Amojileca: el pueblito pintoresco para descansar, comer pozole y tomar mezcal

Es importante ir a la casa de Rita Martínez Bustos, quien junto a su esposo, hace 12 años, fueron los creadores del mezcal de sabores frutales 100 por ciento naturales, además tienen una fábrica de mezcal y, por supuesto, es casi obligado ir a la Granja Amojileca


Texto: Beatriz García

Fotografía: Amílcar Juárez

24 de marzo del 2022

Chilpancingo

Amojileca es un pueblo pintoresco, aromático, de descanso y recreación a sólo 20 minutos de Chilpancingo. En este lugar el pozole, el mezcal en distintas presentaciones y un parque ecológico se convirtieron en un emblema.

El pueblo está en una de las faldas de la sierra de la capital, rodeado de montañas boscosas donde abundan lo pinos, las parotas, los ayacahuites, yoyotes y cedros. Ahí está la parte más cristalina y limpia del río Hucapa; desde la altura de un cerro se puede ver dónde nace el afluente y cómo cruza por el pueblo.

Aunque todos los días recibe visitantes esta comunidad, el jueves y el domingo son los dos días que más visitantes hay, porque es tradición en Guerrero comer pozole –un caldo de granos de maíz y carne de cerdo-.

De camino de Chilpancingo a Amojileca hay muchas zonas boscosas y un clima fresco.

Al llegar a Amojileca te darás cuenta que el poblado está dividido en dos calles, la que llaman principal y una contigua, ahí están las casas perfectamente delineadas una con otra, la mayoría son de un piso y muchas de ellas aún están construidas de manera tradicional, de madera, adobe y techados de teja o lámina.

Para conocer un pedacito de Amojileca es necesario comer pozole, sobre todo en alguna de las casas de la comunidad, que es lo más tradicional.

También hay restaurantes, pero algunos habitantes aseguran que son operados por gente de la ciudad de Chilpancingo, que no nativos del pueblo, por eso es mejor comer en alguna casa que ofrece este platillo típico.

También es importante ir a la casa de Rita Martínez Bustos, quien junto a su esposo, hace 12 años fueron los creadores del mezcal de sabores frutales 100 por ciento naturales, y además tienen una fábrica de mezcal y por supuesto, es casi obligado, ir a la Granja Amojileca, un parque de educación ambiental que cuenta con un mariposario, un venadario y una tirolesa, además es perfecto para campar.

El pozole, un emblema de la comunidad

Es viernes y aunque en Amojileca no es día de pozole, en casa de Eugenia Lorenzo Organista se apresuran a recalentar el pozole en su fogón de leña, mientras rebanan zanahoria, cebolla y chile para agregarles limón y sal y con esta ensalada acompañar el pozole que después servirá a los comensales en una cazuela de barro.

Después limpia los chiles jalapeños que en su interior pondrá una mezcla de cebolla, queso y crema, así tener listas una botana típica: los chiles capones, que también acompañará el platillo.

La mujer contó que además prepara otras botanas para los comensales los días de pozole, como patitas de puerco, carnitas, tacos dorados y tostadas.

En la casa de Eugenia Lorenzo está montado uno de los 10 negocios de venta de pozole que hay en la localidad en viviendas particulares, además de los seis restaurantes que hay en Amojileca, de acuerdo a algunos habitantes. Algunos son restaurantes y otros específicamente de venta de pozole en casas particulares.

“A nosotros casi siempre nos compra la gente del pueblo”, expresó Eugenia respecto a las personas que venden en sus casas.

Eugenia explicó que en las casas que venden pozole hay un ambiente de familiaridad y confianza, es por ello que quienes acuden a comprarles son la misma gente del pueblo.

Ella tiene apenas un año vendiendo pozole en Amojicela, pero en casa de su madre Paula Organista lleva vendiendo pozole desde hace 12 años.

“En casa puedes andar vestida como quieras, no necesitas traer un uniforme, acá la casa es sencilla”, insistió.

Al comer pozole en casas, el dinero va directamente a la economía de las familias del pueblo. Al mismo tiempo de consumir en las viviendas, las familias apoyan comprando el maíz para preparar el pozole con los mismos lugareños.

Los habitantes del pueblo saben que muchos de los restaurantes del lugar son de personas de la capital, quienes emplean a gente del pueblo.

Poco a poco el aroma del pozole impregna la casa de madera de Eugenia, que está pegadita a un cerro, que la vuelve fría, pero que el fogón poco a poco calienta el espacio.

Ahora sí, la mujer sirve las cazuelas del pozole. Después sirve los aditamentos, en un plato están los chiles capones, en otro más aguacate, chicharrón de cerco, tortillas fritas, cebolla, chile, limón y sal. No pueden faltar las copitas de mezcal, servidas en los vasos que en el pueblo las llaman “de cruz”, que en realidad es el tamaño de un vasito de vela, que en la parte superior tiene pintada una cruz.

El mezcal de Rita, su lucha contra el cáncer originó la tradición del mezcal con fruta macerada

Es momento de visitar la casa de Rita y de su esposo Bruno Adame Pastor, quienes fabrican el mezcal de sabores frutales, totalmente naturales, sin azúcar, con miel.

Estos mezcales se volvieron una tradición en la comunidad, y otros lugareños también comenzaron a elaborarlos. En realidad, esta creación fue por una situación dolorosa a la que se enfrentaron: a Rita le detectaron cáncer de mama.

Bruno era transportista, pero tuvo que abandonar su empleo para acompañar a Rita en los procesos médicos que debía enfrentar, al mismo tiempo su situación económica mermó.

“Llegó el momento que ya no tuve dinero para las quimios de ella, para el medicamento, biopsias, mastografías y teníamos mucho mezcal blanco, ya la desesperación empezamos a inventarlo”, dijo Bruno mientras señala una botella de mezcal con fruta macerada de maracuyá que está en su mesa junto a otras de sabores variados.

A Rita se le ocurrió producir mezcal con fruta, que además la volvería una bebida fresca y que podía degustarse en fiestas. Pero algo importante es que no debía llevar saborizantes ni azúcar refinada, por su experiencia sabía que esos productos producen cáncer.

La elaboración de la bebida se les facilitó porque la familia de Bruno tiene una fábrica de mezcal –que en otro momento visitaremos cuando se esté produciendo- entonces sólo faltaba hacer las mezclas, y además, con ella, tendría una variedad de bebidas con mezcal que ofrecería a sus compradores: mezcal puro, mezcal de avispa, preparados de mezcal fermentado con frutas picadas o yerbas como anís, ajenjo, damiana, toronjil o menta, y por último el mezcal con frutas maceradas.

Bruno empezó a salir a otras comunidades a ofrecer la bebida con conocidos. Tuvo éxito.

“Gracias a esto, mi mujer lleva 11 años con cáncer y gracias a esto pagué todo lo que debía”, expresó el mezcalero.

Este preparado de mezcal, nunca lo patentó la pareja, ahora muchos lugareños y fuera de la localidad lo hacen.

“La misma necesidad, la misma ignorancia, nunca lo patentamos”, añadió Bruno, mientras sirve un caballito de mezcal de café italiano, granos que le regalaron.

Tiene otra justificación para no haberlo patentado, de haber sido así tendría que haber aumentado costos por el embasamiento en vidrio y el etiquetado, y lo que le interesa es que no se encarezca el producto, pero la garantía de calidad es el preparado de mezcal con fruta.

Rita es la encargada de prepara las pulpas de fruta, con una receta secreta, entre ellas más de 30 mezclas como: fresa, durazno, mango, limón, mora, uva, naranja, piña, betabel, mandarina, chocolate, piña colada, café, coco, nuez.

Pero si a Bruno le hacen un pedido especial de mezcal con saborizantes –porque así lo pide el cliente- como el de chicle o pistache, los hace.

Durante estos once años, además de enfrentar el cáncer con su esposa, Bruno ha movido en diferentes estados el mezcal con fruta macerada, principalmente en Michoacán y Guanajuato, además de otros municipios de Guerrero, pero además a su casa han acudido extranjeros a consumirlo. El año pasado, en

Michoacán, preparó 100 litros de la bebida para una boda, y es así como buscan a Rita y a Bruno, para que su bebida sea parte de los festejos de sus compradores, al mismo tiempo que ella sigue su batalla contra el cáncer.

La Granja Amojileca un lugar de descanso y recreación en medio de la naturaleza

Para finalizar la visita en Amojileca es obligado ir a la Granja Amojileca, un parque de educación ambiental, ubicado en el kilómetro 1.5 del tramo Amojileca-Omiltemi, de la carretera Chilpancingo-Jaleaca de Catalán, propiedad de la familia Villanueva Castro.

Al llegar a ese punto carretero lo que delata el inicio de la Granja Amojileca es una gran lona puesta sobre una puerta de tela de metal que dice: “Granja Amojileca. Tirolesa. Venadario. Comida típica. Mariposario. Museo del Reciclaje”.

Al entrar lo primero que observas son plantas y flores en artículos de segundo uso que ahora fungen como macetas, abundan zapatos, llantas, bicicletas, conos de señalamientos, trastes, bacinicas, una cafetera, botellas, una taza de baño, juguetes, este es la construcción del Museo Guerrerense del Reciclaje (Mugre), contó el profesor, Elino Villanueva González, uno de los propietarios de este museo.

Antes de iniciar el recorrido en la Granja con alumnos de la secundaria Eucaria Apreza de la localidad, que el mismo profesor guió, se sienta en el corredor principal de los dos que hay en el lugar, donde los domingos es restaurante, pero también es espacio para campar, hacer parrilladas o dar platicas, como momentos antes, cuando leyó unas crónicas a los jóvenes que él mismo escribió.

Hace 20 años surgió la idea de este proyecto ecoturístico y coincidió con la adquisición de este predio de siete hectáreas, rodeado de cerros y zonas boscosas, tres manantiales, 200 metros de río Huacapa – que rodea a la granja- que es una herencia familiar del profesor y su esposa María Magdalena Castro Bautista.

La consideración para que les donaran el terreno era que debían hacer “algo bonito para el pueblo”.

Entonces, hace 16 años, el profesor y su familia regresaron de Baja California Sur, donde habitaban, ahí comenzó la aventura para gestar la Granja Amojileca, que subsiste con las donaciones de visitantes, de proyectos para obtener recursos económicos y ahora con el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, con el que emplean a mujeres y hombres, y con los que coadyuvan para cumplir con el lema “otra forma de ver el mundo”.

Este proyecto tiene la idea de revertir la cultura de desdén por la naturaleza que prevalece en Chilpancingo. Además de ofrecer espacios de descanso y recreación

“La idea son tres líneas básicas, cero marcas, cero partidos políticos y cero candidatos, en el momento que aquí se notara una línea política el proyecto se deshacía”, manifestó.

En el recorrido con los alumnos el profesor explica a una veintena de jóvenes en qué consiste el Mugre.

Luego emprenden la subida a la parte alta de la Granja. En el trayecto hay unos corrales de gallinas guajolotes, también hay estanques con agua, un estanque con tortugas. Más adelante está otro corredor con parrillas para asar carnes y acampar.

La segunda parada es en el venadario, en una parte más alta del lugar, donde se conserva y preserva a los venados cola blanca en peligro de extinción.

Los jóvenes toman trozos de zanahoria y se acercan a la malla metálica para ofrecer alimento a los animales, que están domesticados para tener contacto con los visitantes. El profesor les explica brevemente los términos legales para tener a los animales ahí, su alimentación y la preservación de la especie.

El camino es largo. Por un sendero los alumnos continúan la caminata, hasta llegar al mirador, desde ahí se ve la dimensión completa de Amojileca, el agua cristalina del rio, parcelas de maíz y aguacate, además de las calles trazadas del pueblo y los enormes cerros reverdecidos que lo rodean. Ahí está la tirolesa de 140 metros de largo y 40 metros de altura. El lance, tiene un costo de 50 pesos. Además es la manera más corta de regresar a la parte baja y terminar el recorrido, de lo contrario debes regresar por el lugar que llegaste.

La mayoría de los jóvenes, uno a uno, se animan a lanzarse por la tirolesa. La adrenalina se les nota desde que se les coloca el equipo de seguridad, las manos les sudan y las agitan en repetidas ocasiones.

El trayecto terminó. Ahora es momento de firmar y dejar un mensaje en los cuadernos de visitas del lugar, en el que los propietarios aseguran que suman más de un millón. Pronto la noche caerá.

 

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