Jocsan y su sueño de ser trovador y compositor

Texto y foto: Andrea Mendoza

17 de abril del 2024

Chilpancingo


Jocsan Padilla Jiménez, de 25 años, comenzó su trayectoria musical cuando tenía 15; le pidió a su mamá y papá que lo inscribieran a clases de guitarra en el Casino del Estudiante, ubicado en el zócalo de la capital.

Al mismo tiempo, en Colegio de Bachilleres entró a la paraescolar de música, donde conoció a algunos amigos que al igual que él tenían el gusto por cantar y tocar instrumentos musicales.

Jocsan, como es mejor conocido en el mundo artístico, comenzó a formar un grupo junto a sus amigos, tocaban frente al McDonald’s del zócalo; Jocsan ponía el estuche de su guitarra en el piso para que la gente les pudiera aportar con alguna moneda.

Ganaban de 100 a 150 pesos por dos horas, al finalizar su pequeño concierto, Jocsan repartía el dinero a sus amigos.

Jocsan contó que ese fue su primer trabajo, donde generó sus primeros ingresos gracias a la música.

Con el paso del tiempo sus amigos fueron desistiendl de tocar en las calles, solo quedó Jocsan.

Cuando Jocsan terminó la preparatoria su mamá, papá  y amigos lo desanimaban, le preguntaron que meta seguía en su vida, Jocsan comenzó a plantearse la idea de ser músico, por el estigma del músico sin dinero que le llegaba a frustrar de vez en cuanto, las preguntas de que viviría de parte de madre, padres y amigos lo desanimaban.

¿Era mejor estudiar una carrera como derecho o alguna ingeniería? ¿Trabajar en un restaurante de mesero le daría mejor remuneración que ser músico?

Las preguntas cesaron cuando su padre habló con él y lo apoyó en sus sueños. «Mi padre me dijo, si ganas más de músico en un día que siendo mesero toda una quincena, entonces ve por lo que te gusta», comentó su padre y solo bastaron esas palabras para que Jocsan tuviera la iniciativa de dedicarse de lleno a la música.

Comenzó a cantar en bares, restaurantes y cualquier local donde dejaron visibilizar un poco de su talento.

Jocsan recuerda que su segundo sueldo fue en Pizzas Ups donde cantó algunas canciones y hubo remuneración económica.

Con su esfuerzo, Jocsan también consiguió el trabajo de maestro de música en el antiguo Casino del Estudiante, donde fue estudiante.

También comenzaron a llegar los contratos a fiestas privadas como bodas y bautizos, así como clases particulares a varios adolescentes.

Actualmente Jocsan hace sus propias canciones y las alterna en eventos para que el público escuche las canciones de su autoría. Sus canciones abordan temas variados, desde el amor de pareja hasta conceptos más serios relacionados con su existencia como ser humano.

Jocsan se distingue por una voz cálida y una guitarra bien afinada que hacen llevar la mirada y los oídos hacia donde está él.

Su próxima meta es sacar un disco con sus canciones, Jocsan espera que sea pronto para darse más visibilidad y que los chilpancinguenses lo conozcan.

Romeyno Gutiérrez: el niño que caminaba 12 horas para estudiar música y se convirtió en el primer pianista rarámuri

Romeyno Gutiérrez nació y creció en la comunidad de Batopilas, Chihuahua. Hoy es el primer pianista rarámuri que igual interpreta a Mozart que piezas de su pueblo y, en entrevista asegura que “a los chavos sí les interesa la música clásica; me la piden por Whatsapp”.


Texto: Manu Ureste

Fotografía: Animal Político

13 de octubre 2023

 

El señor güero era Romayne Wheeler, un pianista estadounidense que después de 30 años dando conciertos en Europa decidió salir de Viena, Austria, para cruzar el charco en busca de nuevas experiencias en México.

A Batopilas llegó en 1980 y se estableció para investigar la cultura, la filosofía, la danza y la música rarámuri luego de quedarse maravillado con unas fotos que vio en la revista National Geographic.

Tanto le fascinó la vida en la sierra al pianista, y tan bien encajó y fue recibido en la comunidad, que se hizo compadre de un indígena rarámuri que lo invitó a vivir en su casa y en su honor decidió ponerle su nombre raramurizado al primer hijo que tuvo: Romeyno Gutiérrez.

<<Mi padrino Romayne siempre me cuenta que cuando era bien niño me quedaba mirando por la ventana escuchando la música clásica que él tocaba, sobre todo la música de Mozart. Me llamó mucho la atención porque es una música muy alegre, como la de nosotros los rarámuris>>, explica Romeyno, en entrevista con Animal MX.

Foto: Cortesía Romeyno Gutiérrez

<<El que yo me interesara por la música clásica fue una gran sorpresa para mi padrino, que enseguida vio que yo tenía algo, que traía la música por dentro>>, dice el pianista que viste una camisa azul clara y peina para un lado el abundante pelo negro azabache que le cubre buena parte de la frente morena.

<<Y gracias a él inició mi interés en los instrumentos, especialmente en el piano, que era algo que no se conocía en la comunidad>>.

A partir de ese interés, Wheeler, nacido en California y ya aceptado en la comunidad “como un rarámuri más”, comenzó a enseñar lo básico sobre el piano a Romeyno quien, como el resto de los niños de la comunidad, alternaba la escuela con echar una mano en las labores del campo, cuidando cabras y sembrando maíz, frijol y papas, las actividades económicas más recurrentes en este municipio que, según Coneval, es una de las 10 localidades con mayor rezago social persistente en todo el país, es decir, con poco acceso a derechos sociales (como educación, acceso a servicios de salud y servicios básicos en la vivienda).

Así transcurría la vida, hasta que el pequeño Romeyno, de unos seis años, tuvo su primera presentación ante el público.

<<Recuerdo que era la época de campañas aquí en Batopilas y llegó un grupo de unas 15 personas. Mi padrino siempre tenía la costumbre de dar la bienvenida a los visitantes con un concierto. Yo estaba entre el público escuchando y cuando terminó me pidió que tocara algo. Yo era un niño muy pequeño aún y tenía harta pena. Entonces, mi padrino se volvió al público y dijo: ‘disculpen ustedes, es que el niño necesita que le den unas monedas para que se motive’>>.

Romeyno suelta una carcajada con el recuerdo y deja a la vista una amplia dentadura blanca.

<<Y pues la gente empezó a darme que dos, tres, cinco pesos, y yo les toqué mi primera pieza, que fue una muy alegre que se llama “El changuito”>>.

Captura sacada de la entrevista a Romeyno Gutiérrez. Disponible en Animal Político.

Sin embargo, el camino hasta convertirse en Romeyno Gutiérrez, el primer pianista rarámuri que da conciertos por todo México, y que recientemente estuvo en Canadá representando a Chihuahua en un certamen musical, todavía era muy largo.

Aún faltaban muchos años de alternar campo con escuela y piano, y muchos años de recorrer kilómetros a pie bajo el sol para poder estudiar la educación primaria.

Los chavos me piden mi música por whatsapp”

Una vez completados los estudios básicos, el rarámuri cuenta que fue su padrino quien lo impulsó para continuar estudiando.

Primero, la idea era ser médico; luego, ingeniero; y luego, maestro, “que era lo más común” entre los jóvenes de la comunidad. Pero Romeyno dice que siempre lo tuvo claro desde que a los cinco años se quedaba embelesado en la ventana escuchando a su padrino interpretando a Mozart: quería ser pianista.

Eso sí, le advirtieron, el camino de la música, la cultura y el arte, no es nada sencillo.

Vivir del arte es muy complicado”, subraya con el ceño algo fruncido ante la cámara. “Creo que aún no se sabe apreciar ni valorar bien la música y el arte, que no se considera como una carrera, por ejemplo, y todo esto lo hizo muy complicado para mí, aunque ya llevo 17 años dando conciertos”.

Romeyno lamenta que muchos otros compañeros con los que estudió en el Conservatorio de Música de Chihuahua no han tenido la misma suerte, ni la misma proyección, y tienen que alternar en muchos casos la música con otros trabajos para poder vivir o seguir estudiando.

Aunque cree que, a pesar de todas estas dificultades —más el añadido de que en los contextos de pobreza de las comunidades de pueblos originarios como en la que él nació y creció y que mantiene una tasa de analfabetismo de 45.5%, acceder no solo a la música sino a la educación en general es difícil—, sí hay un interés en los más jóvenes por el arte y la cultura.

“No deja de sorprenderme que después de los conciertos muchos chavos se me acercan y me preguntan: «¿me puedes pasar tu música por whatsapp?». Para mí es un gran orgullo que a la juventud le interese la música clásica y la música rarámuri que toco”, dice.

Aunque cree que, a pesar de todas estas dificultades —más el añadido de que en los contextos de pobreza de las comunidades de pueblos originarios como en la que él nació y creció y que mantiene una tasa de analfabetismo de 45.5%, acceder no solo a la música sino a la educación en general es difícil—, sí hay un interés en los más jóvenes por el arte y la cultura.

No deja de sorprenderme que después de los conciertos muchos chavos se me acercan y me preguntan: «¿me puedes pasar tu música por whatsapp?». Para mí es un gran orgullo que a la juventud le interese la música clásica y la música rarámuri que toco”, dice.

Ahora, ya con 35 años y casi dos décadas de experiencia, Romeyno se ha convertido en un referente al piano y también en un referente para los jóvenes de pueblos originarios de México, aunque, destaca, el título de Primer pianista rarámuri o Primer pianista indígena es una gran responsabilidad que a veces pesa mucho.

 

“Me siento muy orgulloso de llevar esa bandera, claro”, asegura con los ojos negros muy abiertos. “Hace poco fui a Canadá y toqué con el traje típico que vestimos en la sierra y fue algo increíble. Pero al mismo tiempo es una responsabilidad muy grande. A veces me digo: «no me lo merezco», pero prefiero dejar al público que decida si lo merezco o no. Y bueno, por ahora, al público le ha gustado mucho la música que estoy haciendo y a los jóvenes también”.

 

Precisamente, para ellos, para los más chavos, dice que el único consejo que les daría es el mismo que le años atrás dio su padrino Romayne, quien hoy tiene 81 años y aún sigue tocando el piano: nunca rendirse.

 

“En el camino siempre va a haber muchos obstáculos que nos van a impedir hacer muchas cosas, como, por ejemplo, la situación económica. Muchos pensarán: «ajá, ¿y sin dinero cómo voy a pagar mis estudios? ¿O cómo voy a estudiar música si vivo en una comunidad?». Y pues sí…”, admite encogiendo los hombros, “sé que es difícil, muy difícil. Pero mi consejo es levantarse siempre, no quedarse nunca quieto ni estancado. Porque a mí me ha pasado: yo he tenido que caminar 12 horas bajo el sol para poder estudiar y tocar el piano”.

El pianista rarámuri hace una pausa y esboza una enorme sonrisa para concluir la entrevista.

«A mí lo que me gustaría es que esos jóvenes que la tienen bien difícil digan: «bueno, pues si Romeyno, con todas esas dificultades en la sierra y viviendo en una comunidad indígena, pudo estudiar y tocar el piano, entonces yo también puedo hacerlo»”.

Cómo asistir a un concierto de Romeyno Gutiérrez, pianista rarámuri

El próximo viernes 20 de octubre, Romeyno ofrecerá un concierto de piano en Chihuahua capital y, en noviembre, está previsto que se presente en Guadalajara, Jalisco, aunque aun están pendientes las fechas.

Orquesta Raíces: un proyecto para transformar la dureza de la vida 

Músicos de México y Venezuela integran la orquesta filarmónica Raíces, un nuevo proyecto que apuesta por llevar la música clásica latina a las zonas violentas de México y transformar el tejido social. 


Texto y fotos: Isabel Briseño / Pie de Página 

27 de marzo del 2023

Ciudad de México 

 

 

Según Leonard Bernstein la música son preciosas notas y sonidos unidos de tal forma que disfrutamos al oírlos.

Un hombre de tez morena que agita los brazos y las manos de manera intensa, pareciera que hasta descontrolada, dirige con precisión a un nutrido grupo de músicos que brillan bajo los focos del teatro Isabela Corona. Todos hacen lo que el compositor y pianista norteamericano Bernstein define como música: Una combinación de sonidos reunidos de acuerdo a un plan que el resultado sea emocionante o divertido o conmovedor o interesante o todo a la vez.

Cuerdas, vientos, percusiones y metales se reunieron en la zona centro de la ciudad, venidos muchos en bicicletas o en transporte público desde las periferias para ofrecer con notas musicales diversas formas de sentir en un espacio y en un tiempo.

Edwin Mijares toca desde los 8 años de edad en una orquesta filarmónica de su país: Venezuela. Fue alumno, profesor y director de El Sistema (un programa de formación musical venezolano). Parte de la esencia de su enseñanza es el anhelo de transmitir lo que recibió desde niño.

Edwin Mijares de 44 años de edad es venezolano y radica desde hace 7 años y medio en México. Director de orquesta y fundador del proyecto Raíces. Foto: Isabel Briseño

El mexicano Jaime Elías Fernández, es timbalista de la orquesta. Jaime es enseñado en la música por sus padres, que también son músicos. Aprende desde los 5 años. Nace musicalmente en el programa hermano del sistema de Venezuela. pero en el de la Ciudad de México: Orquestas y Coros Juveniles de la Ciudad de México, donde también inició desde joven como alumno y posteriormente como profesor. Actualmente es docente de música y administrativo en la Secretaría de Educación Pública.

César Vidaguren, violinista venezolano, también se formó en El Sistema, en Venezuela . El músico llegó a Veracruz formando parte de los maestros de la orquesta Esperanza Azteca. Posteriormente se fue a Ciudad de México, donde actualmente radica.

Los tres son parte de la directiva del proyecto Raíces. Coinciden en la forma de pensar y trabajan en equipo para materializar su plan, que inspirado en sus respectivas familias, apuesta por la construcción de un mejor tejido social.

En Tultepec ambos violinistas venezolanos imparten clases para formar nuevas generaciones de músicos. Edwin en el año 2020 abre una escuela para violinistas, “eso fue otro milagro porque la academia nace en pandemia”.

Los alumnos valoran mucho el aprendizaje y eso anima a los maestros a ir hasta aquella zona, aunque tarden dos horas de viaje en llegar hasta allá. Algunos de estos alumnos forman parte de la nueva orquesta.

Para Andrea Ortiz, la violinista estadounidense Hillary Hahn, ganadora de tres premios Grammy, es una de sus inspiraciones musicales. Foto: Isabel Briseño

“La música sana heridas”

Andrea Ortiz Armenta tiene 21 años y vive en Cuautitlán Izcalli. Estudió en la escuela de Bellas Artes de Tultepec. Andrea cree que aún hacen falta más mujeres músicas que sean una inspiración. El machismo es otro aspecto al cual debe enfrentarse al dedicarse a la música.

“Es difícil encontrar un lugar en donde te sientas segura o libre al tocar, ya que en algunas orquestas en las que estuve, a las mujeres nos imponían una vestimenta específica que no dejara ver la piel. Lo que debe destacar es la música, no su cuerpo, nos decían algunos directores”.

De manera circunstancial trabaja en una orquesta de cámara en donde puede recibir entre 400 y 800 pesos por ir a tocar una hora en misas o eventos.

Para dedicarse a la música, Andrea sabe que tiene que practicar todos los días y ser capaz de enfrentar la desmotivación cuando algo no le sale, “te cuestionas si sirves para la música”.

“La música es una forma de llenarnos de muchos sentimientos para poder expresarnos con nuestros instrumentos y que el público pueda sentir lo que estamos tocando”, añade.

Su obra favorita es el concierto para violín de Tchaikovski, le provoca mucho sentimiento y es una de las primeras obras que conoció cuando aprendió a tocar. Su sueño aprender a tocarla.

La joven violinista también aspira a estudiar en la escuela de laudería en Querétaro para construir instrumentos de cuerda.

La música cura porque con tan solo leer una partitura y poder tocarla se sanan heridas. Andrea le recomienda a quienes estén interesadas en la música que se acerquen y no tengan miedo a no aprender: “A veces tenemos la mentalidad de que es muy difícil pero si hay ganas, no importa la edad para hacer lo que te llene el corazón”.

Para Valeria, tocar violín es uno de los instrumentos más difíciles de aprender debido a la precisión que requiere la mano izquierda y dedica entre 6 u 8 horas al día a su aprendizaje. Foto: Isabel Briseño

“Fácil no ha sido”

Valeria Hernández comenzó a estudiar violín desde los 12 años en una escuela privada. Actualmente tiene 19 años y radica en Tultepec, Estado de México.

Fácil no ha sido. Responde la joven a la pregunta sobre cómo ha sido su camino en la música. Su padre tiene la idea de que la música no va a dejarle nada por lo que le solicita continuar con sus estudios y concluir una licenciatura independiente a su vocación musical, pese a ello, Valeria disfruta el proceso.

Un reto que Valeria ha vivido como mujer que se abre camino en la música es el ego de algunos hombres, “muchos se sienten superiores a las mujeres y algunos me han hecho querer sentir menos”.

Para Valeria la música es el lenguaje que usa para comunicarse sin la necesidad de hablar para expresar lo que siente. También ha encontrado en las notas madurez e independencia.

Valeria recomienda a los padres y madres, no obligar a sus hijos e hijas a estudiar algo que no quieren porque solo les dificultan su camino y la felicidad.

Héctor Cervantes, trompetista originario del estado de Guerrero, integrante de la filarmónica Raíces. Foto: Isabel Briseño

La raíz de un sueño.

El mismo día en que emprendió el vuelo del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, es que comenzó a gestarse la idea de la orquesta. Una semana antes, en una página de Facebook se publicó una convocatoria. “Necesitamos músicos venezolanos para que toquen en un evento importante”, leyó la mamá de César e hizo los contactos con la embajada de Venezuela.

El 21 de marzo de 2022, doce personas se presentaron a tocar a ese evento importante y así nació la ilusión y el sueño de formar una orquesta sinfónica usando El Sistema venezolano, concebido y fundado en 1975 por el maestro y músico venezolano José Antonio Abreu para sistematizar la instrucción y la práctica colectiva e individual de la música a través de orquestas sinfónicas y coros, como instrumentos de organización social y de desarrollo humanístico.

Un sistema de formación que de acuerdo con Mijares ha funcionado en Venezuela desde el año 1975 con el dicho que tenía el maestro José Antonio Abreu: “Cambiar una pistola por un violín a los niños”. En la Ciudad de México, Orquestas y Coros Juveniles lo logró durante poco más de 3 décadas, constituido en los años ochenta logrando que varios jóvenes salieran de entornos complicados y violentos.

Una de las piezas que forman el repertorio de la orquesta Raíces es la del compositor mexicano Alejandro Sánchez titulada Fandango. Foto: Isabel Briseño

Pensar en grande

La música es movimiento, siempre va a alguna parte cambiando y fluyendo de una nota a otra. El proyecto Raíces pretende generar cambios profundos, es por eso que está formado por dos partes. La primera es la Orquesta Filarmónica que tiene como objetivo promover, exaltar y dar a conocer la música latina sinfónica.

“Hay muchos compositores latinoamericanos que han compuesto excelente obra y no se tocan, los músicos prefieren tocar Beethoven, Mozart pero a los músicos latinos los tienen olvidadísimos; inclusive algunos han muerto y nunca escucharon una de sus obras con una orquesta”, resalta el maestro Mijares.

La otra vertiente de este proyecto son los centros de formación musical para niños y jóvenes con la finalidad de crear orquestas infantiles y juveniles no solamente sinfónicas, sino también con instrumentos tradicionales. Los centros de formación apostarán por trabajar con valores y con disciplina.

“Es darles una esperanza de vida, pretendemos llevar los centros a donde hay droga, donde hay maltrato infantil, familias disfuncionales y la música se convierta en un respiro, en un lugar de reposo para ellos”.

Por ello, estos centros pretenden llegar a los lugares más populares del país así como a los barrios más peligrosos.

“La idea es que esos niños sean rescatados a través de la música, valores y la disciplina”

A través de un elemento artístico como la música se pretende sensibilizar a las juventudes e infancias ante las manifestaciones culturales del mundo, comenzar con las populares mexicanas, con las típicas mexicanas tradicionales y de ahí ir a las venezolanas, las colombianas, peruanas, alemanas para abrirles todo un panorama que les permita, aunque no se desempeñen como músicos en un futuro, tener una sensibilidad artística pero también una ante las manifestaciones y necesidades del otro.

Complejo pero no imposible que un proyecto con estas ambiciones se establezca y mantenga en un país como México. Para realizarlo, apuestan por la incorporación de la iniciativa privada para evitar depender de la temporalidad del apoyo a cuentagotas de los gobiernos.

La música educa para salir de la naturaleza violenta. Raíces pretende tratar de reconstruir el tejido social a través del trabajo musical de una comunidad y una orquesta es una gran sociedad de individuos distintos con un mismo propósito: hacer música.

Es parte de la naturaleza humana disfrutar con la música. Sentados, relajados y disfrutando notas que saltaron, chocaron, se movieron, brincando, destellando y resbalando, el público se olvidó que afuera la lluvía les esperaba, tampoco importó que al día siguiente laboraban, esos y otros problemas se olvidaron; la interpretación y la música cumplieron entonces su objetivo y la gente disfrutó.

Un concierto implica meses de preparación. Desde diciembre hasta inicios de marzo cada integrante invirtió alrededor de 200 horas en los ensayos. Foto: Isabel Briseño.

Este texto es propiedad de Pie de Página y lo reproducimos como parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Puedes leer el original en este enlace.

 

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