No han recibido apoyo a ocho meses de Otis, aseguran damnificados

Texto y foto: Jesús Guerrero

Lunes 24 de junio de 2024
Acapulco

El empresario Enrique Meza Montano, damnificado del huracán Otis evacuado a Guadalajara por padecer una discapacidad, escribió por Facebook a la titular de la Secretaría del Bienestar, Ariadna Montiel Reyes, el 27 de noviembre de 2023, para explicarle su situación, con datos personales, número telefónico e incluso un video que grabó encerrado en el baño de su casa en plena devastación.

Según comenta, le dio mucho gusto que ese mismo día, le contestaron en la cuenta personal de la funcionaria: ¿Me puedes pasar referencias de tu domicilio?

Él respondió de inmediato; y junto con el domicilio, envió todas sus referencias, fotografías y videos de las afectaciones de su vivienda.

En entrevista con Amapola, Periodismo Transgresor, expone: «A mí me dio mucho gusto que me haya contestado Ariadna Montiel, a quien luego le escribí todas mis referencias, de los daños de mi casa y mi negocio».

Este lunes 24 de junio se cumplen ocho meses del huracán Otis, y no ha recibido ningún apoyo del gobierno federal, a pesar de que se registró en tiempo y forma a través de la Línea de Bienestar el 6 de diciembre de 2023, señala Enrique.

«Fui a los módulos de registro los días 11 y 12 de enero y no me aceptaron mi documentación, porque según ya estaba en la lista de los beneficiados. Y el 25 de ese mismo mes, volví a llamar (al Bienestar) y me dijeron que mis datos ya estaban registrados y que se iba a levantar un reporte de que todavía no me habían contactado», detalla.

Menciona que el 23 de febrero, de nuevo llamó por teléfono a la Secretaría del Bienestar, para hacer el reporte de que todavía no lo habían contactado para entregarle los apoyos.

«Ya pasaron ocho meses y todavía no me han censado; y nunca han verificado los daños que sufrí en mi negocio y en mi casa», señala el empresario.

Asegura que durante todo estos meses, muchas familias que nunca fueron censadas para que les entreguen los beneficios, se aglutinaron en una organización denominada «No Censados Acapulco Otis».

El 3 de abril, una comisión representativa de 3,889 personas de diversos puntos de Acapulco que sufrieron pérdidas materiales y, algunos, la muerte de familiares, durante el huracán Otis, y que siguen esperando apoyo, acudieron al palacio nacional, en la Ciudad de México, para entregar un escrito dirigido al presidente Andrés Manuel López Obrador y a la titular del Bienestar, Ariadna Montiel.

Enrique Meza, quien es vocero de «No Censados Acapulco Otis», especifica que en el escrito que ya tiene en sus manos la oficina de la presidencia de la República, le detallan los nombres de las 3,889 familias de Acapulco que se registraron en la línea del Bienestar y en los módulos que se instalaron en distintos puntos del puerto.

«Las familias damnificadas tienen documentación y hasta videos de cómo comprobar los daños que sufrieron en sus viviendas o negocios», afirma Enrique Meza, pero sostiene que ninguno de los 3,889 registrados ha sido censado.

Enrique Meza recuerda que a iniciativa del grupo «No censados Acapulco Otis», se recopiló un número de 6,888 personas, pero solamente 3,889 tienen documentos que avalan su registro ante el Bienestar.

Las familias damnificadas por Otis piden los apoyos del programa de emergencia humanitaria implementado por el gobierno federal, como la reconstrucción de viviendas y entrega de enseres.

La agrupación tiene una cuenta en Facebook en la que cada uno de los afectados narra lo que vivió la noche del huracán, el 24 de octubre de 2023, y las consecuencias que hasta la fecha padecen tanto materiales como emocionales.

«Yo invito a la ciudadanía a que se meta a esta página para que escuche de viva voz a la gente que sigue sin recibir ayuda del gobierno federal», exhorta Enrique Meza.

«Estamos en una situación crítica, ya viene el tiempo de lluvias y no hay pagos para la reconstrucción de la casa y no tenemos ayuda económica ya que la mayoría de la gente es de la tercera edad», escribió en la cuenta grupal, alguien llamado Manuel Rojas.

Luego, él mismo reclama: «¿y dónde está el dicho que primero los pobres?

Sonia Estrada, otra de las damnificadas, escribió el pasado 10 de mayo la experiencia que tuvo con un funcionario de la Secretaría del Bienestar, vía mensaje de texto.

Afirma que esta persona (del Bienestar) le pide que le marque y ella lo hace, pero le contesta una mujer.

«Me contestó una mujer y le dije que me había llegado un mensaje de texto en el que dice que le de mi número (telefónico) y el del folio», escribió Sonia, quien describe la conversación con la persona de el Bienestar que la atendió.
Ella: ¿tiene el folio?

 

Yo: Si

Ella: Démelo

Yo: Sí, a donde se lo llevo, porque por obvias razones vía telefónica no se lo iba a dar. En ese momento me cuelga la llamada.

Sonia Estrada relató que ese mismo día habló vía telefónica con un hombre del Bienestar, quien le dijo que le hablara en un tiempo de 10 minutos, pero ya no se comunicó.

La damnificada por el Otis, mencionó que detectó que el número telefónico del que le marcaron era del estado de Tamaulipas.

Enrique Meza expone que el 4 de abril, la Unidad de Vinculación Interinstitucional de la Secretaría del Bienestar les contestó que derivado de la petición que le hicieron a la oficina de la presidencia, su solicitud les será contestada por la delegación de esta dependencia en Guerrero.

«Es menester mencionar que la nueva política del Bienestar, instruida por el presidente de la República, de fecha 14 de febrero de 2019, establece que todos los apoyos para el bienestar del pueblo se entregarán de manera directa a los beneficiarios, sin intermediarios», se lee en el documento que recibieron los «No Censados Acapulco Otis», por parte de la Secretaría del Bienestar.

«Nosotros lo que estamos pidiendo es que vengan a verificar nuestros datos y nos den nuestros apoyos de manera directa; y no queremos que esos apoyos se les den a uno o a dos personas en representación de todos», advierte Enrique Meza.

Asegura que se habló vía telefónica con un funcionario de la delegación estatal de Bienestar en Guerrero que tampoco dio respuesta.

Las familias damnificadas por Otis que no han recibido el apoyo han realizado movilizaciones, pero el delegado estatal del Bienestar, Iván Hernández Díaz, ha dicho que el grupo de inconformes no son de Acapulco, y como consecuencia no fueron afectados por el huracán.

«Iván Hernández, aparte de que nos denosta de que somos gente de fuera, también miente cuando asegura que ninguna familia damnificada por el Otis quedó fuera de los apoyos», denuncia Enrique Meza.
Reprocha que en su caso, ni como empresario ha recibido un apoyo, y que en estos ocho meses después de Otis ha estado sobreviviendo con muchas dificultades económicas.

Su bar, ubicado en la calle Jesús Carranza, en el zócalo de este puerto, fue saqueado dos días después del Otis, asegura.

Expone que el gobierno federal también lo ha excluido de estos apoyos, pese a que la dirigencia de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios Turísticos (Canaco-Servitur) lo inscribió en la lista de afectados.

Pero hasta este mes de mayo, solamente les estaban entregando estos apoyos a los restauranteros y hoteleros, precisa.

Enrique Meza menciona que desde que nació sufre una displasia ectodérmica y no puede exponerse a altas temperaturas porque le pueden provocar un derrame cerebral.

«Fue por mi enfermedad que fui evacuado poco días después del huracán en un avión hacia la Ciudad de México; y después, mis familiares me fueron a recoger para llevarme a Guadalajara. Y allá me enteré de los apoyos que iba a entregar el gobierno federal a los damnificados», relata el empresario acapulqueño.

Explica que desde que reabrió su negocio, vive en la casa de un familiar en el Fraccionamiento Costa Azul, a donde después de cerrar su establecimiento, a las dos de la madrugada, se va caminando casi hasta el Asta Bandera, en la Costera Miguel Alemán.

«Camino más de dos kilómetros para llegar a ese punto de la (Costera) Miguel Alemán para tomar un taxi colectivo. Y, pues, tengo que hacerlo pese a los riesgos que implica andar solo en la madrugada en estas calles del puerto», lamenta Enrique Meza.

Otis: un censo a la medida de un huracán categoría 5

Texto: Marlén Castro

Foto: Cortesía Javier Iván Aranda Macedo

24 de abril del 2024

Chilpancingo

Cuando uno está así de cansado, platica con uno mismo, porque ni ganas hay de gastar energía en jalar aire para sacar las palabras. Para que me escuchen, tengo que jalar más aire para hablar más fuerte. Mejor me grito solo hacia dentro de mí: “¡Iván! ¡Iván!Aguanta ya estás por llegar. Te espera el cuerpo tibio de Erika, su olor en las sábanas. Los besos de tus hijos. Sobre todo, acuérdate de ellos. Si te duermes ya no los vas a abrazar. Quiero cerrar los ojos para que el dolor se vaya. Los muertos ya no sienten nada y sería bueno no sentir este dolor desde abajo del cuello hasta la altura del coxis, también en las pantorrillas, en los talones, en los dedos. Me hormiguea todo el cuerpo y siento que cargo una losa que me aplasta y me hunde en el suelo. Oigo los ronquidos de no sé quién. Quisiera tener la misma libertad de dormirme. No por el cansancio;por el dolor. Quiero dormirme para no sentir el dolor, y es el dolor el que me ha mantenido vivo todos estos días, en realidad, semanas. Tres semanas. Llevamos tres semanas. No quiero pensar en todos estos días agotadores, porque siento que el dolor del cuerpo arrecia. No quiero pensar. No pienses en eso, me digo. No pienses. No pienses. Luego cambio de parecer. Si ya no pienso, me duermo. Así que sí pienso. Pienso en todos esos pinches cerros pelones, en los árboles caídos, en la gente que duerme en sus casas sin techos, sin puertas, sin ventanas; en sus caras cuando les damos nuestros desayunos. Algunos tenían dos o tres días sin haber comido algo.Veo la entrada a Chilpancingo. Llegamos. Hoy llegamos. ¿Mañana llegaremos? Espero que sí.

 

17 de noviembre del 2023

El color moreno de Jorge Iván Aranda Macedo (32 años) se acentuó en estas tres semanas en Acapulco. Va y viene todos los días. Sale a las seis de la mañana y regresa alrededor de las nueve de la noche. Además de encabezar a un grupo de encuestadores que recorren las colonias devastadas de Acapulco, Jorge Iván tiene la misión demanejar un vehículo de la Secretaría del Bienestar, en el que viajan otras cuatro personas.

El 17 de noviembre, Jorge Iván sintió que ya no podía más. Su cuerpo se acalambró y un sudor frío recorrió su cuerpo castigado, desde el cuello hasta los pies. Se le quedó un hormigueo en los hombros, en la cintura, en las pantorrillas, en la planta de los pies. Un hormigueo que por ratos sentía que no lo dejaría caminar más. También se acentuó la molestia en el ojo izquierdo. Al principio pensó que era una partícula de ese polvo que flota en Acapulco y que llega a meterse en las fosas nasales y les reseca la boca, la garganta, los ojos. Pero no. Al paso de los días, ya sabe que no es un polvo que se le quedó en las cuencas resecas de los ojos. Creció y empaña su vista. Ya fue al oftalmólogo y ahora sabe que ese bultito es carnosidad y le salió por los rayos del sol. Ha estado días completos bajo el sol, sin guarecerse bajo una sombra de nada, porque no hay palmeras, no hay árboles, no hay casas con techos. Puro sol, intenso y quemante.

 

27 de octubre del 2023

Desde la mañana del 25 de octubre, Jorge Iván recibió la orden de acuartelarse en el auditorio Sentimientos de la Nación, en Chilpancingo. Esa mañana salió a trabajar para censar a un grupo de adultos mayores. Le hablaron de la oficina, con la orden de que dejara cualquier cosa que estuviera haciendo. Obedeció de inmediato. Llegó al lugar indicado y poco a poco llegaron los demás servidores de la nación, nombre que tiene el grupo de trabajadores de la Secretaría del Bienestar que manejan los programas sociales del gobierno federal.

La noche anterior, Jorge Iván se fue a dormir con la noticia de que un huracán tocaría tierra en Acapulco. Cuando se levantó, se ocupó de tareas domésticas y dejó las noticias para después.  No sabía bien cómo amaneció la gente de Acapulco, porque la comunicación con el puerto se cayó desde la noche. La orden fue que esperaran en el auditorio para salir hacia Acapulco en cualquier momento, apenas tuvieran noticias concretas. También porque en el auditorio esperarían la llegada de la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel Reyes, quien llegaría a coordinar el programa de apoyo para los acapulqueños.

Ariadna Montiel llegó hasta el jueves 26. La noche del 25, conocieron algunas noticias de los daños que dejó el huracán Otis, entre ellas, que no tenían comparación con otros fenómenos anteriores; por ejemplo, no había acceso por la Autopista del Sol ni por la carretera federal, igual como cuando pasó el huracán Paulina, en 1997. La gente de la capital no tenía noticias de sus familiares en Acapulco, porque la comunicación seguía rota. Circularon algunos videos por las redes sociales. Esos videos pintaron una catástrofe.

El jueves muy temprano en una caravana formada de unas 200 camionetas, llegó Ariadna Montiel, acompañada de las delegadas y delegados estatales del Bienestar de: la Ciudad de México, Estefanía Correa García; de Morelos, José Isaías López Rodríguez; de Puebla, Vida Inés Vargas Cuanalo, y de Guerrero, Iván Hernández Díaz, entre otros delegados de 25 estados, además de sus equipos.

Ese día, Jorge Iván, junto a 500 servidores de la nación, recibió una capacitación intensa para censar a las familias afectadas del huracán Otis. La idea era que tan pronto como recibieran la capacitación, se irían a Acapulco a alcanzar a la secretaria. Ariadna Montiel y su equipo en la Secretaría del Bienestar salieron antes, como avanzada. Ella avisaría para que los demás los alcanzaran. Al cabo de seis horas, Ariadna Montiel y su equipo regresaron con la noticia de que no pudieron pasar por la Autopista del Sol ni por la carretera federal; ambas vías estaban taponadas por árboles y lodo. Se podía pasar con maquinaria que fuera por delante para limpiar la vía.

El viernes a las seis de la mañana, partieron unas 250 camionetas de Chilpancingo hacia Acapulco. Ahora sí, por fin, llegaron.

 

Barra Vieja, por fin llega la ayuda

El primer día que nos fuimos a Acapulco en caravana, yo me fui manejando una de las 250 camionetas. Sentíamos una especie de ansiedad por llegar, ver de qué tamaño eran los daños y dar la ayuda que, seguramente, esperaba la gente desde el miércoles. No fue fácil llegar. Nos deteníamos mucho mientras se habilitaba el camino. Hicimos unas seis horas de trayecto.

Ninguno de nosotros estábamos preparados para enfrentar lo que vimos. Los pensamientos más catastróficos se quedaron cortos frente a lo que hallamos. No había nada de vegetación, absolutamente todas las construcciones que topábamos estaban dañadas, sin techos, sin ventanas, sin puertas, otras sin parte de las paredes. Lo más impresionante era ver cómo estaba la gente. Caminaba como sin voluntad. Se te acercaban a ver si uno llevaba ayuda.

La primera zona que atendimos fue la de Barra Vieja y la secretaria Ariadna Montiel iba al frente. Ahí empezó el censo del bienestar. Llegamos a la cancha techada, fuimos a buscar al comisario para que supiera quiénes éramos y a que íbamos. El comisario nos puso al tanto. Era desolador el resultado. Muchas viviendas se cayeron y la gente durmió esos días, miércoles y jueves, dentro de lo que quedó de sus casas, o si no había forma ni de meterse, por los destrozos, afuera de lo que eran sus viviendas; también para cuidar sus pertenencias. Ya había habido saqueos en varias tiendas y temían que cuando las tiendas quedaran vacías robaran en las casas. Cuando nosotros llegamos, para es muy importante que se sepa, ya había gente de la Comisión Federal de Electricidad levantando postes caídos. Nunca tuve tiempo de preguntarles a ellos cómo llegaron tan pronto, antes que todos los que llegamos a ayudar. Por todos lados había desolación. La gente caminaba como ida de sí. Caminaba para hallar agua para tomar. Eso fue lo primero que nos dijeron con ansiedad: “¿Traen agua?”. Estaban deshidratados, insolados y hambrientos.

Todos los que íbamos en la caravana nos repartimos el trabajo para el censo. A me tocó guiar a un grupo que venía de la Ciudad de México; todos los que estábamos en Guerrero, no nos tocó censar, nos tocó guiar. Era una medida para evitar que favoreciéramos a unos, y a otros los relegáramos. Fue lo que supimos. Porque los que éramos de aquí, probablemente, hallaríamos familia, amistades o algún conocido; entonces, nosotros sólo guiamos. A mi equipo, lo primero que nos tocó censar fue un fraccionamiento cerca del Forum Imperial. Era un fraccionamiento de clase media. Me impresionaron los daños a esas casas tan bonitas, pero más las barricadas y los vecinos con machetes y palos para defender su patrimonio.

Cuando nos vieron y supieron de dónde íbamos y que llevábamos víveres, algunos lloraron, porque por fin veían ayuda. Estaban solos. Fueron muchos días que en varios lugares estuvieron así, sin recibir nada. Yo hasta los ocho días empecé a ver a funcionarios del gobierno estatal; a veces del gobierno municipal. Ocho días después del huracán.

En esa zona, había casas a las que sólo les quedaron alguno que otro de sus muebles mojados. Los vecinos que tenían sus casas en mejores condiciones les daban hospedaje. Fue triste ver a tanta gente desolada porque absolutamente todo lo que era su patrimonio lo perdió.

 

Screenshot

Aunque nosotros sólo íbamos para censarlos, cuando llegábamos la gente sentía esperanza, alivio. Creo que eso nos motivaba a todos a seguir a pesar de las jornadas extenuantes y los males que nos aquejaban. El censo fue agotador para todos nosotros y yo creo que quienes participamos en este trabajo ya no somos las mismas personas. Cambiamos. Desafortunadamente en enero se accidentaron tres de los que participábamos en este censo. Yo no los conocí. No había manera de que nos conociéramos todos. Al principio éramos dos mil quinientos haciendo censos y en algún momento llegamos a ser hasta cuatro mil quinientos. Imposible quenos conociéramos. Los que se murieron en el accidente justo cuando iban a Acapulco eran de la delegación de Veracruz. Pero a todos nos afectó, aunque no los conociéramos. Fue una perdida muy dolorosa aún sin haberlos conocido.

 

Una cena de Año Nuevo

Ni en navidad ni en Año Nuevo, Jorge Iván descansó de ir a censar. Lo único que cambio es que regresaron más temprano para estar más tiempo con sus familias. Para diciembre, dos meses después de Otis, los servidores de la nación regresaban a Chilpancingo alrededor de las seis o siete de la noche. En navidad les dieron permiso de interrumpir las labores del censo más temprano. Aunque sabían bien que otro día repondrán ese tiempo, porque su obligación fue hacer 25 censos diarios. Si un día se retrasaban, al siguiente tenían que reponerse, trabajar más rápido, llegar más temprano o irse más noche, o no descansar ni para comer.

Cuando Jorge Iván dejó a sus compañeros en la Unidad Deportiva Chilpancingo, sintió pena por sus compañeros de otros estados. Pasarían ahí la navidad. También pasaron ahí Año Nuevo. A ningún trabajador le dieron permiso de irse a sus casas a pasar las fechas con su familia. La secretaria Ariadna Montiel Reyes se quedó en Chilpancingo en una carpa de la Unidad Deportiva, al sur de Chilpancingo, a esperar la navidad la noche del 24, y el nuevo año, el 31.

Ariadna Montiel pidió pavo para cenar, y muy temprano después de abrazarse por el Año Nuevo se fueron a dormir. A las seis del día siguiente, salieron de nuevo a Acapulco.

El censo

El censo en el que participamos, en los primeros días unas dos mil quinientas personas, fue algo que no se había hecho jamás y espero que no haya necesidad de volver a hacer algo igual; que no pase otro Otis jamás. En el momento más intenso de este trabajoestuvimos en Acapulco unas cuatro mil personas censando. Íbamos y veníamos de Chilpancingo a Acapulco. Terminamos censando a trescientos cuarenta y cinco mil familias. Fue algo intenso, a lo que uno no le veía el fin. Varios de nosotros nos enfermamos de males estomacales, algunos gravemente; otros por la deshidratación y falta de comida. No es que no nos dieran de comer, pero muchos de nosotros regalábamos nuestro luch a la gente que censábamos. Los veíamos que no habían comido y se los dábamos. Decíamos: “Bueno, cuando lleguemos a nuestras casas vamos a comer; ellos no, aquí se quedan”. Y no es que fuera mucho el desayuno que llevábamos, era un atún, galletas, agua y a veces una fruta. Fueron tres semanas muy duras, comíamos algo hasta muy tarde, casi de noche.

Yo tengo la certeza de que no se dejó a ninguna familia sin censar. Peinamos cada zona de arriba abajo. Fue la indicación y eso hicimos. Cada familia, dependiendo del daño, recibió de treinta y cinco mil a sesenta mil para arreglar su casa. Y si eran dueños de algún negocio, también recibió esas mismas cantidades. Yo hice las cuentas. Cada familia, como parte del apoyo, recibió alrededor de doscientos mil pesos. Hubo gente que lo aprovechó bien y no sólo arregló su casa de los destrozos, sino que la dejó mejor de como estaba. Quien hizo eso, empleó bien el dinero que recibió. Pero también hubo gente que no lo invirtió en donde debía. Esa gente va a lamentarlo y padecerlo más adelante.

No sólo recibieron apoyo para arreglar sus casas o sus negocios también un cupón de trece despensas, una por semana; es decir,durante tres meses, recibieron aceite, huevos, leche, arroz, frijol, atún, sardina, galletas, azúcar, su paquete de agua y una tarjeta de quinientos pesos que podían usar para comprar cualquier cosa en tiendas departamentales. El paquete de enseres domésticos: refrigerador, estufa, colchón, vajilla y licuadora.

Vi a la gente agradecer todo este apoyo, pero también escuché de ellos que hubieran preferido mil veces no vivir nada parecido a lo que Otis representa. Tengo la certeza de que, a nadie, jamás se le va a olvidar este huracán. Yo no lo viví, sólo vi sus efectos, pero ojalá nunca volvamos a tener un trabajo así. Yo no quiero volver a sentir este cansancio que me reventaba por dentro. Sigo cansado. A veces pienso que ya siempre me voy a sentir así. Y apenas tengo treinta y dos años.

Cándido Trinidad vive su prueba de fuego a seis meses de Otis

Texto: Margena de la O 

Foto: Javier Verdín y Margena de la O

26 de abril del 2024

Acapulco


Cándido Trinidad de la Cruz volvió del cuarto que le prestan en la casa al lado de donde construye la suya, con un portarretrato flexible de tres hojas y lo extiende para mostrar las fotos de sus hijos, Ángel Martín y Camila de Jesús Trinidad Ortega, y la de su esposa, Janet Ortega González.

Es su prueba de fuego. Una de las sicólogas que lo atendió después del huracán Otis, en plena devastación, incluida la de sus emociones, le dijo que cuando pudiera mostrar las fotos de sus hijos y esposa, y hablar de ellos, la herida comenzaría a sanar.

Aquí está, en plena recuperación. Cuando muestra las fotos, hay momentos en que aprieta la emoción y ahoga el llanto.



Seis meses después del paso de Otis por Acapulco, el huracán más destructor en la historia de México, Cándido se esfuerza por seguir con su vida, que es diferente desde entonces, pero la conserva. En medio de la penumbra, la lluvia y el viento del huracán, casi la pierde, como a su familia.

Una corriente salvaje de agua que se formó en lo más alto de la colonia Nueva Era, se llevó su casa, y en ella, a sus hijos y a su esposa.

El torrente de agua también lo arrastró a él, pero sin que pueda explicarse cómo o por qué, salió de ese aluvión con furia. Los cuerpos de sus hijos y esposa siguen sin ser localizados.

Ahora está motivado por el apoyo que ha tenido de personas que ni conocía, pero supieron lo que le pasó. “Ha habido gente que me ha apoyado muchísimo”, dice.

Producto de ese apoyo, construye su nueva casa, que ahora compartirá con su madre y su padre, María Concepción de la Cruz y Arturo Trinidad, en el mismo terreno familiar, pero en el área más firme.

Desde el jueves 18 de abril, suspendió la venta de las aguas naturales de fruta que ofrece en la calle Morelos, cerca del zócalo, para comenzar con los trabajos. Ese día, llegó el grupo de menonitas de Chihuahua que le construirá su casa.

Para el domingo 21, que descansaron, se notan los avances de tres días. El espacio donde levantarán la casa ya está emparejado. Debió ser un trabajo duro, porque el terreno está sobre una loma rocosa y de tierra correosa.



Para llegar hasta este momento, Cándido ha vencido varios retos. El primero fue pararse del sillón donde convalecía por la cortada que se hizo en el tobillo derecho cuando el agua lo arrastraba, la noche de Otis. Aunque en realidad, su malestar más asfixiante e inmovilizador era la emoción de su pérdida.

Venció el sillón unas semanas después ante la insistencia de su hermano menor, Arturo, que le pedía seguir con su vida. Aún recuerda parte de lo que le dijo: “Échale ganas… entonces no tiene caso lo que uno está haciendo por ti. Y toda esa gente que ha venido desde lejos, entonces no ha valido la pena”.

Después, a mediados de febrero, cerca de los cuatro meses, retomó la venta de aguas de fruta en el zócalo. El día que volvió a la esquina donde monta su puesto, había una larga fila, como cuando esperan por las tortillas. “Eso más me levantó”, recuerda.


Un instante de la noche de la furia

Era la segunda cubeta con agua que Cándido sacaba del primer cuarto de la casa cuando sintió que una corriente inesperada lo elevaba. Unos minutos antes estaba refugiado en la recámara principal, con su familia y una amiga de su esposa, pero salió para intentar bajar el nivel del agua que se filtró en el otro cuarto.

En un instante, la corriente llevaba consigo a Cándido cuesta abajo sin resistirse, como quien flota en una piscina, entregándose a su destino. Unos metros después sintió un borde de tierra que casi de manera involuntaria lo puso de pie. Estaba en la calle principal de su colonia.

“Parece que me agarró su mano de Dios y me sacó”, es como Cándido explica su sobrevivencia.

Para ese momento, era alrededor de la una de la mañana del 25 de octubre del 2023.

Cándido subió sobre la calle para regresar a casa, pero en ella ya no estaba nadie de su familia. La bestia de aire y agua que esa madrugada pisó Acapulco arrancó los dos cuartos y se los llevó hacia el canal de desagüe que desemboca en el mar, el cual se aprecia desde la colonia como una panorámica.

Dentro del terreno de la familia Trinidad de la Cruz, Cándido construyó la casa para su esposa y sus hijos en el espacio que da hacia la calle, un camino ascendente pavimentado. Es la parte menos alta de la propiedad familiar, porque gran parte de la colonia está distribuida sobre un cerro alto.

En la casa, estaban sus hijos, Ángel Martín, de 16 años; Camila de Jesús, de 13 años; su esposa Janet, de 37 años; la nuera de ambos, Arely Texta Sánchez, una adolescente también de 16 años. Hacía poco que su hijo llevó a vivir con ellos a su novia, a quien fue a seguir hasta Colima. La condición que les puso Cándido a ambos es que siguieran con sus estudios, cursaban el CBTIS 14, que está muy cerca de lo que era la casa.


En este espacio a espaldas de Cándido estuvo la vivienda que se llevó el huracán. Foto: Margena de la O.

Estefanía Orozco, una mujer de 24 años, también estaba de visita con ellos. Era amiga de Janet y venía de la Ciudad de México a trabajar por ciertas temporadas.

Amapola, periodismo transgresor documentó por primera vez este caso el 30 de octubre del 2023, a raíz de que la madre y el esposo de Estefanía llegaron al puerto para hacer todo por rescatar su cadáver. El primer punto de búsqueda fue desde la Nueva Era hasta el otro lado de la carretera que lleva hasta Pie de la Cuesta, y que desemboca al mar.

Junto a Arturo Trinidad, padre de Cándido, contrataron una máquina pesada para hacer un rastreo en el desagüe. Eso generó que en medio del caos por la devastación, elementos policiacos, de protección civil y rescatistas humanos y caninos se sumaran a las labores y montaran una operación de búsqueda sobre el cauce en dirección al mar.

Hasta ese momento, el único cadáver localizado era el de Arely. Los vecinos, con sus propias herramientas, lo sacaron del cuello más visible del desagüe, donde se hizo un tapón, a un lado de la colonia. El pelo del cadáver de la adolescente se asomaba entre el escombro.

La madre de Estefanía, que durante toda esa tarde se movía de un lugar a otro y repetía que no se iría sin su hija, siguió por su cuenta con la búsqueda. La familia de Cándido supo que al final halló el cadáver en la playa Icacos, un punto muy alejado de la Nueva Era.

En toda esa operación de rescate, Cándido no estuvo presente. Su padre, que también daba vueltas durante el rastreo, comentó entonces que estaba en la casa de ellos, recostado porque no podía caminar por la lesión en su pie. Pero su problema mayor, se sabe ahora, era su depresión.


Cándido Trinidad Cruz y su madre colocan un altar con velas e imágenes en memoria de su esposa y sus hijos en el preciso lugar donde la corriente se los llevó. Foto: Javier Verdín.

En un recorrido por donde estaba su casa, Cándido reconstruyó parte de lo que sucedió.

Antes de salir del cuarto principal, donde todos estaban amontonados en una litera, escuchaba la fuerza del viento que, sin exagerar, levantaba las piedras y las lanzaba como si alguien lo hiciera de manera intencional.

Después de lo que le pasó a él y su familia, ningún relato es desproporcionado. La furia del huracán categoría 5 se vio por todo Acapulco.

En un rincón sobre el borde de la calle por donde guía el recorrido Cándido, abajo donde ahora construye su casa, hay un altar con flores y las fotografías de sus hijos y esposa. Es un espacio pequeño, seguido de una especie de despeñadero.


El altar con velas e imágenes en memoria de la esposa e hijos de Cándido. Foto: Javier Verdín.

Resulta que en ese lugar, antes del huracán, había una amplia base de tierra, y en ella estaba la casa de Cándido y su familia.

“…no te reconstruyes, lo asimilas”

Este domingo 21 de abril, pasadas las dos de la tarde, el sol pega fuerte en Acapulco, pero Cándido, su madre, su hermano Arturo –Walter, su otro hermano, no está en casa–, sobrinos y algunos conocidos de ellos están sentados en medio del terreno recién emparejado, como quien contempla un paisaje, aun cuando un improvisado techo de manta cubre sólo una parte.



Ese espacio, dentro del mismo terreno familiar, pronto será una casa, la que Cándido comparta con sus padres. Antes del huracán, en este punto estaba la modesta vivienda de María Concepción y Arturo, que también afectó el huracán, sin saldos mayores a las pérdidas materiales como la mayoría de las familias de Acapulco.

Los tres tendrán una nueva casa por los apoyos y donaciones que han recibido, como el de la comunidad de menonitas asentados al norte del país, que trajeron el material, las herramientas y pagan la mano de obra y la comida para la misma familia de Cándido, a quienes subcontrataron para, además, darles empleo. Con todo lo que se perdió en el puerto, lo que más hace falta es personal para construcción.

El compromiso que los menonitas hicieron con Cándido, a dos meses de conocerse, fue que le construirían su casa. Y ya la comenzaron.

Con eso, parece que le inyectaron una dosis de bienestar a la familia, en el proceso de asimilar su nueva versión.

“Todo se está valorando. A veces, en la familia, uno pelea, uno discute, tiene diferencias, pero cada uno está tomando una reflexión”, dice Cándido sobre la unión que ahora hay en su familia.

Él se esfuerza porque así sea, y lo está “viviendo al máximo”. Pero admite que es complicado, porque la herida es interna y profunda, en la zona de las emociones, y seguro le dejará cicatriz.

“Es difícil, porque no te reconstruyes, lo vas asimilando, porque dentro está el dolor”, expone cuando habla sobre cómo se siente.

Después, él mismo ofrece mostrar las fotos de su familia y se dirige al cuarto de la casa que habitan de manera provisional. La mujer que cuida la vivienda al lado de su terreno habló con sus parientes para prestárselas, mientras los Trinidad de la Cruz levantan la suya.

De allá sacó el portarretrato con las tres fotografías. Sus hijos todavía son unos niños en esas imágenes; su esposa está al centro, flanqueada por ellos.

Cándido dice sus nombres y sus edades, y su voz cambia ligeramente, pero recupera el tono y sigue.

Hotel Flamingos: de los tiempos de la pandilla de Hollywood a sus tres habitaciones disponibles por culpa de Otis

Texto y foto: Marlén Castro

2 de enero del 2024

Acapulco

Sólo tres, de 36 habitaciones para la temporada de fin de año debido a los embates del huracán Otis, tuvo disponibles el Hotel Flamingos, conocido por sus paredes rosadas y su ubicación en uno de los acantilados de más altura del puerto de Acapulco.

El Flamingos, famoso porque era la guarida de la llamada Pandilla de Hollywood, tuvo tres décadas de esplendor y glamour, de 1950 a 1983, de acuerdo con folletos del hotel e inscripciones y fotografiadas colgadas en la hospedería.

La presencia de estrellas de cine, amigos de Johnny Weissmüller, su fundador, quien protagonizó las primeras versiones de Tarzán, el rey de la selva, de acuerdo con las cintas de Hollywood, dotaron a la zona que se conoce como Acapulco tradicional, del glamour y elegancia que atrajeron todo tipo de visitas al puerto.

La pequeña selva que rodea las habitaciones sigue devastada, aun así, es una de las mejores vistas para disfrutar de un atardecer en este punto del océano pacífico.
Miguel Ángel Lozano, uno de los pocos empleados de guardia en la hospedería, el primer día del 2024, come tranquilo en el restaurante de manteles estilo mexicano. El servicio de comida no está disponible los lunes, pues con esfuerzo para seguir en pie, a pesar de los daños, el restaurante abrió hace un mes.

Imágenes de los estragos aún visibles del Hotel Flamingos, la hospedería emblemática de los años de esplendor del puerto de Acapulco.
Por su ubicación en uno de los acantilados más altos del puerto de Acapulco, El Flamingos es uno de los hoteles más visitados por los turistas.

No hubo servicio el primer día del año y varios clientes que querían disfrutar aquí el primer atardecer del 2024, lo resintieron. Llegaban a la hospedería felices y se regresaban con tristeza pues no había comida disponible.

De esos años de esplendor al Hotel Flamingos sólo le queda la fama. Otis arrasó con los últimos destellos de su gloria. Sus 36 habitaciones fueron devastadas. A dos meses y seis días del huracán categoría cinco, a pesar de la limpieza de parte de los mismos trabajadores, todavía son evidentes los estragos, y sólo tres habitaciones fueron habilitadas para finalizar 2023 y comenzar el año nuevo.

Los esfuerzos para rehabilitarlo son evidentes. Miguel Ángel Lozano cuenta que los mismos trabajadores lo están levantando. “Es nuestra fuente de trabajo y nos interesa que se recupere”, afirma.
El restaurante ya observa algunos cambios. Los troncos de las palmeras caídas sirvieron para reforzar el techo del restaurante y enfatizan el toque costeño desde donde se aprecia el azul intenso del océano pacífico.
Para colmo, Adolfo Santiago González, conocido como Fito, el heredero de Johnny Weissmüller de la hospedería, falleció el pasado 14 de diciembre, a los 90 años.

Fito estuvo en el hotel la noche y madrugada del huracán. No falleció producto de los daños, su casa en el mismo hotel, resistió los vientos huracanados de 270 y 320 kilómetros por hora, murió de una larga enfermedad y por la misma edad, a las seis semanas del fenómeno que destrozó su herencia.

El escenario es hostil para la hospedería, aun así, en año nuevo tuvieron una buena noticia. Se instaló como cada año, desde hace por lo menos un par de décadas, un estadounidense que llega al Flamingos para huir del invierno en el norte del continente. Para los empleados significó la esperanza de que el hotel recuperará su esplendor.

Cada año, durante la época invernal, se hospedan varios clientes estadounidenses, canadienses y de países europeos. Ya llegó el primero. Esperan la confirmación de otros para atenderlos en las pocas habitaciones disponibles.

Acapulco: el infierno que dejó Otis

Texto: Marlén Castro

Fotografía: Redes

Chilpancingo

25 de octubre del 2023

 

–Busqué la manera de salir, aunque sea a Chilpancingo, pero no hay forma–, se escucha decir a un turista que quiere escapar del infierno en que Otis convirtió al paraíso del caribe.

Acapulco ya no es más el paraíso, por lo menos no este miércoles 25 de octubre.

Las palmeras no se mueven al viento del trópico. Están amontonadas en el suelo, lo mismo que algunos árboles. Algunas palmeras siguen erguidas, pero se nota que hicieron frente a rachas de vientos devastadoras.

Aunque ya está avanzado el día hay poca información de los daños que hay en Acapulco.

La poca que llega es a través de videos que usuarios sueltan en las redes. Este que se describe es del reportero Rangel Ventura de Noticias Reporte Guerrero. A Rangel Ventura le dice el turista que quiere salir de Acapulco y le dice también que estaba…

No se sabe quién es el turista que quiere salir de Acapulco y que, dice, estaba hospedado en el Fiesta Americana y que le urge llegar aunque sea a Chilpancingo, que lo intentó pero que no halló paso y ahora está de nuevo circulando para intentarlo por otra salida. Se dirige a La Diana. En esa ruta van todos los autos.

El recorrido por la costera, en dirección al Acapulco tradicional, es una muestra de cómo quedó el paraíso. Las personas que circulan en los autos evadiendo obstáculos como árboles, palmeras caídas y materiales de construcción arrancados a edificios, van a la Diana, al punto de salida del paraíso.

El carril normal de la costera Miguel Alemán hacia el Acapulco tradicional está completamente inhabilitado, los autos van por el carril contrario. Van a vuelta de rueda, evadiendo los obstáculos. Algunas personas caminan, rápido, como buscando algo.

Muchas personas de la zona Centro y de otras partes del estado no tienen comunicación con sus familiares.

“Estoy angustiada, no sé qué pasó con mi hijo, cómo está”, comparte una maestra desde Chilpancingo. Su hijo vive en Acapulco. Ya llamó varias veces al celular y no hay señal. No hay red de internet. Las horas transcurren este miércoles sin noticias.

El video que muestra la devastación es explícito. Algunos de los edificios por los que pasa que albergan los negocios emblemáticos de Acapulco están desnudos. El recorrido es por el Acapulco dorado. Los hoteles están en pie, pero en ruinas. Los restaurantes y bares por igual.

Del bar Barba Roja se ve lo indispensable para saber que es el famoso antro que abre las 24 horas del día, todos los días de la semana. El restaurante La Langosta está igual. Quedó algo de fachada. De otros negocios ni fachada hay.

Así está Acapulco, el paraíso. No hay sol, no se ve el azul profundo del océano, sólo se ve un cielo atiborrado de nubes. La devastación en el paraíso.

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