales e internacionales se difundió la detención de Juan Carlos y su esposa, todos los ojos se posaron en Jardines. Hubo marchas, por primera vez en la existencia de la colonia, los vecinos se unían por una causa: la indignación por feminicidios tan dolorosos y brutales. Se habló de al menos 12 desapariciones de mujeres en la colonia, pero luego las familias de las víctimas se retrajeron: ¿qué vecinos eran cómplices y quiénes no? En general todas las familias sufrieron lo mismo: ¿en qué vecinos se puede confiar?
La vecindad en la que fue detenido el Monstruo en octubre de 2018 ya no está pintada de azul, sino de otro color. Un esfuerzo por parte de los vecinos de dejar de ser estigmatizados. La fotógrafa se detiene a tomar imágenes, y desde la accesoria, una mujer cierra la puerta de su negocio con gesto de hastío y dolor. ¿Hasta cuándo dejarán de venir reporteros a saciarse en la historia? Ésta es una colonia deprimida, una colonia en la que no se respira alegría.
Los esfuerzos organizativos de los vecinos se centran en tandeos para comprar pipas de agua. El servicio desde el municipio es por tandeo. De los 22 pozos del municipio, sólo funcionan ocho. Estos deben abastecer no sólo Jardines, sino todas las colonias colindantes; muchas de ellas irregulares, y que se encuentran aún más limitadas de servicios… la precariedad sigue creciendo. Pero el monstruo de Ecatepec es una herida que no cierra.
Este reportaje fue elaborado por el equipo de Pie de Página y lo reproducimos como parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie.