Aprueban presupuesto para mujeres, y luego recortan: hubo 4 mil mdp menos para igualdad en 2020

Un análisis de la Cuenta Pública ha detectado que los recortes son una constante; organizaciones urgen a revisar presupuestos para disminuir las brechas de desigualdad.


Texto: Nayeli Roldán / Animal Político

Fotografía: José Luis de la Cruz / Archivo

11 de enero de 2011

 

Aunque la Cámara de Diputados aprobó en 2020 un presupuesto de 104 mil millones de pesos para el Anexo 13, el apartado presupuestal que financia los programas para lograr la igualdad entre mujeres y hombres, la Secretaría de Hacienda le recortó 4 mil 152 millones de pesos.

Eso impactó en sectores como Salud, que tuvo 12% menos presupuesto, y entre los nueve programas dirigidos a mujeres que opera, por ejemplo, “Salud materna, sexual y reproductiva” tenía 2 mil 44 millones de pesos de presupuesto etiquetado, pero solo pudo ocupar mil 611 millones de pesos.

Además, también han desaparecido programas dirigidos exclusivamente a disminuir la brecha de desigualdad de género, entre 2018 y 2021, entre los que se encuentran el Programa de Fomento a la Economía Social, de Coinversión Social, o la sustitución de subsidiar los lugares de cuidado como las estancias infantiles por un programa de entrega directa de dinero que operaba la Secretaría de Bienestar, o la partida para investigar delitos relacionados con delincuencia organizada que ejercía la Fiscalía General de la República.

Los presupuestos, afirma la investigadora feminista de la UNAM, Patricia Rodríguez, significa la pauta económica de un gobierno. “Si un presupuesto tiene o presume de perspectiva de género tiene que visualizarse claramente en cómo está integrado, estructurado, definido”.

Por eso es que la construcción y aplicación del presupuesto es la definición de las prioridades para una administración. “Si por ejemplo, Hacienda dará 13 mil millones de dólares para salvar a Pemex que en cuanto a la producción es pésima y ha tenido pérdidas, ahí se ve claramente el reflejo de la política económica, claramente”, dice Rodríguez, investigadora del Instituto de Investigaciones de la UNAM.

La alianza Aliada, integrada por CEJIL, Colectiva Ciudad y Género, Equality Now, MIDI y Raíces, sostienen que ha hecho el análisis de la Cuenta Pública y ha detectado que los recortes son una constante, hacen un llamado a que el Anexo 13 “cumpla con el objetivo de ser presupuestos para disminuir las brechas de desigualdad y es necesario contar mecanismo para dar seguimiento al presupuesto”.


Guerrero, el más atrasado en legislación para erradicar la violencia contra mujeres y niñas: ONU mujeres


Por ello es que proponen la instalación de “mesas interinstitucionales”  porque “en este contexto de emergencia que enfrentamos por el recrudecimiento de la violencia hacia las mujeres, el aumento de feminicidios, se considera imperativo una revisión urgente de los programas presupuestarios que se incluyen en el Anexo 13 y otros que no están contenidos en él, pero que son fundamentales para garantizar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencias”.

Otros de los recortes estuvieron en “las entidades no sectorizadas” que tienen partidas específicas de género como en el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, el Instituto Nacional de las Mujeres, y que tuvieron 57%, pues de mil 356 millones de pesos de presupuesto aprobado, solo tuvo a disposición 581 millones de pesos.

La Secretaría de Economía tenía mil 926 millones de pesos, pero le recortaron 466 millones, es decir, 35% de su presupuesto, que solo opera el programa de “Apoyo al emprendedor”.

Elsa Conde, integrante de Mujeres Impulsando la Igualdad (MIDI) explica que esto se trata de un “desfinanciamiento” de la política de igualdad entre mujeres y hombres que ha sido paulatino, no solo en el actual sexenio, pero “con este último gobierno lo que vemos es que, además del desfinanciamiento se suma el desmantelamiento de las instituciones”.

Esto debido a que el 31 de diciembre de 2021, el presidente eliminó por decreto el Instituto de Desarrollo Social (Indesol) pero sin tener la certeza de cómo funcionará el principal programa que tenía a cargo llamado Apoyo a las Instancias de Mujeres en las Entidades Federativas (PAIMEF), dedicado a financiar las unidades estatales para atender a las mujeres víctimas de violencia en los estados, y el financiamiento a refugios, en un país donde ocurren 11 feminicidios cada día.

Además, no solo hay recortes en años previos, sino que los incrementos presupuestales para 2022 son mínimos, pues la mayoría oscilan entre 3.42% y 3.78%, prácticamente se trata de la inflación calculada en 3.4%. Por ejemplo, el Programa para promover la atención y prevención de la violencia contra las mujeres, que opera la Secretaría de Gobernación, tendrá 146 millones, un aumento de 3.42%, o sea, solo la inflación y el Programa de Salud materna, sexual y reproductiva tendrá 2 mil 26 millones de pesos, un incremento de 3.78%.

Aunque el Anexo 13 registró un aumento presupuestal histórico, con 75% más recursos para 2022, el aumento está concentrado en los programas sociales prioritarios de esta administración, pues 89% del presupuesto irá a Pensión para Adultos Mayores, Sembrando Vida o las becas Benito Juárez, entre otros programas sociales, mientras que las acciones dirigidas hacia las mujeres para disminuir la brecha de género tendrán menos.

SEMBRADORAS.Felícitas, la profesora que conecta emocionalmente con la tierra

Sus seis hijas también saben labrar y sembrar la tierra, ella misma les enseñó. Para ella y su familia estar en el campo se trata de algo íntimo y emocional


Texto y fotografía: Beatriz García

Ilustración: Saúl Estrada

10 de marzo del 2021

Zitlala

 

La profesora Felícitas Alejo Teyuco creció sembrando y respetando la tierra que la vio nacer, Ayotzinapa, un pueblo de Zitlala. Ahora tiene 56 años y el oficio se lo transmitió a sus seis hijas.

Desde que ella tenía cinco años, sus padres, Albina Teyuco Cabrera y Plácido Alejo Pérez, comenzaron a llevarla al campo para que aprendiera la agricultura, pero, principalmente, a que conociera la misticidad y el respeto a la tierra. En esto estriba la cosmovisión de este pueblo nahua.

Felícitas permitió conocer la intimidad de su casa, a su familia y los lazos que unen a todos con el campo.

Sus ojos se abrillantan cuando narra sus recuerdos de pequeña a lado de sus padres y sus seis hermanos y cuatro hermanas.

Plácido, su padre, ya murió, pero con él recuerda la temporada de secas, cuando fabricaba mezcal y la llevaba a cortar maguey. Trabajaba por año de dos a tres semanas recolectándolos.

Conforme Felícitas creció, sus padres le permitieron estudiar; pero fue hasta los 11 años, porque en su pueblo no había maestros. A esa edad conoció a unos profesores que llegaron a Ayotzinapa a enseñarles a leer y escribir a los niños. Luego se fundó la escuela. Fue la única de sus hermanos que estudió hasta convertirse en profesora de preescolar.

Las cosas pasaron así: después de culminar la primaria logró irse a Chilapa para continuar estudiando. Empezó la secundaria; trabajaba y vivía en la casa de una de sus profesoras. Pero aun así cuando no tenía clases, los fines de semana y vacaciones, regresaba su pueblo a labrar y sembrar la tierra.

Siempre cultivó maíz, frijol, garbanzo, calabaza y cilantro. También se encargaba de limpiar el terreno de la maleza, barbechar, cortar hoja de milpa, pelar y desgranar la mazorca, y guardar el maíz.

En el caso de doña Felícitas, su padre nunca consideró que trabajar en el campo era labor de hombres, como históricamente se ha documentado. Para él este trabajo lo podían hacer las mujeres, mientras ellos cortaban leña, acarreaban piedras y construían sus casas.

Todavía recuerda cuando junto a su hermano mayor se levantaba a las cuatro de la mañana para viajar dos horas al lugar de la siembra, para ir por hoja de milpa. Tenían que regresar antes de entrar a la escuela.

Sus labores de pequeña fueron sembrar, ir al molino, hacer tortillas, acarrear agua y estudiar.

Felícitas, después de terminar la secundaria, hizo un examen para adquirir una plaza con clave baja para dar clases. Pero continuó estudiando, hizo preparatoria y se inscribió en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN); ahí se graduó como profesora de preescolar.

La nueva familia de Felícitas

A los 23 años, la profesora se casó y se fue a vivir a la cabecera municipal de Zitlala y dejo de sembrar. Hasta el nacimiento de su cuarta hija volvió a cultivar la tierra junto a su esposo.

La actividad del campo hasta sus 56 años la sigue combinando con su profesión; la desempeña en la localidad de Atzacoaloya, Chilapa, ubicada a una hora de distancia de Zitlala. Cuando no había pandemia por la Covid-19 viajaba diario.

Ella y su familia siembran cerca de la localidad Las Trancas, también del municipio de Zitlala.

–¿Qué la hizo regresar a sembrar la tierra?, –se le pregunta.

–De cualquier manera ahí nos apoyamos con recursos económicos, sembrando y al cosechar sacamos para apoyar nuestra economía.

Sembrar la tierra también hizo posible que sus seis hijas estudiaran. Cinco son profesionistas y una estudia preparatoria.

De lo que cosecha Felícitas y su familia, una tercera parte es para autoconsumo y el resto lo venden.

El arte de sembrar

Sembrar es todo un proceso. La familia de Felícitas primero siembra el maíz y el frijol, y después de cosecharlos siembran garbanzo, cilantro y flor de cempasúchil.

–¿Usted conoce todo el proceso para sembrar?

–Desde la semilla, seleccionando la semilla.

Explicó que la semilla del maíz que se cosecha y que será usada para sembrarla en el siguiente temporal, primero se le quita la punta y la parte de abajo, segundo, cuando desgranan el maíz, guardan el olote, es decir, la espiga desgranada de la mazorca, para que a la próxima siembra “no lo tumbe el viento”. Desde su cosmovisión así evitan que el aire rompa sus elotes tiernos.

La sembradora cosecha con su familia cuatro clases de maíz: de colores, híbrido, pozolero y menudo.

En el caso de la calabaza que será usada para la siembra del siguiente temporal, la semilla se extrae del fruto y se tiende bajo el sol para secarla, pero antes de que se oculte debe guardarse, porque las estrellas y la luna no deben de ver las semillas. De lo contrario la cosecha no resultar.

Otras creencias de Felícitas es que quienes deben sembrar la semilla de calabaza son las mujeres u hombres que cuando nacieron tenían enredado su cordón umbilical en el cuello, también quienes no gatearon. Esto garantiza que las guías de calabazas den buenos frutos.

La herencia de la siembra a sus seis hijas

Todas las enseñanzas de Felícitas son herencia de sus padres. Y conforme crecieron sus seis hijas conocieron los saberes de sus abuelos para sembrar, cuidar y respetar la tierra.

Ahora cuatro de sus hijas son independientes, dos más siguen estudiando, una la carrera de la medicina y otra la preparatoria.

–¿Cómo era una jornada en el campo al lado de sus seis hijas?

–No metíamos peones, solamente íbamos en las mañanitas o en las tardes, porque estaba fuerte el sol. Sólo cuando era trabajo pesado sí alquilábamos peones.

–¿Alguna vez hubo conflictos con su esposo?

–No. Al contrario, él se siente orgulloso de las mujeres, porque ellas pueden, hasta en ocasiones ellas fumigan (la siembra).

Sus hijas aprendieron a sembrar, abonar la tierra y cosechar. Enseñanzas que también está transmitiendo a sus nietos.

–¿Alguna vez pensó que hacía más trabajo que su esposo? Usted además de cultivar la tierra se hace cargo de la casa.

–Como tenemos muchas actividades. Tenemos los marranos, él se encarga de ellos, de los pollos.

Para Felícitas, su esposo y sus hijas estar en el campo en realidad no es trabajo, se trata de algo más íntimo y emocional, es convivir con la tierra.

El día que Felícitas deje de sembrar será cuando hereden las tierras a sus hijas. La condición cuando eso ocurra es que esas tierras deben sembrarse y cosecharse.

 

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SEMBRADORAS. Sembrar maíz y cosechar dignidad como Escolástica Luna

En Rincón de Chautla, las mujeres cultivan la tierra y protegen a sus habitantes de la violencia


Texto: Marlén Castro

Fotografía: Luis Daniel Nava y Salvador Cisneros

Ilustración: Saúl Estrada

10 de marzo del 2021

Chilapa

 

Escolástica Luna sembró maíz y cosechó dignidad. Sembró chile y cosechó coraje. Sembró frijol y marcó una guía. Sembró jitomate y le alcanzó para comer, para sacar a sus hijos de la cárcel y para defender su territorio.

Escolástica Luna es nahua. Vive en Rincón de Chautla, una comunidad del municipio de Chilapa, en la zona Centro de Guerrero. La zona donde está asentado en pueblo es más conocida como Montaña baja.

El 10 de mayo del 2006, policías ministeriales detuvieron a sus hijos mayores, David y Bernardino Sánchez Luna. Los acusaron del asesinato de dos vecinos de la comunidad vecina de Zacapexco.

Al día siguiente, los hombres de la comunidad salieron de Rincón de Chautla a la cabecera municipal de Chilapa para tener razones de David y Bernardino. Llegaron al Ministerio Público. Dijeron que eran de Rincón de Chautla y querían saber quiénes estaban acusando a los Sánchez Luna.

En vez de explicaciones, todos los hombres de Rincón de Chautla fueron detenidos. La comunidad se quedó sin hombres adultos, sólo niños y ancianos, y las mujeres, quienes sacaron adelante las siembras, los hijos y, además, defendieron su territorio.

Escolástica, la comisaria

Es una mañana de junio del 2007. En Rincón de Chautla siempre hace frío pero en temporada de lluvias mucho más. La comunidad está rodeada de un bosque espeso de pinos y encinos, por el que se desliza la neblina sobre el camino de terracería.

Hay una reunión en la comisaría para decidir varias cosas pendientes. En la comunidad no hay comisario. Fue detenido en Chilapa, cuando acompañó a todos los hombres del pueblo a saber razones de los Sánchez Luna.

Los menores no tienen clases. El maestro más reciente dejó de venir y la Secretaría de Educación Guerrero (SEG) no ha mandado el reemplazo. La institución quizá ni siquiera sepa que en este apartado lugar de la Montaña baja de 60 habitantes, los niños tienen meses sin clases.

La comunidad, ahora compuesta sólo por mujeres, tiene que tomar una decisión. La casita de la comisaría hecha de adobe sólo tiene una ventana. El interior es muy oscuro. El foco del techo da una luz de unos 10 watts. Las mujeres se ven por sus ropas coloridas y contrastantes. Una lleva una falda amarilla y un suéter verde, otra una falda morada y un rebozo azul eléctrico, por ejemplo.

Platican, pero nadie de fuera entiende nada, porque hablan en su lengua originaria, el náhuatl.

Quien sabe hablar algo de castellano contó lo que ahí pasó. Discutían si nombraban un nuevo comisario, en vista de que ya no tenían uno. Intercambiaron opiniones en torno a quién iban a nombrar, si sólo había hombres ya muy grandes a quienes hay que cuidar.

Acordaron que mientras los hombres regresaban tenían que nombrar comisario de entre ellas mismas.

Una de las mujeres propuso que fuera Escolástica, dado que ya había salido del pueblo varias veces para saber de sus hijos y había participado en marchas y, por esa razón, sabía hablar en público.

Ninguna discutió o hizo otra propuesta. Todas estuvieron de acuerdo. Así, Escolástica Luna se hizo comisaria.

Escolástica Luna durante un momento de su preparación como policía comunitaria. Fotografía: Luis Daniel Nava

Escolástica, la activista

Exigir la libertad de David y Bernardino convirtió a Escolástica Luna en una activista de los derechos humanos.

En 2008, a dos años de la aprehensión de sus hijos y de los demás hombres del pueblo, Escolástica Luna fue oradora en el mitin del tercer aniversario de 17 campesinos en el vado de Aguas Blancas, en Coyuca de Benítez, Costa Grande.

“Antes nunca había salido de mi pueblo, no sabía cómo ir ni a Chilapa, pero ahora me voy a donde me digan que vaya a marchar o a hacer un plantón”, dijo la mujer ese junio del 2008.

Formó parte del primer Colectivo de Desaparecidos y Asesinados de Guerrero que encabezó Javier Monroy, organización que alzó la voz para denunciar las desapariciones en la entidad, cuando un integrante de una organización autogestiva conocida como Taller de Desarrollo Comunitario (Tadeco) fue desaparecido.

Esta asociación civil asesoraba a Escolástica Luna en sus labores como comisaria, como activista, como oradora y como gestora. Porque además de activista y campesina, Escolástica aprovechaba en sus salidas para ir a ver autoridades y pedirles cosas que faltaban en la comunidad.

Durante el tiempo que fue comisaria, Escolástica salió de Rincón de Chautla a participar en todas las marchas que había sobre las masacres recientes en Guerrero y para exigir la presentación de desaparecidos, además de exigir que sacaran a sus hijos de la cárcel.

Escolástica hacia todo lo anterior y seguía sembrando junto con las demás mujeres para tener maíz, ejote, frijol, chile y jitomate para comer. Durante los 34 meses que los hombres de Rincón de Chautla estuvieron presos, las parcelas siguieron igual, dando estos productos para alimentar a los hijos.

Las mujeres de Rincón de Chautla no sólo se hicieron cargo de las labores del campo y de los hijos, salían a vender su maíz, frijol y calabazas para llevarles cosas de comer a sus maridos en la cárcel.

Los hombres de Rincón de Chautla salieron de la cárcel en febrero del 2009, libres de cargos.

Los testigos que los acusaron de doble asesinato nunca se presentaron a declarar ante la autoridad para ratificar sus dichos.

Mujeres na savis de la Montaña alta de Guerrero desgranan maíz, como parte de sus actividades cotidianas. Fotografía: Salvador Cisneros

Escolástica, la policía

Escolástica también se hizo policía.

En septiembre del 2014, Rincón de Chautla encabezó la creación de la Policía Comunitaria adherida a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Pueblos Fundadores (CRAC-PF), a la que ya se han adherido 16 pueblos. Los hermanos David y Bernardino, hijos de Escolástica, fueron los iniciadores.

Con esta policía, los nahuas de la Montaña baja formaron columnas de hombres para defender sus pueblos de las incursiones de hombres armados, provenientes de los municipios vecinos de Mochitlán y Quechultenango, en los que desde la primera década del siglo comenzó a escucharse el nombre de Los Ardillos, conformado por la familia Ortega Jiménez, ligados a personajes que habían sido autoridades en ambos municipios.

En 2013, las incursiones de esos hombres se hicieron más frecuentes y los pueblos crearon la CRAC-PF en 2014.

En 2015, otros pueblos con alguna relación a los llamados Ardillos crearon la Policía Comunitaria por la Paz y la Justicia. Desde entonces, la violencia no para.

A habitantes de Rincón de Chautla y a otros de las comunidades adheridas a la CRAC-PF los han emboscado, a otros los han desaparecido o bajado de las rutas del transporte público y luego los tiran decapitados o desmembrados.

Entonces, Escolástica Luna y las mujeres de Rincón de Chautla empezaron a entrenar.

Desde el 2019, Escolástica recibe entrenamiento militar.

En caso de ser necesario, Escolástica Luna, quien ahora tiene 72 años, sabe usar una escopeta.

Escolástica sembró maíz, chile, frijol, jitomate, y cosechó dignidad, y coraje.

Escolástica Luna durante un momento de su preparación como policía comunitaria. Fotografía: Luis Daniel Nava

 

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SEMBRADORAS. Enriqueta y sus multifunciones en el campo

Su historia es la representación de muchas mujeres de Tixtla involucradas en el proceso agrícola, las que traspasan las fronteras del cultivo


Texto: Margena de la O

Fotografía: José Luis de la Cruz

Ilustración: Saúl Estrada

9 de marzo del 2021

Tixtla

 

Enriqueta Arcos García acaba de regar los surcos de su terreno donde brotan plantas de diferentes tamaños. Es domingo 21 de febrero a mediodía. La tierra de labor, ubicada en la zona de parcelas del barrio de El Santuario, todavía se ve húmeda y sus pies siguen cenizos después de intentar quitarse el lodo.

Esas matas de diferentes tamaños, porque algunas apenas se asoman de la tierra, son de huauzontle, epazote, hierbabuena, cebolla, cilantro, rábano, col, calabazas, tomate y hasta tapayola, como conocen a la flor cempasúchil en la región.

Durante el camino a las parcelas de El Santuario, la vista conecta a un gama de distintos verdes. De un lado están los surcos de tiernas milpas y del otro, casi a ras de suelo, las hojas de distintas hortalizas.

Una mujer joven que asomó la cabeza de un alambrado que delimita una de las milpas, la cual limpiaba, fue quien me sugirió seguir por el camino donde corría el aire fresco y olía a tierra mojada para hallar el terreno de Enriqueta. La participación de las mujeres en la producción de Tixtla se notó pronto.

En el sembradío de Enriqueta sobresalía el tono oxidado de algunas plantas, era huauzontle maduro. Ella misma explica que lo dejó madurar para ocupar sus flores con apariencia de bolitas como semilla. Espera cosechar más de esas herbáceas en los próximos días; se acerca la Semana Santa. El huauzontle es base de uno de los mejores platillos en cuaresma.

Cuando Enriqueta sabe que pedí referencias sobre su terreno a una mujer que limpiaba su milpa, pronto dice que a ella no le gusta sembrar maíz. Su determinación no tiene que ver con que en Tixtla se produzcan más hortalizas y flores.

Cuando sus cuatro hijos estaban pequeños, también sembró maíz para darles de comer, pero cosecharlo es pesado: “es mucha joda despegarlo, sacarlo, empacarlo”.

Cree que ya no tiene la fuerza de antes. “Ya estoy más viejita. El elote– lo que más se vende en Tixtla –es pesado, hay que cargarlo y aquí hay que cortarlo temprano; si lo corto (en la tarde) a otro día no lo vendo, porque se pone simple, y tiene que ser recién cortado”. Pero en realidad su falta de fuerza es sólo su percepción: se levanta máximo a las cinco de la mañana para vender su cosecha en el mercado, durante el día da dos vueltas a sus parcelas, y se encarga de las actividades domésticas en su casa.

De sus 58 años, 28 años los ha dedicado a la producción agrícola. Comenzó junto a su esposo, Joel Tlalmanalco López, después de que se regresaron de la Ciudad de México, donde vivieron un tiempo.

Lo que sabe Enriqueta de la siembra se lo debe a su suegra, Gonzala López Jiménez. En El Paraíso, el pueblo de Chilapa de donde es originaria, sus padres sembraban maíz, pero poco se involucró, además “allá sólo siembran en temporadas de lluvias”.

Acá, en Tixtla, cultiva todo el año, en lluvias o en secas, y cuando no son hortalizas son flores. Ese domingo, junto a su esposo, regó media hectárea de las tres cuartas partes de hectárea que rentan para sembrar y cosechar.

Enriqueta tiene presente las recomendaciones de su suegra: en la siembra del rábano, que nace y crece escondido en la tierra, la hoja lo dice todo. “Me decía cómo se veía cuando ya estaba bueno”, cuenta.

En este momento ya sabe qué cortará más tarde para la venta de mañana. El lunes 22 llevará al mercado un poco de rábano, cilantro y calabaza.

Mujeres de Tixtla, más que sembradoras

Aun cuando ya regó las matas, en realidad este domingo es un día ligero para Enriqueta, porque hoy no se levantó de madrugada para ir vender al mercado. Los últimos meses sólo ha vendido cada tercer día.

Las empleadoras, como llaman a las comerciantes intermediarias, le compraron ayer sábado la calabaza, el tomate, la hoja de mole y el cilantro que cortó el viernes por la tarde. Para eso se levantó de madrugada. Una noche antes, se acostó a dormir hasta que manojó todas las ramas y separó los vegetales.

Ese día de venta quizá se encontró con Rosario, Mary o Lucía, sembradoras de otras parcelas y productoras que son vendedoras. Lucía es una de las que más temprano termina, porque a las dos de la mañana ya está con sus rollos de epazote en el mercado, esperando a las empleadoras que entregan en Chilpancingo, la capital, ubicada a unos 30 minutos de distancia.

O quizá se topó con Rosa, Rufina o Romana. O algunas de las sembradoras de flores como Patricia, Moni, Esther, Celia. Enriqueta también vende flores, pero regularmente en temporadas, como en la celebración de los difuntos o Día de las madres. Sólo la tapayola la siembra casi todo el año.

Todas estas mujeres si no se encuentran en el campo se ven en el mercado. Algunas de ellas, algunas veces, se quedan a vender de manera directa sus productos a clientes habituales del mercado, para eso les compran o intercambian a otras sembradoras parte de sus cosechas.

Enriqueta algo tiene claro: “todas participamos”. Se refiere a las multifunciones ligadas al campo: sembrar, cosechar o cortar, manojar, vender, preparar alimentos o encargarse de otras funciones del hogar, que aun cuando se considere fuera del proceso agrícola, son determinantes para que ocurra.

–Pero, ustedes hacen el mismo trabajo (que los varones) o más, –le comento sólo a ella al ver que su esposo se distancia de nosotras.

–Sí. A veces nos peleamos: ‘bueno, ¿y tú cuándo vas a hacerme mi café? Me voy sentar acá, ahora te toca. Si yo también me canso, si no estamos bailando’, –cuenta que le dice a su esposo.

Poco antes dije en voz alta que, entonces, las mujeres hacían más trabajo, y él apresurado contestó: “Pues, todos”. Aunque, después, sin que nadie le preguntara, comentó que el trabajo de las mujeres en el campo es el más importante.

Enriqueta dice que por fortuna sus dos hijos que aún viven en casa, Juan Carlos y Juan Armando, son diferentes, porque colaboran en el campo (aunque no les guste) y con el aseo en el hogar.

No cabe la duda de la contribución de Enriqueta en el campo.

–¿Cómo es un día normal para usted?, –se le pregunta.

–Me levanto voy al mercado, regreso, almorzamos, medio preparo la comida, la dejo y me vengo (al terreno). De acá ya me regreso como a las tres. Antes todavía hacíamos tortillas y que el nixtamal, ahora nada más compro mis tortillas porque no me da tiempo. Hago mi comida, comemos y nos volvemos a regresar (al sembradío) como a las cinco.

Enriqueta vuelve a casa alrededor de las siete de la tarde y todavía tiene pendiente preparar los productos de la cosecha para la venta.

La pregunta que se contesta sola es: ¿qué tan importante es el papel de las mujeres de Tixtla en la producción agrícola?

Los saberes de Enriqueta en la siembra

La mujer sabe que en tiempos de lluvia la cebolla no se da. “Se va derecha, no echa bola”. Ella y su esposo no la siembran de julio a octubre, lo que dura el temporal.

Hasta en enero comienzan a tirar la semilla para el pachole. Aun cuando usan algunas semillas híbridas, la siembra es manual. El pachole es la pequeña planta– mide unos 10 centímetros –que sale de la semilla al mes de que fue plantada. Las “plantas bebés”, como las llaman sus nietas cada vez que van a jugar a las parcelas.

Después esa pequeña planta es trasplantada en surcos más amplios, cuidando la distancia entre una y otra, y al mes y medio o a los dos meses se cosecha su fruto, de acuerdo con la explicación de la sembradora.

Además de la cebolla así crece la col, la tapayola, la lechuga, el tomate, la hierbabuena. El rábano, el cilantro, el huauzontle, el epazote, la calabaza, el ejote, el papaloquelite va directo al suelo sin contratiempos.

De todos ellos, Enriqueta tiene cultivos preferidos al momento de cosechar: la cebolla, la lechuga y la col. Son más fácil de desprender del suelo. Aquí fue el momento en que insistió que su fuerza no es la de antes, pero todos los días, desde hace 28 años, hace lo mismo.

Pero es que Enriqueta tuvo una buena maestra. Gonzala, su suegra, quien murió hace unos cinco años. Dejó de ir al campo “hasta que ya no pudo”.

Además de poner cuidado en el lenguaje de las hojas del rábano y del resto de la siembra, le enseñó cual debería ser el grosor de los manojos de las matas (manojar) y las porciones de los vegetales para vender.

También la llevó al mercado a que la viera negociar las ventas con las empleadoras. Hasta que llegó el momento del relevo. “Después me decía: ahora hasta me ganas a vender”, recuerda Enriqueta.

Gonzala parió cinco hijos, uno de ellos es el esposo de Enriqueta, el único que se dedica al campo. En las parcelas de Tixtla, Gonzala dejó legado, y Enriqueta, sin proponérselo, está dedicada a preservarlo.

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Texto: Beatriz García y Margena de la O

Ilustración: Saúl Estrada

8 de marzo del 2021

Chilpancingo

 

Dentro de la cosmogonía indígena, la tierra es femenina, es una mujer. La tierra y las mujeres tienen una gran similitud, son fértiles, dan vida, son nutricia, reflexiona la antropóloga y académica de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), Maribel Nicasio González, al hablar de la relación de las mujeres con el campo.

En términos simbólicos hay similitudes entre la tierra y las mujeres, y la académica cree que es un tema del que debe hablarse.

Recordó que para el antropólogo francés Claude Meillassoux, en el mundo quienes domesticaron las plantas, las semillas, fueron las mujeres. Aunque se creyera que eran “débiles” y sólo se quedaban en casa a cuidar a los hijos, empezaron a tener habilidades con la tierra y las semillas.

La idea de que los hombres son los responsables del cultivo simplemente las contradice Meillassoux. Entonces, el origen de la agricultura está en las mujeres.

En la documentación histórica también así está plasmado: en la época prehispánica, las mujeres se dedicaban a la recolección de los frutos, plantas y semillas.

La antropóloga manifestó que por la relaciones de poder, los hombres fueron los que se quedaron con el conocimiento de la producción agrícola y las mujeres fueron relegadas a las actividades domésticas.

Esta invisibilización continúa. Se hizo una búsqueda avanzada en Internet con el propósito de buscar cifras que reflejen la participación de las mujeres en el campo, pero hubo pocos resultados.

Las mujeres de Tixtla hacen florecer sus parcelas. Fotografía: José Luis de la Cruz

Las cifras oficiales también reflejan ese despojo del que habla la antropóloga de las mujeres a la agricultura. La última Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA) 2019 del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) arrojó que en el país, sólo 17 de cada 100 personas que laboran en las actividades agropecuarias son mujeres, es decir 16.7 por ciento.

Entre las cinco entidades federativas con mayor participación de las mujeres en el campo está Guerrero. El orden es el siguiente: Estado de México con 27 por ciento, Puebla con 14.4 por ciento, Veracruz con 7.7 por ciento, Guerrero con 6.8 por ciento, y Chiapas con 6.2 por ciento.

Nicasio González resaltó que aun con ese panorama, la aportación de las mujeres en el campo es sustancial en alguna parte del proceso. Entonces, prefirió tratar la agricultura desde la complementariedad entre hombres y mujeres.

Por ejemplo, explicó, en los pueblos indígenas todo lo que tiene que ver con la fertilidad de la tierra, con las lluvias, implica una dualidad en términos cosmogónicos, porque involucra al hombre y a la mujer como pareja.

“Un hombre solo no es insuficiente para el trabajo de siembra. Estas dinámicas económicas se desarrollan y las mujeres forman parte de estas prácticas; si las mujeres no participaran en estas etapas de la producción agrícola no sabrían cómo se cultiva, cómo se cosecha, no sabrían muchos detalles que se van adquiriendo con la producción de la tierra y de las distintas semillas. Las mujeres conocen y por qué, porque también se involucran en esas tareas”, comentó.

En la vida contemporánea hay hábitos desde la tradición mesoamericana, de acuerdo con la académica. Lo aclaró con los ritos agrícolas de los pueblos originarios de Guerrero, nahua, me’phaa, na savi y ñomndaa, donde destacan tres momentos: la bendición de semilla, la petición de lluvias y el agradecimiento, y la bienvenida de la cosecha. Tanto hombres como mujeres son conocedores y organizadores de estas celebraciones.

Profundizó más en la correlación entre hombres y mujeres en la siembra: En la Montaña alta de Guerrero se habla que existen cerros hombres y cerros mujeres. En la cosmovisión indígena, lo femenino y masculino son indispensables, simplemente no podría haber lluvia si una de estas dos partes falta.

Cuando llueve, la gente dice que se junta el cerro hombre y el cerro mujer y esa lluvia permite que crezca el maíz.

“Hace falta dar más cuenta de cómo las mujeres están participando, de cómo el trabajo femenino permite que haya un trabajo y participación masculina. En este trabajo femenino no habría ese tiempo para que los hombres pudieran irse, por ejemplo, a trabajar al campo, porque si no ¿quién cocina?, ¿quién cuida a los niños?”, reflexionó la antropóloga.

Entonces cuando se habla de la relación de la mujer con la tierra, no sólo habla del trabajo directo en la parcela, se refiere a una relación simbólica.

Virginia siembra cada temporal tres hectáreas de maíz en sus tierras de Apango. Fotografía: Salvador Cisneros

En Amapola. Periodismo transgresor queremos dar cuenta del papel fundamental de las mujeres en el campo, para eso programó la serie SEMBRADORAS, que concentra la historia de tres mujeres dedicadas a la siembra y cosecha de diferentes cultivos. Su labor es sustancial en la producción agrícola de sus regiones y, sobre todo, para la manutención de sus familias.

La serie la inaugura Enriqueta García Arcos, sembradora de huauzontle, epazote, hierbabuena, cebolla, cilantro, rábano, col, calabazas, tomate y una variedad de flores en parte de las parcelas del barrio de El santuario en Tixtla. Lleva 28 años dedicados a la tierra, herencia de su suegra Gonzala López Jiménez.

La historia de Enriqueta representa el trabajo de muchas mujeres del municipio que además de dedicarse a producir la tierra, se encargan de vender la cosecha en el mercado a intermediarios (acaparadores), algunas desde las dos de la mañana, y después regresan a casa a hacer actividades domésticas.

La pregunta que se contesta sola es: ¿qué tan importante es el papel de las mujeres de Tixtla en la producción agrícola?

En la segunda historia la protagonista es Escolástica Luna. Vive en Rincón de Chautla, una comunidad del municipio de Chilapa, en la zona Centro de Guerrero.

Ella sembró maíz y cosechó dignidad. Sembró chile y cosechó coraje. Sembró frijol y marcó una guía. Sembró jitomate y le alcanzó para comer, para sacar a sus hijos de la cárcel y para defender su territorio.

El 10 de mayo del 2006, policías ministeriales detuvieron a sus hijos mayores, David y Bernardino Sánchez Luna. Los acusaron del asesinato de dos vecinos de la comunidad de Zacapexco.

Al día siguiente, los hombres de la comunidad salieron de Rincón de Chautla a Chilapa para tener razones de David y Bernardino. Llegaron al Ministerio Público. En vez de explicaciones, todos los hombres de Rincón de Chautla fueron detenidos. La comunidad se quedó sin hombres adultos y las mujeres se hicieron cargo de todo.

La última historia es la de Felícitas Alejo Teyuco, una maestra de preescolar de 54 años, originaria de Ayotzinapa, municipio de Zitlala, donde sigue sembrando maíz, frijol, calabaza, garbanzo y cilantro.

Desde que ella tenía cinco años, sus padres comenzaron a llevarla al campo para que aprendiera la agricultura, pero principalmente para que conociera la misticidad de la tierra y para inculcarle el respeto por ella. En eso estriba la cosmovisión de este pueblo nahua.

Las seis hijas de la maestra– cinco profesionistas y una estudiante de bachillerato –saben labrar y sembrar la tierra, ella misma les enseñó. Ahora le enseña la agricultura a sus dos nietos.

Para ella y su familia estar en el campo en realidad no es trabajo, se trata de algo más íntimo y emocional, es convivir con la tierra.

SEMBRADORAS significa, entonces, devolver a las mujeres su lugar en el campo.

Las García, también de Apango, cabecera de Mártir de Cuilapan, se encargan de hacer producir su tierra. Fotografía: Angie García

Virginia siembra cada temporal tres hectáreas de maíz en sus tierras de Apango. Fotografía: Salvador Cisneros

 

Contenido patrocinado por la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas

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