El sexto autobús de la noche de Iguala

En la noche de la desaparición de los 43 normalistas participó un sexto autobús, el 2513 de la línea Costa Line. Así como el GIEI considera que en “el quinto autobús” están las claves para conocer las razones del ataque, la CNDH considera que la investigación exhaustiva “del sexto autobús” es la pieza que falta a este rompecabezas de desaparición


Texto: Marlén Castro

Fotografía: Amapola Periodismo / Archivo

26 de julio del 2020

Chilpancingo


El autobús 2513 de la línea Costa Line cubría la ruta Acapulco-Iguala la tarde-noche del 26 de septiembre del 2014, fecha en la que desaparecieron los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos.

Alrededor de las ocho de la noche llegó al punto conocido como Rancho del Cura, en las inmediaciones de Iguala. Traía 28 pasajeros. Algunos de esos ocupantes abordaron la unidad desde la terminal de Ejido, del puerto de Acapulco, de donde habría salido cerca de las dos de la tarde, otros más, subieron en Chilpancingo, cerca de las seis y media, de acuerdo con el testimonio del conductor a la Procuraduría General de la República, ahora Fiscalía, aunque en un segundo testimonio, el conductor señaló que salió a las cuatro de la tarde con quince minutos.

Los autobuses en los que se movieron los estudiantes esa noche en Iguala son claves, como las razones por las que se trasladaron precisamente a esa ciudad a tomarlos. Esa noche, usaron seis autobuses: los dos Estrella de Oro, el 1531 y 1568, en los que salieron de la Normal rumbo a Iguala; los dos Costa Line, 2012 y 2510, que tomaron en la Central, junto con el 3278 de la Estrella Roja, al que se le conoce como “el quinto autobús” y el 2513, de Costa Line, el primero que toman y que interceptan en El Rancho del Cura; en el que llegaron a la Central y no pudieron sacar.

El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) considera que “el quinto autobús” es la clave para esclarecer la razón del ataque y el paradero de los estudiantes. Amapola. Periodismo transgresor publicó el 26 de febrero del 2020 un trabajo al respecto, que contiene una entrevista exclusiva a quien en las investigaciones la ex Procuraduría General de la República ubica como el conductor de la unidad 3278.

En cambio, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) estableció en su recomendación del 2018 que el autobús 2513, de Costa Line, es la pieza del rompecabezas que hace falta para conocer las razones de las agresiones de esa noche, las que costaron la vida a otros tres estudiantes y a tres ciudadanos.

Este autobús fue interceptado por los normalistas con la intención de quedárselo, pero el conductor y un pasajero negociaron con los estudiantes que permitieran la llegada a la Central, la que se ubica en el corazón de la ciudad de Iguala.

Una vez en la Central, el conductor se bajó y dejó a los estudiantes encerrados. Por esa razón, entraron a la ciudad los normalistas que, a bordo de las unidades 1531 y 1568, de la Estrella de Oro, se quedaron a esperar a sus compañeros en El Rancho del Cura.

¿Por qué el conductor no entregó el autobús a los normalistas en la entrada de Iguala? ¿Por qué no cumplió cuándo llegaron a la Central? ¿Por qué un pasajero del autobús insistió en negociar con los estudiantes llegar hasta la Central? ¿Quién es ese pasajero? Son algunas de las preguntas que planteó la CNDH en relación al sexto autobús. Las que a cinco años y 10 meses de los hechos siguen sin respuesta.

Esta información es extraída de la recomendación de la CNDH 15VG/2018, Caso Iguala, del capítulo Acerca de las motivaciones que originaron las agresiones contra los normalistas de Ayotzinapa, contenida en las páginas 1310-1389.

Con el nuevo gobierno federal, la ahora Fiscalía General de la República (FGR), con Alejandro Gertz Manero al frente, replanteó la investigación sobre la desaparición de los normalistas. En esta nueva etapa, las hipótesis del GIEI acerca de la participación de las instituciones del Estado en la trama de la desaparición son un cambio fundamental.

En la imagen, el sexto autobús del Costa Line en el que llegaron los estudiantes normalistas a la Central de Autobuses de Iguala, la noche del 26 de septiembre, de acuerdo con los videos que forman parte de la investigación.


La hipótesis de la CNDH que acompaña al sexto autobús

El sexto autobús y la proposición de que éste encierra las claves de la desaparición de los 43 normalistas fue rechazada por las madres y los padres de los estudiantes, y por organizaciones sociales.

Incluye un tema delicado, relacionado con uno de los flagelos de este país: el tráfico de drogas. La criminalización de los estudiantes es parte de esta línea. La CNDH señaló la probable infiltración entre los normalistas de un grupo criminal, entonces fuerte en varios municipios de la zona Centro: Los Rojos.

Los Rojos peleaba el control territorial de Iguala con los Guerreros Unidos, asentados principalmente en Iguala. En Tixtla, la ciudad en la que está la Normal de Ayotzinapa, Los Rojos también disputaban el control a otro grupo criminal: Los Ardillos, de acuerdo con lo que incluye el organismo en un apartado de la recomendación que llama Contexto de la Normal. Esta parte es muy parecida a lo que fue el sustento de la anterior versión oficial conocida como “la verdad histórica”.

La hipótesis de la CNDH sobre el ataque a los normalistas establece que “los normalistas habrían sido identificados o confundidos con miembros del grupo criminal de Los Rojos”.

Agrega que esta hipótesis “se corona con la interferencia del autobús Costa Line número 2513 en el sitio conocido como Rancho del Cura, circunstancia que se sumó a los señalamientos que identifican a algunos líderes estudiantiles con Los Rojos”.

En la recomendación, la CNDH establece que para dar sustento a esta hipótesis, “sería necesario entonces saber ¿a quiénes de los normalistas se identificaba como integrantes del grupo criminal de Los Rojos? o ¿Qué normalistas fueron confundidos con Los Rojos? y ¿Por qué los identificaron y/o confundieron?


La toma del sexto autobús

De acuerdo con los testimonios y las imágenes disponibles, alrededor de las ocho de la noche del 26 de septiembre del 2014, los normalistas arribaron a las inmediaciones de Iguala a bordo de los autobuses Estrella de Oro, el 1531 y 1568, de los que partieron de la Normal.

El autobús 1531 se ubica en el lugar denominado Rancho del Cura y el 1568 en la caseta de cobro. Dice la CNDH que los videos de esos momentos demuestran que “no existe la intención de tomar autobuses ni de botear por parte de los normalistas”.

“Incluso por la caseta se observa el paso de cuatro autobuses que no son interceptados por los estudiantes”.

De las imágenes de la caseta se observa que del autobús 1568 sólo bajan dos normalistas: Bernardo Flores Alcaraz, apodado por sus compañeros como El Cochiloco, uno de los 43 estudiantes desaparecidos. La CNDH no habla de quién es el otro normalista.

Después de las ocho de la noche y de haber dejado pasar cuatro autobuses interceptan el autobús 2513 de Costa Line. Los normalistas que “lo toman” le indicaron al chofer que se quedarían con la unidad. El conductor informa que ya no trae líquido anticontaminante y que por esa razón no los podría llevar a donde ellos deseaban.

La CNDH anota que la oposición del conductor a que los normalistas se lleven la unidad “es inexplicable” porque todos los choferes tienen instrucciones de las empresas de dejar que los estudiantes tomen las unidades y, de ser necesario, se vayan con ellos para cuidarlas.

El organismo estableció “que llamaba significativamente la atención, la decisiva intervención que en la situación tuvo uno de los 28 pasajeros que viajaba en ese camión, quien por sí mismo, asumiendo unilateralmente la representación de todos los pasajeros, tomó la iniciativa y sostuvo un diálogo con los estudiantes a quienes mostró su decidida y franca oposición a la toma del autobús”.

Ese pasajero, indica la CNDH, preguntó a los estudiantes que quién era su líder para dialogar “entonces se abrió la puerta y como diez estudiantes subieron al autobús y ahí los pasajeros hablaron con ellos y llegaron a un acuerdo”.

El acuerdo consistió en que esos estudiantes irían a bordo del autobús, los pasajeros descenderían en el exterior de la central y la unidad, el chofer y los estudiantes regresarían al Rancho del Cura, pero eso no pasó.

De acuerdo con otro grupo de imágenes, el conductor ingresa el autobús a la central, lo estaciona en uno de los andenes, bajan los pasajeros y después el chofer apaga el motor, retira las llaves, desciende y se dirige al área de servicio de su empresa.

Los normalistas al ver que el conductor incumplió el acuerdo, marcaron a sus compañeros, los pusieron al tanto de lo que había ocurrido, razón por la que los normalistas que se quedaron en los autobuses 1568 y 1531 se trasladaron a la central de autobuses, en el centro de Iguala.

El autobús 2513 se queda en la terminal. Existe el video en el que se observa cómo, ante el enojo por lo que les hizo el conductor, los estudiantes apedrean la unidad, y se observa cómo toman los dos Costa Line 2012 y 2510. También imágenes de cuando salen a bordo de ellos. A su salida de la ciudad, ocurren los ataques, en los que tres jóvenes son asesinados y 43 desaparecieron.

Los estudiantes normalistas de Ayotzinapa toman autobuses para participar en marchas.


Las interrogantes del sexto autobús

La CNDH encontró en la investigación de la ex PGR elementos para establecer que en el autobús 2513 existen evidencias para conocer los motivos de la agresión, entre ellos, una serie de mensajes obtenidos en la intercepción de comunicaciones entre dos integrantes de Guerreros Unidos, que forman parte de la causa 14 CR 705 del Tribunal de Distrito de los Estados Unidos remitidos a la PGR por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, integrados a la Averiguación Previa del Caso Iguala.

De estos mensajes, establece la CNDH, se desprende la versión de que en ese autobús 2513 viajaba una señora informante del grupo criminal Guerreros Unidos que refirió que la unidad fue abordada en Chilpancingo por hombres armados, que eran del grupo contrario al de ella, razón por la cual se bajó “en cuanto pudo”. La mujer habría informado a sus superiores y estos la amonestaron por haberlo hecho, pues, tenía la misión de “cuidar” “algo” que contenía ese autobús.

Dice la CNDH en la recomendación que el Ministerio Público de la Federación debe investigar “la férrea intervención del pasajero que junto con el chofer se opuso a la toma de la unidad”.

También sugiere que las investigaciones incluyan “si la unidad pudo llevar alguna carga específica que, tanto pasajero como conductor, estimaban debía llegar a su destino final, porque el autobús llegó a la central para no salir”.

Destaca la CNDH en la investigación sobre la existencia de un “documento ilegible que contiene la lista de pasajeros del autobús”.

Destaca también la inconsistencia de que a los cinco autobuses involucrados en la noche de Iguala se les haya practicado un escaneo de 360º con rayos X, tipo ZBF (un método que se utiliza para inspeccionar e identificar mercancías sospechosas en los sistemas de transporte), menos al 2513.


La delicada línea de la infiltración

Amapola. Periodismo transgresor publicó en septiembre del 2019, el especial Ayotzinapa: vivir infiltrado, en el que 17 egresados, de diferentes generaciones, hablan acerca de la infiltración en la Normal, prácticamente desde su creación, en 1929.

De sus testimonios, se desprende que en los últimos años han vivido cercados también por el crimen organizado.

El crimen organizado, como sostiene el colombiano Norberto Emmerich en el libro Geopolítica del narcotráfico en América Latina, no es ajeno o algo separado del Estado.

El crimen organizado ha formado parte del engranaje del régimen político y se ha empleado en distintos niveles de gobierno como una maquinaria para integrar el poder, agrega el mexicano Luis Astorga, estudioso del fenómeno de las drogas.

Los testimonios de los estudiantes disponibles en el especial Ayotzinapa: vivir infiltrado establecen que políticos priístas como Héctor Vicario Castrejón, hombre de confianza del ex gobernador Rubén Figueroa Alcocer intentó en 2011 crear en la Normal una base del crimen organizado.

En varios de esos testimonios, al líder estudiantil conocido David Flores Maldonado como La Parka lo acusaron de forzar el acuerdo para que la Normal de Ayotzinapa se encargara de reunir los autobuses para la protesta del 2 de octubre, y hablan de que engañó a la base estudiantil de que esa era una encomienda para la Normal de Ayotzinapa de parte del resto de las normales rurales.

La CNDH destacó en su recomendación las contradicciones en las que incurrió este líder estudiantil, entre ellas, acerca de las actividades que realizó la tarde y noche del 26 de septiembre del 2014.

La CNDH especula que el autobús 2513 contendría una carga ilegal, misma de la que podrían tener información los normalistas, no todos, algunos líderes del órgano de dirección estudiantil, entre ellos, el secretario general David Guzmán Maldonado, llamado La Parka.

“En su primera declaración afirmó haber sido parte del grupo de normalistas que el 26 de septiembre de 2014, salió de la Normal de Ayotzinapa rumbo a Iguala y haber sido agredido junto con sus compañeros en los distintos ataques sufridos. Desde luego, ninguno de los estudiantes que viajaron en los dos autobuses a Iguala, ubicó a su líder estudiantil yendo a bordo de los camiones”, señaló el organismo.

Flores Maldonado dijo a Amapola. Periodismo transgresor, en la única entrevista que ha dado a un medio, que el organismo basó las conclusiones de su informe en confesiones que se obtuvieron bajo tortura.

La Parka, ya como agresado, apareció en un video de la Secretaría de Educación Pública (SEP). En el video se hacía propaganda de la entrega de plazas. Flores Maldonado pronunció el discurso de agradecimiento en el acto que encabezó el secretario Aurelio Nuño.

Ese día, Nuño tuiteó: “Me dio gusto volver a ver a David, con quien coincido plenamente: caminando juntos podremos construir una nueva historia”.

“Yo ya dije todo lo que sé”: chofer del quinto camión de la noche de Iguala

Para el GIEI, las incógnitas relacionadas con el autobús Estrella Roja es el elemento central para esclarecer el ataque a los normalistas de Ayotzinapa y la desaparición de los 43 estudiantes en Iguala.


Texto: Marlén Castro

Fotografía: Archivo Amapola Periodismo / Lenin Mosso

26 de febrero del 2020

Chilpancingo


JRLC, el chofer del llamado “quinto autobús”, una de las seis unidades utilizadas la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre del 2014, en la que desaparecieron 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, es originario de una comunidad pegada a la capital guerrerense.

“Estaba por dormir cuando comenzaron a golpear el autobús, eran estudiantes que querían que los sacara de ahí. Tuve que levantarme y arreglarme para llevarlos, se subieron, no supe cuántos eran, pero unas cuadras adelante se bajaron porque el camión se jaloneaba y porque no es de los que llevan pantallas”. Es lo que recuerda de esa noche JRLC.

El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)–un equipo de científicos extranjeros que coadyuvó con la Fiscalía General de la República (FGR), antes PGR, en la investigación de la desaparición de los normalistas–consideró, en los dos informes que rindió al respecto, que este quinto autobús conducido por JRLC es un elemento central para esclarecer la razón del ataque y el paradero de los estudiantes.

El equipo de científicos planteó como hipótesis central del ataque en su primer informe, línea que ratificó en el segundo, que este autobús tomado por los normalistas “podría estar cargado de heroína o dinero del narcotráfico” y que esta situación “suponía una posible explicación del nivel de un ataque de tal magnitud y extensión de la violencia contra los normalistas”.

Por el contrario, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) se centra en el sexto autobús, el 2513 de la línea Costa Line, del que casi nada ha hablado. Su planteamiento es que ahí pudieran estar las claves para el esclarecimiento del suceso. Este autobús fue abordado por los normalistas al llegar a Iguala, con la intención de quedárselo, pero el chofer y un pasajero negociaron que permitieran la llegada a la Central. Una vez en la Central, el chofer se bajó y dejó a los estudiantes encerrados.

JRLC –así aparece en las investigaciones hechas por la PGR, el GIEI y la CNDH –ahora es conductor de otra compañía, a donde migró después de los hechos en los que desaparecieron a 43 estudiantes de Ayotzinapa.

Accedió a la entrevista con la petición de mantener reservado su nombre y la comunidad donde vive.

El GIEI considera que la participación del quinto autobús es central en la trama del ataque y la desaparición, porque la entonces PGR excluyó la existencia de este quinto autobús en el expediente y las contradicciones del chofer acerca del trayecto esa noche en la ciudad así lo indican.

Las investigaciones sobre la desaparición de los 43 normalistas establecen que esa noche los estudiantes se movieron en seis autobuses. El 3278 de la Estrella Roja y dos de la línea Costa Line, el 2012 y 2510, que tomaron en la terminal de esa ciudad, el 2513 también de Costa Line que interceptaron en la entrada de Iguala y no pudieron sacar de la central, y los dos de Estrella de Oro en los que se trasladaron desde su escuela, en Tixtla.

La CNDH estableció que de los seis autobuses participantes en la trama de la desaparición, a cinco se les practicó un escaneo de 360 grados, con rayos X, para establecer si portaban droga o dinero ilícito, con resultados negativos. Sólo al autobús 2513 no se le practicó esta diligencia.


El contacto

En las notas al calce de los gruesos tomos de las investigaciones del GIEI y de la CNDH se revela el nombre del conductor del quinto autobús, aunque en las páginas se refieren a él sólo como JRLC.

Una breve búsqueda en las redes sociales fue suficiente para encontrar al chofer. Accedió con la condición de la reserva de su nombre porque, dijo, esta situación en la que circunstancialmente manejó un autobús en Iguala la noche del 26 de septiembre, le ha ocasionado problemas graves en su vida personal.

En septiembre pasado se concretó la entrevista y se llevó a cabo cerca del área de las terminales de autobuses de Chilpancingo. JRLC llegó puntual, aunque estar en la capital significó dificultades.

A los pocos meses de ingresar a la otra empresa, porque le ofrecieron mejores condiciones de empleo, según contó, tuvo un accidente. La unidad que conducía, contratado por maestros disidentes de Guerrero, volcó en la Autopista del Sol, en octubre del 2018. JRLC se lesionó un pie. Desde septiembre hasta ahora usa muleta y camina con dificultad. Tiene licencia médica hasta que se recupere.


Las contradicciones

JRLC declaró con respecto a la noche de Iguala hasta junio del 2015. El GIEI destacó que la PGR omitió la existencia de este quinto autobús en el expediente, aunque había testimonios de un grupo de normalistas sobrevivientes donde narraron que para salir de Iguala la noche del 26 de septiembre tomaron un camión de la Estrella Roja en la Central y este habría salido por la parte trasera.

El GIEI establece en la relatoría del primer informe que solicitó imágenes de video de la salida trasera de la terminal y halló que el autobús 3278 salió con estudiantes de ahí. En total en esa unidad iban 14 normalistas sobrevivientes. Hasta entonces la PGR incluyó en la investigación al quinto autobús.

El mismo documento revela que cuando “hizo evidente a la PGR que existía otro autobús, y recomendó que debía tomarse testimonio de su chofer, se tomó esa declaración sin que el GIEI pudiera estar presente”.

Los expertos reportaron que la declaración de JRLC sobre la ruta de esa noche del autobús no coincide con los testimonios de los normalistas sobrevivientes y las grabaciones del copiloto satelital del autobús.

Los sobrevivientes dan cuenta que salieron por la calle de atrás de la estación de autobuses, que el chofer accedió a llevarlos pero puso como condición hacer una parada para que una mujer le llevara unos documentos y ropa, lo cual realizó, y se tardaron mucho en ese punto, y que más adelante dos policías federales que los apuntaban con armas, los obligaron a bajar de la unidad. Hecho que debió ocurrir cerca del Palacio de Justicia, en la salida de Iguala, donde quedó el autobús 1531 de la Estrella de Oro y desaparecieron a 17 normalistas. Los sobrevivientes dijeron que pudieron ver a unos cien metros el autobús ya destrozado.

El GIEI revela que durante la investigación encontraron una relatoría sobre esa noche, supuestamente hecha por JRLC. Obraba en el expediente personal del chofer en la Estrella Roja, su anterior lugar de trabajo. La misma empresa la hizo llegar a la FGR. Esta versión sobre el trayecto del autobús coincide con la de los estudiantes y la que arrojó el satélite, gracias al GPS de la unidad.

La versión de JRLC cuando fue citado a declarar, de que sólo avanzó unas cuadras, y los estudiantes se bajaron, es diferente en ese testimonio escrito. En el cual dice que una patrulla con dos policías federales detuvo la marcha del autobús y bajó a los estudiantes.

El Grupo de Expertos también sostiene que el autobús que sale por la parte trasera de la central de autobuses “muestra numerosas diferencias” con el que fue mostrado al GIEI, cuando solicitaron tenerlo a la vista, lo mismo que la fisonomía del chofer que conduce y el que se presentó a declarar.

JCRL, como parte de la investigación, también hizo el reconocimiento del autobús. Aseguró que el que tenía a la vista y el que manejaba la noche del 26 de septiembre eran el mismo.

Los expertos dijeron en su informe que era necesaria la reconstrucción de la ruta de este autobús, con la participación de los sobrevivientes y el chofer. El Estado mexicano respondió que realizó un recorrido teniendo como base la información proveniente del sistema GPS porque era más objetivo. La CIDH insiste en que debe hacerse con la participación del chofer y los sobrevivientes, contrastando esas versiones, con la información del satélite.

–¿Sí era ese su autobús? –se le pregunta a JRLC.

–Sí. El autobús que me mostraron y el que manejaba era el mismo.

–¿Y usted era quien manejaba esa noche?

–Sí, esa noche yo estaba adentro del autobús alistándome a dormir, porque en la madrugada tenía el viaje a Jojutla (Morelos). Era la ruta que yo cubría. Cuando me despertaron los golpes en el camión. Eran estudiantes que querían que los sacara de ahí. La empresa nos dice que cuando eso pase que los llevemos. Me tuve que arreglar de nuevo para volver a conducir y salimos por la puerta trasera porque el autobús estaba al fondo. Sólo avanzamos unas cuantas cuadras, porque el autobús comenzó a jalonearse y aparte no es de los que tienen pantallas para ver películas, y a ellos no les gusta ir incómodos, siempre que toman autobuses, toman los que llevan aire acondicionado, asientos reclinables y pantallas. Me dijeron: ‘pérate, este camión no sirve, aquí nos bajamos’.

–¿Usted se regresó a la terminal?

–No, yo me comuniqué a la empresa, les dije lo que había pasado y me dieron órdenes de llegar a Jojutla.

–Pero estaba a sólo unas cuadras…

–Sí, pero eso fue la orden que me dieron.

–¿El informe escrito de esa noche, usted lo redactó?

–No, no es mi letra, aunque sí es mi firma, porque cuando entramos a trabajar nos hacen firmar una hoja en blanco para cuando nos despidan.

–Pero esos hechos sí coinciden con los testimonios de los normalistas y con la ruta que marca el GPS que llevaba el autobús.

–Desconozco quién haya redactado eso y por qué lo hizo a mi nombre.

–Y el GPS del autobús, la ruta que marca coincide con el informe escrito y los testimonios de los normalistas sobrevivientes.

–El GPS es un aparatito que se quita y se pone a los autobuses, pudiera ser la ruta de otro autobús, no del mío.

–¿Usted está tranquilo, no lo inquieta que 43 estudiantes sigan desaparecidos?

–Esa noche me ha traído muchos problemas en mi vida personal, los primeros meses que se supo que los estudiantes se subieron a mi autobús, mis compañeros me bromeaban que les dijera dónde estaban. Me divorcié por esa versión de que me vi con una mujer a la salida de Iguala. Mi (ex) esposa vive aquí cerca de Chilpancingo.

–¿Entonces está tranquilo, no se guarda nada que pueda ayudar a encontrar a los estudiantes?

–Dije todo lo que sé.

Había amenaza de muerte contra normalistas, si iban a Iguala

Texto: Margena de la O

Fotografía: Lenin Mosso/Archivo Amapola

Este texto se realizó el 26 de noviembre del 2019

Chilpancingo


Coincido con mis compañeros que dicen que la mayoría de la base estudiantil no estábamos de acuerdo con que Ayotzinapa se hiciera cargo de reunir los 25 autobuses para trasladar el contingente de la Federación Estudiantil Campesina Socialista de México (FECSM), a la marcha del 2 de octubre del 2014 en Ciudad de México. Menos con ir a Iguala. Lo teníamos prohibido desde el asesinato del dirigente social Arturo Hernández Cardona, ocurrido el 3 de junio del 2013.

David Flores Maldonado, el secretario general de los normalistas de Ayotzinapa en 2014, se comprometió en la asamblea nacional de las normales rurales de septiembre de ese año en Amilcingo, Morelos, con que nuestra Normal Rural fuera la sede de esa actividad. A ninguno nos consultó. También obvió lo que opinamos, cuando llegó y nos informó sobre su acuerdo y le dijimos que no había condiciones de reunir tantos autobuses en tan poco tiempo. Teníamos unos 10 días para hacerlo.

En resumen, “él no llegó a preguntarnos, él llegó a decirnos: a ver compañeros, se viene la marcha del 2 de octubre, la sede es Ayotzinapa, se tienen que secuestrar 25 autobuses, ¡hagan como le hagan, pero se va a llevar a cabo!”. ¿Por qué lo decidió? No sabemos todas sus razones, pero una de ellas sin duda fue que a David le gustaba quedar bien con las chicas.



Yo, Eduardo Moreno Peralta, integrante de la generación 2012-2016, la misma en que él cursó la normal, lo vi y escuché a la hora de la comida el 26 de septiembre del 2014 fuera del comedor de la Normal Rural de Ayotzinapa dándonos la indicación, junto a otros compañeros del Comité Ejecutivo Estudiantil. Todos los alumnos de segundo a cuarto año teníamos que retirarnos de la escuela.

A ustedes les dijo en la entrevista–que Amapola publica el 25 de septiembre del 2019– que desde el mediodía hasta el anochecer de ese 26 de septiembre él estuvo en Chilpancingo con su novia. La hora de la comida establecida en la Normal es entre la una cuarenta y dos cuarenta de la tarde, y fue en ese lapso que lo vi y escuché.

¿Por qué todos los de segundo a cuarto debíamos salir de Ayotzinapa? El acuerdo que David hizo en el pleno de la FECSM de que Ayotzinapa sería la sede para la actividad del 2 de octubre del 2014, fue que se tenían que garantizar los alimentos para un contingente de unas mil personas, para eso nosotros debíamos ahorrar los alimentos de todo el fin de semana. Sólo se quedaron los de nuevo ingreso, en ese entonces yo iniciaba el tercer año escolar.

“La intención (de David) es que no hubiera nadie en la escuela, con el argumento de que esa ración en vez de que nos la dieran a nosotros se apartara para dársela al contingente que íbamos a esperar”. Parecía cuchillo con eso de que nos saliéramos de la Normal, nos repetía: ‘compañeros, terminando de comer para que se estén retirando. ¡Para que se estén retirando!’.

Lo que supe es que los alumnos de primer año, aun cuando se quedaran en la escuela, no harían ninguna actividad, ni siquiera en la caseta del libramiento a Tixtla.

Aquí en el portal de Amapola están testimonios de otros de mis compañeros, casi parafraseando lo que digo sobre la retención de autobuses que decidió David y apoyaron los integrantes del Comité Ejecutivo Estudiantil de Ayotzinapa.

“Algunos miembros de la base estudiantil opinaron que debían reconsiderarlo porque era inviable que los estudiantes de nuevo ingreso consiguieran 15 autobuses, pues ellos apenas tenían unos días de ingresar y los de segundo y tercero no podían porque andaba en prácticas pero el secretario general y el secretario de Comunicación, a quien conocíamos como El Marquelia, estaban alegres y dijeron que sí se podía, porque, además, era un encargo de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), la máxima congregación del normalismo rural”. Esto es parte del testimonio 14 del trabajo Ayotzinapa. Vivir Infiltrado. En los testimonios 11 y 12 mis compañeros dan más información.

Bueno, el 26 de septiembre del 2014 que nos fuimos muchos de los estudiantes a nuestras casas para ahorrar la comida, el mismo día que ocurrió la noche de Iguala, en la Normal Rural de Ayotzinapa ya había unos ocho o 10 autobuses retenidos por nosotros.

Al siguiente día de que el secretario general bajó a la base estudiantil los detalles de su acuerdo en la asamblea nacional, mis compañeros de primer grado retuvieron los primeros dos o tres camiones.

De hecho unos días antes de la desaparición de nuestros 43 compas y el asesinato de otros tres, nosotros retuvimos dos camiones Estrella Roja en Iguala, aunque sabíamos que no podíamos entrar allá. Hubo muchos errores. Fue el 21 de septiembre, si no mal recuerdo, en la caseta de cobro de la carretera de peaje que conecta a ese lugar con la Ciudad de México.

Desde ese día ya sentimos la presión de los policías, había decenas de federales que nos vigilaban a cierta distancia cuando llegamos a la caseta. Eso nos demoró en retener los dos autobuses. Salimos de la Normal a la cuatro de la tarde y volvimos hasta las once de la noche.



“Si vuelven a venir a Iguala los van a matar”

Cuando digo que teníamos prohibido volver a Iguala desde el asesinato del Arturo Hernández, dirigente la organización Unidad Popular (UP), me refiero a que tuvieron repercusiones las acciones de protesta en las que participamos el día que encontraron su cadáver junto a otros dos integrantes de la organización en un terreno baldío a un costado de la carretera que va de Chilpancingo a Iguala.

En los medios de comunicación de Guerrero está documentado ese día en Iguala. El plan del 3 de junio del 2013 de integrantes de organizaciones sociales, incluida la Normal Rural de Ayotzinapa, era marchar en la ciudad para exigir la aparición con vida de ocho de los dirigentes de la UP desaparecidos el 31 de mayo de ese año, entre ellos Hernández Cardona. Pero antes de que eso pasara se supo de los tres cadáveres abandonados en un paraje: Cardona, Rafael Balderas Román y Ángel Román Ramírez.

La marcha planeada entonces aumentó de tono. En respuesta a la noticia, los activistas decidieron destruir puertas y ventanas del ayuntamiento de Iguala, el edificio de gobierno donde despachaba el alcalde de entonces, José Luis Abarca Velázquez. Quemaron documentos públicos y acusaron al alcalde de asesinar a sus compañeros.

Abarca sigue preso justo por el crimen de esos líderes sociales y es señalado de tener responsabilidad en los hechos del 26 de septiembre del 2014.

Cuando salimos de Iguala después de las protestas, los mismos compañeros de las organizaciones se comunicaron con quien era el dirigente estudiantil en 2013, para advertirle que desde ese momento ningún normalista de Ayotzinapa podía volver a esa ciudad. Sé que le dijeron: “Mira, lo que pasa es que los van siguiendo. Me dijeron que si vuelven a venir a Iguala los van a matar”.

El dirigente de ese entonces fue claro –yo formé parte de esa estructura estudiantil del 2013, tenía la Tesorería de Raciones (comedor)– con que no podíamos volver a Iguala, al grado que nos dio recomendaciones muy puntuales. “Los chicos que vivían en Iguala (evitarían cargar) la playera o el pants (pantalón deportivo) de la institución, por seguridad, porque teníamos esa amenaza: cualquier ayotzinapo que vieran en Iguala lo iban a levantar o lo iban a matar”.

Entiendo que se acudió a Iguala otra vez el 26 de septiembre del 2014 porque se agotaban las opciones. “Los autobuses que van para la Montaña, los Altamar, ya teníamos secuestrados unos. En Chilpancingo, tenían monitoreada la terminal, ya había guardias de policías estatales. No nos quedaba de otra que movernos hasta Iguala, pero no llegar a la terminal”.

En esta decisión del 2014, que implicó pasar por alto la advertencia con pisar Iguala, a mi juicio, tiene mucha conexión con la falta de disciplina, orden y formación política de los secretarios generales del Comité Ejecutivo Estudiantil de las últimas generaciones. El último dirigente que recuerdo tuvo el respeto de los estudiantes es Job Navarrete de la generación 2010-2014, a quien eligieron con toda la rigurosidad de nuestros estatutos.

Todo esto es muy triste. Me hace recordar que hemos perdido a varios de nuestros compañeros en acciones de lucha. Incluso algunos han muerto sin saber que su mejor amigo podría alcanzarlos pronto. Así ocurrió a Julio César Ramírez Nava, uno de los tres asesinados el 26 de septiembre del 2014, junto con Julio César Mondragón Fontes y Daniel Solís Gallardo.

Julio era muy amigo de Fredy Vázquez, un joven de 23 años de edad que murió arrollado por un tráiler en una actividad de boteo (recaudación económica) del 7 de enero del 2014 junto a Eugenio Tamarit de 20 años. Recuerdo que Julio y Fredy eran más que amigos, hermanos.

Digo que es triste porque estoy seguro de que Julio César Ramírez nunca imaginó que alcanzaría a su amigo Fredy sólo ocho meses después.


Mi noche en Iguala: David Flores, el dirigente en 2014

«Todo fue transparente, dice La Parka sobre la negociación con la SEP sobre las plazas». Flores Maldonado era el secretario general del Comité Ejecutivo Estudiantil de la Normal Rural de Ayotzinapa cuando ocurrió la noche de Iguala


Texto: Margena de la O

Fotografía: María Fernanda Ruiz, Lenin MossoJessica Torres Barrera y José Luis de la Cruz

25 de septiembre del 2019



Chilpancingo

A los 20 años fui el dirigente estudiantil de la Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Cuando ocurrió la noche de Iguala, 26 de septiembre de 2014, tenía un mes que la base estudiantil me había elegido. Viajar a esa ciudad para ayudar a salir a mis compañeros era una responsabilidad ineludible.

Mi nombre completo es David Flores Maldonado, pero en la escuela me pusieron La Parka. En la primera ronda musical en la que participé como estudiante de la Normal, poco después que ingresé en el 2012, montamos la canción A Genaro Vázquez, que habla sobre la muerte de este líder guerrillero. Interpreté a la calavera, estaba más flaco que ahora y por eso gané el personaje y el apodo.

Con este mismo mote aparezco en el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), el que publicó en noviembre de 2018, donde me señalan de ser un dirigente estudiantil relacionado a un grupo criminal que consintió la venta de drogas en Ayotzinapa.

En la Normal sabíamos de estudiantes que bebían alcohol y de algunos otros que les ponían apodo por, decían, consumir mariguana. Pero existe una diferencia entre los casos que cito a tener una relación directa con un grupo criminal y a aprobar la venta de drogas en mi escuela. No lo acepto.

Los cinco integrantes del Grupo Interdisciplinarios de Experto Independientes (GIEI) investigaron el tema y descartaron vínculos de estudiantes de Ayotzinapa con grupos delictivos.

La diferencia entre los investigadores independientes y Luis Raúl González Pérez, el defensor de los derechos humanos en México, es que ellos sí se acercaron a las víctimas.

Para mí la CNDH construyó una infamia. El organismo basó las conclusiones del informe en confesiones de procesados que se obtuvieron, según los organismos internacionales, con tortura, y que ahora tiene a casi todos los implicados fuera de la cárcel.

Ahí está Gildardo López Astudillo, alias El Gil, supuesto líder del grupo criminal de Guerreros Unidos, acusado por la desaparición de mis 43 compañeros Ayotzinapa, recuperó su libertad hace menos de un mes porque un juez federal desestimó las pruebas presentadas por la entonces Procuraduría General de la República (PGR).

A la CNDH le resultó más fácil manchar mi imagen, hacerme ver como victimario y tratar de arruinar un movimiento que contribuir a saber dónde están 43 estudiantes. No me extraña, siempre avaló la verdad histórica del ex procurador Jesús Murillo Karam y buscó imponerla.

Ahora, gracias a eso, soy de manera pública, uno de que los que provocó los ataques contra mis compañeros en Iguala.

Toda esta información también sucumbió en mis demás compañeros.

Es verdad, después de egresar de Ayotzinapa aparecí en algunas fotografías con el ex secretario de Educación, Aurelio Nuño, y en un video como orador de un acto oficial de la Secretaría de Educación Pública (SEP), pero no era el único egresado.

Formé parte de una comisión de egresados y autoridades educativas de Guerrero que gestionamos plazas ante el gobierno federal. Por esa gestión es que nos entregaron nombramientos a más de 600 maestros en enero del 2017.

Son dos los momentos más mediáticos de mi relación como egresado con la SEP.

El primero fue en 2016, durante la primera reunión con gente de la SEP en Ciudad de México. El entonces subsecretario de Planeación y Evaluación de Políticas Públicas, Otto Granados Roldán, quien nos atendió, dijo que el secretario Nuño quería saludarnos y nos llevó a su oficina. Su equipo de Comunicación Social sacó unas fotos donde aparecemos la comisión de egresados.

Debo de admitir que de todas las fotos, la mía fue la que más repercusiones tuvo.

El segundo momento fue en enero del 2017, cuando nos entregaron las plazas en un acto en el Forum Imperial Acapulco. No sé si para mi fortuna o desgracia, pero los compañeros egresados me pidieron, desde que inició la gestión, que yo encabezara la negociación, porque me expresaba mejor. Lo hice, me encargué del discurso en el acto de entrega de plazas.

Esa ocasión dije: “No creo que las autoridades se levanten todos los días pensando cómo afectar la educación, el estado, el país”. También mencioné que en últimas fechas, normalistas y autoridades, nos habíamos visto como enemigos, pero que cuando se da el diálogo se logran cosas importantes.

Después aparecí en el organigrama de la SEP como subdirector de Atención a Docentes.

Para mí no hay nada de perverso en eso, todo fue transparente.

En cuanto al informe de la CNDH deberá aclararlo la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia.

En lo que sucede, es importante que se conozca mi versión, porque nunca me la preguntaron. La última vez que hablé sobre el caso Aytozinapa fue entre mayo y junio del 2016, poco antes de egresar de la Normal Rural. Lo hice con los investigadores del GIEI.

Esta es la primera vez que responderé en medios de comunicación a lo que la CNDH reportó sobre mí. 

Comenzaré relatándoles cómo viví los hechos de Iguala, porque con la sospecha puesta en mis hombros existen dudas de lo que hice ese 26 de septiembre.



Mi noche de Iguala

Salí de la Normal al mediodía rumbo a Chilpancingo. Me esperaba mi novia de entonces, también normalista de otra escuela de Guerrero. Toda esa tarde estuvimos entre el centro de la ciudad y Galerías Chilpancingo, una plaza comercial que está al sur de la ciudad. Paseamos, tomamos café y comimos juntos.

Pasaban de las siete y media cuando recibo la llamada del compañero Güicho, uno de los dos delegados nacionales en la Normal, que salió a la actividad planeada de retener autobuses para la marcha del 2 de octubre del 2014 en la Ciudad de México.

Él es quien me informa que se fueron hasta Iguala y que en ese momento los agredía la Policía Municipal. La información que recibo fue: disparan a los autobuses en que viajan normalistas. Un grupo de ellos estaban retenidos en la calle Juan N Álvarez, esquina con Periférico norte. Les atravesaron una patrulla.

También ya habían herido a Aldo Gutiérrez Solano. Los policías le dieron un balazo en la cabeza cuando junto a otros compañeros intentaban mover la patrulla que les impedía seguir. El estudiante, cinco años después, sigue en coma. Enseguida me comuniqué con mi compañero Emanuel, uno de los encargados de Transportes en la Normal. Le pedí que fuera por mí a Chilpancingo. En Ayotzinapa había tres unidades disponibles de las que maneja la dirigencia estudiantil, una camioneta de tres toneladas y media y dos tipo urvans color blanco. Llega en la camioneta grande por mí.

En lo que nos organizábamos para salir a Iguala –pusimos gasolina en un establecimiento del norte de Chilpancingo–, llamo a otros compañeros que están en la escuela y les cuento, sin tener claro la magnitud del problema, que algo sucedía con algunos de nuestros compañeros en esa ciudad.

No sé si es cosa del destino, pero de ninguno de los dos autobuses que ya retenidos había en la Normal, además de en los que se fueron normalistas a Iguala, estaban sus choferes. Creo que eso pudo ser peor para nosotros. Las únicas unidades disponibles eran las dos urvans y en ellas salieron 25 o 30 normalistas más.

Varios eran de mi academia, tercer grado. Edgar Andrés Vargas salió en ese grupo. Él es el estudiante a quien le destruyeron el maxilar superior de un balazo al auxiliar a nuestros compañeros.

Emanuel y yo salimos de Chilpancingo y los de las urvans de Tixtla.

Nosotros llegamos poco antes a Iguala, alrededor de nueve y media de la noche. El atentado a Los Avispones de Chilpancingo, frente al crucero de Santa Teresa, ocurrió después.

Al llegar a la altura del puente que dice ‘Bienvenidos a Iguala’, vimos dos autobuses destrozados y unas patrullas con policías, pero no se veía mucho movimiento.

La camioneta de la Normal en la que viajamos tenía rotulado en las puertas Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, Ayotzinapa, Guerrero. Emanuel sugirió que paráramos y lo hicimos.

Había una entrada cerca del entronque que te conecta a la autopista en dirección hacia la Ciudad de México. Ahí encajó bien la camioneta. La acomodamos cerca de lo que parecía un ranchito. Había lodo y lo ocupamos para tapar los logos de las puertas.

Después nos cruzamos la calle a pie. Había un puesto donde vendían cena. Compramos y aparentamos cenar hasta que los policías se movieron. Al poco tiempo pasaron por donde estábamos y enseguida volvimos a la camioneta y continuamos hacia la ciudad.

Paramos hasta cerca de la central de autobuses Estrella de Oro y la tienda Oxxo que está entre la calle Juan Aldama y carretera federal. Ahí nos encontramos con nuestros compañeros de las urvans. Emanuel y yo estacionamos la camioneta y seguimos con ellos en las urvans hasta Juan Álvarez y Periférico.

Aldo y Carrilla, los dos heridos durante el primer ataque ya no estaban ahí. Se los llevaron al hospital. A Carrilla lo hirieron en una mano y de Aldo suponíamos que había muerto.

Tampoco estaban los compañeros del último de los tres autobuses que policías no dejaron avanzar hacia Periférico. Ellos son algunos de los 43 normalistas desaparecidos.

A quien alcancé a ver fue a Julio César Mondragón Fontes. Nos saludamos.

– ¿Me preguntas por los policías?

No había ningún policía cerca. Mis compañeros ya estaban solos. Bueno, llegaron unos cuantos periodistas y maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (CETEG).

Recuerdo al corresponsal de una televisora nacional que grabó video de la entrevista donde denuncié el ataque contra mis compañeros.

A esas alturas, ya la medianoche, ninguna autoridad nos había auxiliado.

Todavía daba la entrevista cuando escuché balazos. Estaba justo en la esquina de cruce de calles y de espalda hacia Periférico. Un carro se detuvo, bajaron unos hombres y nos dispararon.

Fueron muchísimos balazos y muy cerca. Las urvans en las que llegamos y estacionamos sobre Periférico, nos taparon un poco. Veía chispitas por todos lados.

De todos los que estábamos, unos corrimos, otros se tiraron al suelo. Yo corrí en dirección a Juan N Álvarez, donde estaban los autobuses que partieron de la central camionera cerca del mercado municipal.

Cuando llego a la altura del segundo autobús escucho que me dicen, David, hirieron al Oaxaco. Se trataba de Édgar Andrés Vargas. Se cubría la boca con una chamarra que ya traía humedecida de sangre.

Cuando pararon los disparos por unos instantes, otros estudiantes y uno de los maestros de la CETEG, ayudamos a caminar a Édgar y nos dirigimos a lo que, a la distancia, distinguimos como un centro médico. Se trataba de la clínica Cristina.



Al llegar, el hombre y las dos enfermeras que estaban dentro nos negaron el paso, pero nosotros entramos por la fuerza. La intención es que atendieran a Édgar, pero se salieron y nos dejaron solos en la clínica.

– ¿Que si ya había había militares?

No, todavía no llegaban.

Édgar seguía desangrándose. Recuerdo que nos escribió en su teléfono, la única manera que tenía de comunicarse: ayuda, me estoy muriendo. La boca se le veía destrozada.

Fue un momento desesperante. A un lado, veíamos a Édgar palideciendo, y por el otro, a hombres recorrer en sus motocicletas sobre la calle del frente a la clínica. Muchos de los compañeros lloraban.

De pronto se paró un convoy de militares frente a la clínica. Nunca me sentí tan contento de ver a unos soldados como esa ocasión. Salimos a recibirlos. Unos ocho que se bajaron, cortaron cartucho y nos apuntaron. ‘¡Métanse!’, dijeron.

Les contestamos que éramos normalistas, pero no funcionó.

Nos ordenaron reunirnos en los sillones que había en el primer piso. La clínica era de dos niveles. De hecho algunos de mis compañeros se escondieron en el segundo nivel y también los bajaron.

Forzados pusimos nuestras carteras y celulares en una mesa que estaba cerca y nos subimos la camisa hasta el pecho. Algunos se la quitaron.

Sólo Édgar seguía sentado, desangrándose, casi inconsciente.

Hasta entonces entró otro militar que parecía de un rango mayor, aunque ninguno de los soldados traía placa con su nombre y grado. Pero a éste sí le colgaba un arma en el hombro.

De inmediato nos soltó: ‘¡Ahora sí hijos de su puta madre, se los cargó la verga, se enfrentaron con alguien de deveras!’.

Le contamos lo que nos había pasado y él seguía insultándonos.

Mi teléfono junto al de los otros no paraba de sonar. Otros compañeros que estaban en la Normal me marcaron. Querían saber dónde estábamos.

El jefe militar pregunta: ‘¿de quién es este teléfono?’. Digo: ‘No, pues, mío’. Me ordena que vaya hasta donde él está y conteste el celular. Lo hago.

‘Parka, qué está pasando esto, cómo están los muchachos, andamos viendo cómo irnos’, escucho del compañero que marcó. Mi respuesta fue que se tranquilizaran y que nadie más viajara a Iguala.

Antes de colgar le dije, oye, hazme un favor, dile a los otros compañeros de la cúpula, que se comuniquen con el gobernador Ángel Aguirre Rivero o con la secretaria de Educación, Silvia Romero Suárez, y que les cuenten lo que nos está pasando.

Nosotros ni siquiera hablábamos con Aguirre Rivero, sólo tratábamos con el coordinador de sus asesores, su sobrino Ernesto Aguirre. Desde el asesinato de nuestros compañeros Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino, cometido en un desalojo de normalistas por policías en la autopista del Sol el 12 de diciembre de 2011, se decidió no tratar con él. En ese tiempo apenas comenzaba su gobierno.

En cuanto dije eso la cara del militar fue de ‘qué está pasando’.

Antes de que contestara el celular me dijo que no revelara que había militares con nosotros, pero antes de colgar mi compañero me preguntó que donde estábamos y les contesté que en una clínica de la calle Juan N Álvarez acompañado de militares.

El jefe militar se enojó. Me apretó el pezón. Durante toda la llamada sostuvo de la playera, a la altura del pecho.

Cuando colgué me miró fijamente.

También cambió su tono de voz, fue menos agresivo cuando nos dijo que esperáramos ahí, que pronto llegaría una ambulancia y también la Policía Municipal.

Salieron todos los militares y se fueron.

Antes nos fotografiaron. A Édgar le sacaron una foto frontal. Esas imágenes están disponibles en internet.

– ¿Te refieres a que si nos iba a entregar a la Policía Municipal?

Bueno, nos dijo: “vienen los municipales por ustedes”. Nos asustamos y salimos de la clínica.

El maestro de la CETEG que era de Iguala y que nunca se apartó de nosotros, sabía cómo llegar al Hospital General y se ofreció a llevar a Édgar. No podíamos ir todos, era arriesgado andar en grupo.

Él y el compañero normalista que se presenta como Omar García lo llevaron al hospital. Todos los demás nos dispersamos y buscamos escondernos.

En una de las calles nos encontramos a una muchacha normalista del Centro Regional de Educación Normal (CREN) de Iguala que conocimos en las marchas. Escondía a un grupo de muchachos en el patio de un domicilio. También nos metió a nosotros.

Después de media hora su papá, también maestro cetegista, fue por ella. Llevaba un coche rojo y le pedí que me sacara, debía pedir ayuda. Fuimos a su casa. Había otros compañeros refugiados.

Estuve ahí hasta que hice contacto con los integrantes de un movimiento de egresados de las normales públicas de Guerrero y maestros que fueron en un camión desde Chilpancingo a auxiliarnos.

Salí otra vez a la calle con otros compañeros, eran alrededor de las tres de la mañana del 27 de septiembre. Fuimos al mismo lugar del que huimos cuando nos dispararon.

El perímetro estaba acordonado. Vi los cadáveres de Julio César Ramirez Nava y Daniel Solís Gallardo, dos de los tres estudiantes de la Normal Rural asesinados esa noche. Del tercero, Julio César Mondragón Fontes, El Chilango, nos enteramos hasta el mediodía.

Ahí estaba otro grupo de periodistas que también viajaron de Chilpancingo a Iguala a documentar lo que pasaba.

Víctor Jorge León Maldonado, uno de los subprocuradores locales de entonces, se acercó. Me extendió la mano y se presentó. Lo acompañaba un grupo de la Policía Ministerial.

En ese lugar también estaban los militares que nos vieron en la clínica, lo curioso es que esta vez sí llevaban las placas e insignias con sus rangos.

Los reporteros me preguntaron qué pasó y empecé a narrarles los hechos. Uno de los militares también se acercó y grabó en video la entrevista con un celular, en la que hablé de lo que nos ocurrió, incluido el episodio de la clínica y señalé a los soldados de su trato violento.

Todavía no se sabía de la desaparición de mis compañeros, tenía la idea que podrían estar detenidos, pero nada de su desaparición y menos de los involucrados.

Cuando terminé de hablar con los reporteros, el subprocurador nos condujo a los normalistas que llegamos hasta el punto del ataque, a Palacio de Justicia, para concentrarnos y coordinar acciones para localizar a más de nuestros compañeros que se dispersaron durante los ataques. En ese edificio estuvimos al menos las 12 horas siguientes.

El Palacio de Justicia está sobre la carretera federal Chilpancingo-Iguala, a la entrada de la ciudad, cerca de donde conté dejamos estacionada la camioneta con los logotipos de la Normal y vimos los autobuses baleados cuidados por policías. El movimiento por la búsqueda de los 43 ahora le reclama al Poder Judicial los videos que debieron grabar esa noche las cámaras de seguridad del inmueble.

Una vez concentrados, los normalistas nos organizamos y comenzamos a buscar a más compañeros cerca de las cinco de la mañana. Nos acompañaba la Policía Ministerial, pero la búsqueda debíamos guiarla nosotros, de lo contrario, los estudiantes extraviados no hubiesen confiado en los ministeriales, al fin policías, verdugos de esa noche.

A algunos normalistas los ubicamos después de llamarlos, pero otros estaban escondidos en los cerros, de donde bajaron hasta que escucharon al recorrer a pie las calles de Iguala.

Concentrados en la búsqueda nos alcanzó el día.



Casi llega otra vez la noche

Los normalistas salimos de Iguala después de las seis de la tarde del 27 de septiembre, porque después de sobrevivir a la peor noche de violencia de la historia contemporánea, buscarnos y encontrarnos algunos, también hicimos las cuentas de cuántos entramos a Iguala y cuántos nos iríamos.

Al principio la cifra de desaparecidos doblaba el número final. Muchos de mis compañeros escaparon de Iguala como pudieron y se fueron hasta sus casas. Supimos de ellos días después.

“Un error mortal” que desde mi punto de vista cometió el gobierno del estado fue no hacer una búsqueda inmediata de mis compañeros. La única búsqueda que hubo durante esas horas fue la que nosotros hicimos a pie.

Para empezar, Ernesto Aguirre, el funcionario sobrino del gobernador llegó hasta las 10 de la mañana a Iguala. Bueno, hasta esa hora lo vi. La primera petición que planteé fue que nos sacara de ahí.

Eso es lo que me pedían mis compañeros. Todos llorábamos, queríamos ir a casa. Éramos unos niños enfrentados a algo inimaginable.

El asunto es que nosotros también nos encargamos de identificar a nuestros compañeros asesinados. Se pudo identificar sin problema en la funeraria que funciona como Servicio Médico Forense (Semefo) a Daniel Solís, a quien apodábamos Chino, pero faltaba Julio César Ramírez, porque no muchos lo conocían, era un muchacho muy tímido.

A Julio César Mondragón, a quien le desollaron el rostro, lo identificamos por la ropa: playera roja, pantalón de mezclilla y una bufanda. Recuerdo cómo es que me enteré de su muerte. El profesor Salvador Rosas, del grupo de cetegistas que llegó a auxiliarnos, me dijo, David, no pierdas la calma te voy a enseñar algo y me mostró la foto de un muchacho desollado. Le contesté que con seguridad era alguien de la Normal, porque se alcanzaba a ver su cabeza casi pelona.

A los alumnos de primer grado de Ayotzinapa, como lo era Mondragón, les rapan el pelo durante la novatada. En esas fechas, el ciclo escolar estaba comenzando.

La tercera víctima mortal de la noche sí era El Chilango.


Repuestas para las dudas de la CNDH

Explico por qué mis compañeros salen a retener autobuses.

Mira, la Normal Rural de Ayotzinapa es parte de la Federación Estudiantil Campesina Socialista de México (FECSM) y con antelación sabíamos que participaríamos en la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México. También alumnos de cuarto grado de la escuela planeaban movilizarse por plazas y decidimos apoyarlos en las protestas, porque en ese momento eran ellos y en un futuro nosotros.

 (Para conocer la versión de otros normalistas acerca de porqué la Normal de Ayotzinapa se encargó de obtener los autobuses en esa ocasión leer el testimonio 12 y 14 del texto Ayotzinapa, vivir infiltrado.) 

La decisión se aprobó en una reunión de base.

¿La pregunta es si sabía que mis compañeros irían a Iguala?

No estaba previsto ir a Iguala. Supe que estaban allá el 26 de septiembre alrededor de las ocho de la noche, cuando me llamaron para avisarme que los habían atacado.

Dos o tres días antes tuvimos problemas con policías en la carretera cerca Tierras Prietas, en Chilpancingo. Con regularidad ahí tomábamos autobuses, pedíamos que los choferes llevaran a los pasajeros hasta la terminal de la ciudad, y después nos íbamos hacia la Normal. Esa vez mis compañeros de segundo y tercero, a quienes les tocó la actividad de retener autobuses, no pudieron por un problema con la Policía Federal. Se regresaron.

Ese 26 de septiembre por la tarde se tenía previsto retener autobuses, orientados por los coordinadores de lucha, en este caso Bernardo Flores Alcaraz, a quien apodamos El Cochiloco, uno de los 43 desaparecidos.

Cuando salió de la Normal para la retención de autobuses con una mayoría de estudiantes de primer grado, avisó al secretario de Organización, Jorge Luis Clemente, apodado Marquelia, porque yo no estaba en la Normal.

La idea inicial era intentarlo en Chilpancingo, pero como se supo que en Tierras Prietas y en la terminal de autobuses había patrullas de policías federales, esperándolos, se siguieron por la carretera federal Chilpancingo-Iguala. Pensaron en dos puntos donde con regularidad pedíamos cooperación económica a los automovilistas: Casa Verde (el entronque hacia Filo de Caballos, parte de la Sierra) y el crucero que conduce a Huitzuco.

En el segundo punto, retuvieron un autobús y el chofer les sugirió fueran hasta la terminal de Iguala porque no podía abandonar ahí el pasaje. Al llegar a la terminal el chofer se arrepintió y mis compañeros respondieron a pedradas contra los camiones. También tomaron por la fuerza dos de los autobuses que estaban a punto de salir.

Estos hechos a mí no me pertenecen, porque no estuve, pero lo supe por quienes sí lo vivieron.

– ¿Explicar por qué no estuve en la actividad?

Bueno, sí era el secretario general del Comité Ejecutivo Estudiantil de Ayotzinapa, pero no soy la única persona autorizada para consentir y guiar una actividad. En la Normal Rural se mantiene un sistema hasta cierto punto socialista, por las que es casi imposible que las decisiones fueran sólo mías.

En realidad, en la dirigencia estudiantil hay más de 70 integrantes, porque se divide en 16 o 17 carteras con cinco integrantes cada una, con una vigencia de un año. Los integrantes son elegidos cada marzo y les toca estar al frente entre el segundo y tercer grado de escuela.

Existe la llamada cúpula, que además del secretario general, como lo era yo, la integran el secretario de Organización y el secretario de Actas, y dos delegados locales y dos nacionales, con sus adjuntos cada uno.

Mi periodo de secretario general comenzó en agosto del 2014, porque el secretario general de entonces, llamado Ángel, tuvo complicaciones de salud y fue operado. Lo que yo supe es que mandó una carta renunciando al cargo porque ya no regresaría a la escuela y la base estudiantil convocó a una elección del nuevo Comité y me eligieron.

(Para conocer la versión de otro normalista acerca del cambio de Comité leer el testimonio 11 del especial Ayotzinapa, vivir infiltrado .)

La base estudiantil o los estudiantes en reunión, son los que validan o rechazan el trabajo de los dirigentes. Ha habido secretarios expulsados.

En resumen, estamos impedidos para tomar decisiones unilaterales, aunque hay compañeros que me han acusado de lo contrario.

Güicho, el compañero que me entera de la actividad desde Iguala, lo dije antes, era delegado nacional y acompañó la actividad que coordinó El Cochiloco. Tampoco es que él dijera me llevó una academia a retener autobuses y ya.

De hecho, en los autobuses que salieron de Ayotzinapa se subieron hasta compañeros de tercer grado, porque estudiamos en un internado y si estás libre en la tarde, pues, vas.

Además, la actividad se programó para que regresaran luego.

Les cuento que Julio César Mondragón, El Chilango, tenía programado salir esa noche hacia la Ciudad de México para ver a su hija que cumplía 40 días. Había solicitado el permiso a la dirigencia estudiantil y nosotros le sacamos un viaje gratis con conocidos.

– ¿Evidencias materiales de dónde estuve el 26 de septiembre?

Podrían hablar con los muchachos para cerciorarse que llegue en una de las urvans. También con quien fue mi novia; ahora ella está casada pero podría hablar con la CNDH. Debe de existir el video de uno de los periodistas que me entrevista en el momento en que nos atacan a balazos en el cruce de calle Juan N Álvarez.


El Comité Pro Clausura se vuelve un grupo negociador con el gobierno; quieren su plaza

Texto: Amapola Periodismo

Foto: Andalucía Knoll

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Estudié en la Normal Rural de Ayotzinapa en la generación 2010-2014. Soy un normalista tocado por la tragedia de septiembre del 2014. La desaparición de nuestros 43 compañeros ha sido el episodio más negro de toda la historia de la escuela. De mi generación el secretario general del Comité Estudiantil fue Aquilino Florencio Mejía.

Te das cuenta de los infiltrados sobre todo en cuarto año. Los muchachos ya no son confiables del todo, empiezan a tener una actitud igual a los que dan aviso al gobierno de nuestras actividades. Yo veía que eran así; estaban muy cerca del Comité, se llevaban muy bien con ellos y al mismo tiempo te traicionaban.

Siempre el gobierno quiere saber quién dirige la escuela, cuántos son, también en las reuniones de base estudiantil, qué se dice del gobierno, qué actividades se van a emprender, qué actividad como urgentemente se tiene que realizar y eso; la estructura e incluso el pliego petitorio, cómo va estructurado, porque se tiene que informar, incluso los brigadeos.

Los infiltrados son parte del Ejército, según nos han heredado ese conocimiento por generaciones, en la mía no había; otros de alguna institución, en este caso de la Secretaría de Educación Guerrero (SEG), o del CISEN. Si no es de parte de los alumnos es de parte de los maestros. Los maestros así tienen una característica: no te dan clase, se ponen a platicar de sus vidas. Parte del trabajo de inteligencia está en la parte docente.

La misión de esas personas infiltradas no es sólo entrar a Ayotzinapa, sino como en muchas organizaciones sociales, como en todas las normales rurales y en todos los movimientos sociales, siempre hay personas interesadas en desastabilizar.

La misión que tienen ellos es: 1) Conocer la estructura, 2) Dar toda la información a las autoridades. El Comité es vulnerable. Los estudiantes de formación política son pocos, los demás somos parte de la base, entonces la decisión casi pertenece a dos, tres, seis personas, 16 ó 20, las que tienen como un círculo más cercano, para evitar decisiones equivocadas. Se llega a este círculo selecto por decisión de la base estudiantil demostrando aptitudes políticas, por eso si alguien de los infiltrados llega a este círculo, que sí ha pasado, puede ser muy peligroso.

Para entender al Comité Pro Clausura, la jugada es: se llevan bien, se visten igual como campesinos. Algunos sí lo son, pero están trabajando para el enemigo. En primer año se camuflan, en cuarto ya sacan lo que en realidad son: quieren plaza fácil, están dispuestos a negociar, a obtener beneficios, consiguen padrinos polémicos, como Silvia Ojeda, coordinadora de asesores de la SEG. De mi generación, buscaron como padrino al entonces gobernador Rogelio Ortega.

La idea es que nos iban a dar plaza a todos, ese era el acuerdo con los de Pro-clausura, habían hecho un acuerdo de que les iban a dar plazas a todos.

Dijeron que iban a dar plazas para todos, que íbamos a hacer un solo examen y sí, lo fuimos a hacer, nos pusieron autobuses hasta a Acapulco, al Poliforum, ahí en Mundo Imperial. Nos vinieron a traer a Chilpo y nos vinieron a dejar, parecíamos granaderos, en esos autobuses y fuimos a hacerlo. Pero no fue cierto. No todos tuvieron su plaza.

Ayotzinapa siempre se ha caracterizado de ser una escuela de lucha, de conciencia, durante los últimos años, del 2012 para acá, empezamos a padecer represión y estigmatización muy constante, igual, tenemos que ver mucho los estudiantes, porque no supimos medir algunas cosas, darle una buena dirección a la organización, se perdió poco la formación política, afectaron los conflictos internos de la normal. Cosas tan simples como quitar a un secretario y poner a otro. Muchas organizaciones nos dejaron de apoyar. Ángel Aguirre nos dividió.


Fotografía: Andalucía Knoll

El Comité Estudiantil era una coladera de información durante la lucha por los 43

Texto: Amapola Periodismo

Foto: Jessica Torres Barrera

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Lo primero que supe cuando ingresé a la Normal Rural de Ayotzinapa fue la palabra infiltrado, porque cuando llegas es lo primero que te informan los integrantes del Comité Ejecutivo Estudiantil. Te hablan de sucesos que ocurrieron en otras generaciones para saber qué hacer si identificamos a alguno.

En mi época la infiltración tuvo sentido hasta que pasó la desaparición de 43 de nuestros compañeros.

En mi generación (2013-2017), el secretario general de la dirigencia estudiantil de Ayotzinapa fue David Flores Maldonado, a quien apodaban La Parka.

Supimos que había estudiantes que pasaban información a gente del gobierno, quizá porque eran de su familia. Bueno, yo tenía unos amigos en el Congreso del Estado y en el Palacio de Gobierno, y no por eso les avisaba o les informaba lo que ocurría en la escuela.

Durante el movimiento inmediato para exigir la presentación con vida de los 43 ocurría algo curioso: al llegar a los lugares donde se harían las protestas ya estaba lleno de policías antimotines. Con eso nos dimos cuenta que desde el mismo Comité Ejecutivo Estudiantil alguien pasaba información.

El Comité avisaba sobre una actividad, por ejemplo, que marcharíamos, y nos indicaban que apagáramos los celulares o los pusiéramos en modo avión, pero nada de eso servía, porque cuando llegábamos al lugar de donde saldríamos o concluiríamos ya había policías.

Me acordé de El Pepino, un compañero que era de la generación de los 43, sobrino de un empleado de Casa Guerrero, residencia oficial del gobernador en turno, que se salió de la Normal después de lo que pasó en Iguala, porque según él tenía mucha presión.

Provenía de Acapulco, pero dijo que se iría a Puebla. Su comportamiento antes del 26 de septiembre de 2014 era normal. Se encargaba de la relación con las organizaciones sociales, por su encomienda en la cartera de Relaciones Exteriores. Después se comportó raro. Lo veíamos en restaurantes y nos pasó por la mente de que era policía. Cuando se retiró nunca más supimos de él, bloqueó sus redes sociales.

Es el único que recuerdo como sospechoso, pero al igual que él pudo haber varios. Después de la desaparición de los 43 muchos estudiantes de primer año desertaron por temor.

Antes de la noche de Iguala los representantes de la normales rurales tuvieron una asamblea nacional en Amilcingo, Morelos, para planear la marcha del 2 de octubre de 2014.

Cuando llegaron nuestros representantes nos informaron que Ayotzinapa tenía que cooperar con los camiones para que todos los normalistas rurales comisionados asistieran a la marcha en la Ciudad de México.

Algunos miembros de la base estudiantil opinaron que debían reconsiderarlo porque era inviable que los estudiantes de nuevo ingreso consiguieran 15 autobuses, pues, ellos apenas tenían unos días de ingresar y los de segundo y tercero no podían porque andaba en prácticas, pero el secretario general y el secretario de Comunicación, a quien conocíamos como El Marquelia, estaban alegres y dijeron que sí se podía, porque, además, era un encargo de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), la máxima congregación del normalismo rural.

Esto implicaba que todas las comisiones del resto de normales rurales del país llegarían a Ayotzinapa para salir hacia la Ciudad de México.

En realidad esta decisión la tomó La Parka, porque así era él. Tomaba las decisiones y luego avisaba a la base estudiantil.

Desde que llegó a la Normal se perfiló para secretario general del Comité Ejecutivo Estudiantil. Primero se ganó a los estudiantes de Costa Grande, de donde es originario. Los invitaba a tomar o les dejaba meter cervezas; rompían las reglas. Todos ellos consiguieron la expulsión de Ángel Cegueda, el anterior secretario general.


Fotografía: Jessica Torres Barrera

Sobreviviente: desde la desaparición de los 43, varios grupos estudiantiles lucran con la tragedia

Texto: Amapola Periodismo

Foto: Jessica Torres Barrera

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Soy sobreviviente de la noche de Iguala. Entré a la Normal en el año 2014 y egresé en 2018. En mi generación hubo dos secretarios generales, Ángel Mundo Francisco, quien renunció y David Flores Maldonado, conocido como La Parka.

Corría el mes de agosto del 2014 cuando tuvimos una reunión de asamblea donde el secretario general de ese momento, David Flores, apodado La Parka con los dos secretarios de Actas y de Organización informaron que Ayotzinapa aportaría los camiones para la marcha del 2 de octubre, para conmemorar la masacre estudiantil de 1968.

David llega a ser dirigente porque Ángel Cegueda, apodado La Mami, renunció a ser secretario general. Presentó un documento explicando que por imposibilidades físicas, creo que tenía una enfermedad, no podía seguir. Nadie votó por un nuevo líder.

Como La Parka era el delegado nacional ante la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), se podría decir que por jerarquía tomó el lugar.

Los de primero sabíamos que Ayotzinapa iba a aportar los camiones para la marcha del 2 de octubre, para conmemorar la masacre estudiantil, pero hasta el 19 de septiembre que hubo una reunión de brigadeo, que es cuando el Comité estudiantil convoca a las academias, teníamos entendido que descansaríamos cuatro días, no que iríamos.

Necesitábamos almacenar víveres, gasolina, camiones para las organizaciones, pero jamás se habló que esa responsabilidad de los autobuses era de la academia de primero. Sabíamos que Ayotzinapa los pondría y ya.

De último momento, ese 26, La Parka decidió que fuéramos a Iguala, porque para empezar dijeron que fuéramos a Chilpancingo, pero como había seguridad por parte de policías estatales en las dos terminales, nos mandaron hasta Iguala.

Podría decir que desde la organización, la ida a Iguala fue confusa. Se ve la infiltración desde que mandaron a la academia de primero, porque como recién egresados no teníamos idea de la toma de autobuses.

Salieron de Ayotzinapa dos autobuses con normalistas de primer año. Se los llevan a Iguala, y ya al momento de supuestamente que tomaron las unidades, a nosotros nos llega la noticia de que ya habían asesinado a dos chavos. Comienza la movilización para organizarnos e ir a apoyar en un segundo grupo. Yo me fui en ese segundo grupo.

Suceden los hechos la noche del 26, la madrugada del 27. Nunca regresaron a la escuela nuestros compañeros. Con ellos entramos, convivimos con ellos. Pensamos en algún momento que estarían en la cárcel, en Barandilla municipal, pero ya los asesinatos se habían dado, el de Julio César Mondragón Fontes –quien fue desollado–, Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo.

Por eso creo que hay infiltrados en Ayotzinapa, encargados de la desestabilización de la escuela. Los infiltrados dividían a las generaciones, iban por grupo, hacían negocio a nombre de los chavos que asesinaron, se colgaban el nombre de ellos, obtenían beneficios por parte del gobierno; grupos nada más, no todos.

Te das cuenta por generaciones, yo me di cuenta desde el primer año. En la segunda generación, después de los hechos, vuelven a hacer lo mismo. En la tercera generación, que egresa, al igual que las demás, lo mismo, pero ya con un beneficio de casi la mayoría. La Parka era el principal infiltrado.

El gobierno nos ha infiltrado para intimidar a la gente, para que no haya movilización ni nada. Ahorita las cosas están peor en Ayotzinapa. No hay una consciencia crítica en los alumnos y se están perdiendo los círculos de estudio.

Pongo de ejemplo a la generación de este año: ellos son los responsables de que se haya incrementado la violencia, ahorita se habla de que ya llegó el Cartel Nueva Generación, y entre otras cosas que dejaron mal a la escuela. Los estudiantes de ahora tienen problemas con los maestros. Hicieron a un lado el movimiento, negociaron. Hacen que Ayotzinapa pierda su valor por lo que les da el gobierno.


*En 2014 era presidente del país Enrique Peña Nieto y gobernador Angel Aguirre. Estos hechos en Ayotzinapa ocurren después del desgaste gubernamental por la reforma educativa. Esta generación vivió la transición política, la llegada a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, y la caída del partido hegemónico, el PRI.

Fotografía: Jessica Torres Barrera

Nos vemos obligados a hablar con el crimen: normalista

Texto: Amapola Periodismo

Foto: José Luis de la Cruz

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Soy integrante de la generación 2018-2022 de la Normal Rural de Ayotzinapa. Ingresé a la normal en un contexto complejo, a cuatro años de la desaparición forzada de los 43 normalistas, y con el crimen a nuestro alrededor.

Hace unos meses creía que quien se infiltrada en la Normal le paga el gobierno para dar información, pero no es así. Para mí, la persona que está vendida es una persona que no quiere trabajar en su cargo, que está sumisa, un poco perezosa en el cargo que tiene.

En primera, lo complicado es que ellos hacen reuniones clandestinas, haciendo fraudes; posiblemente, les den recursos, y no llegan. Los fraudes van desde hacer una actividad de boteo y quedarse el dinero hasta utilizar cosas que confiscamos, para uso personal. Las reuniones de los infiltrados, hemos sabido, las hacen afuera de la escuela.

Uno los detecta y los expulsa. Hace un mes expulsamos. Era de Tenería y se expresó mal de la Normal y tuvimos una reunión de base. Todas las academias tienen que estar en esa reunión. Ellos vienen a desestabilizar la normal, la organización. ¿Cómo? Diciéndole a los demás: “ya no suban a danza, quédense así. Ya no vayan a rondalla, quédense aquí. Vamos a charlar, vamos a tomar, vamos a fumar”, algo que para mí no va.

Estamos sembrando una buena semilla, y la vamos a cuidar hasta que nos dé un buen fruto.

Mi persona solamente agarra ciertos grupos, hablo en corto con ellos, sobre todo con los más jóvenes; más agarras a las personas que están dispuestas a hacer un cambio. Tomo a esas personas, para que no se desvíen. Aquí somos libres, porque llegan personas que son menores de edad, se desvían mucho; llegan a ser personas alcohólicas, como sucede en este nivel de educación. En todas las prepas, en las mejores escuelas.

Una vez uno me pidió un autobús, cuando teníamos una actividad de rondalla. Impide que se desarrollen las actividades, porque menciona que es más importante hacer otras, cuando ya estaba programada esa. O sea, que necesitan el camión para ir por camiones, por ejemplo.

Quizá esa persona está infiltrada, yo lo tengo que quitar, porque él que es representante de rondalla, me está arrastrando a todos los chavos que son como 36 chavos, o sea por él, no van a ir a participar. Por él, ese es el detalle, yo lo quito, pongo a otra persona, pongo otro para hacer el trabajo, alguien quien sí va a sacar la rondalla.

En la cuestión del crimen nos vemos obligados a hablar con ellos. De la mafia hay un representante, del gobierno hay un representante, nosotros no queremos reuniones, pero a veces las piden. Han llegado citatorios anónimos, me han llegado pues, si ven el contexto aquí, hay dos, tres, diferentes mafias y nosotros estamos en medio. Chilpancingo igual, entonces por todos lados. Hemos tenido que dialogar con esa gente: “hey: somos nosotros, tranquilícese”.

Nosotros tratamos de llevar la fiesta en paz, pero eso sí ya es más difícil. Nos han pedido en forma anónima que soltemos camiones de productos confiscados.–No da más detalle–.

Han cambiado los códigos porque ha cambiado el contexto. Estamos en una guerra, pero nosotros no estamos armados en cuestiones de armas de fuego, sino en conocimiento, queremos lograr un cambio; pero también considerar que el cambio es de adentro, desde la Normal.


* En pleno triunfo del presidente Andrés Manuel López Obrador ingresó esta generación. En un contexto estatal de crispación social. A tres años del gobierno del priista, Héctor Astudillo Flores, y ante el triunfo de la perredista Erika Alcara como presidenta municipal de Tixtla, identificada como gente del diputado Bernardo Ortega Jiménez, cuya familia es acusada de conformar el grupo local del crimen organizado más fuerte de los municipios Zitlala, José Joaquín Herrera, Chilapa y Tixtla, de donde son varios normalistas.


Fotografía: José Luis de la Cruz

 

Vicario y Silvia Ojeda relacionados con actividad en la que son asesinados dos normalistas

Texto: Amapola Periodismo

Foto: Amilcar Juárez

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Soy de la generación 2009-2013 de la Normal Rural de Ayotzinapa. A quienes formamos parte de esta generación nos tocó vivir los asesinatos de Gabriel Echeverría y de Alexis Pino, el 12 de diciembre del 2011. De mi generación fue secretario general del Comité Ejecutivo Estudiantil, Pablo Juárez Cruz, durante el periodo 2011-2012.

Quienes influyeron para que se decidiera ir a bloquear El Parador del Marqués ese 12 de diciembre, en donde terminaron asesinados Gabriel y Alexis, fueron cuatro estudiantes de la academia de cuarto, quienes rebasaron a los del Comité Estudiantil. Esa actividad se decidió en una asamblea estudiantil que comenzó el 11 de diciembre y terminó a las cuatro de la mañana del 12 de diciembre.

En la asamblea se debatieron dos propuestas: ir a bloquear El Parador del Marqués, en Chilpancingo e ir a la oficina del gobernador a demandar de nuevo la audiencia para que resolviera el conflicto en la Normal, un paro de maestros que ya llevaba varias semanas.

Pero en esa asamblea ganó la propuesta de los de cuarto, quienes hicieron un trabajo hormiga con los de primero, a quienes convencieron de que la mejor acción era el bloqueo. El Comité Estudiantil se opuso porque el 12 era un día en el que una protesta así no tenía mucho caso. (Por la velada a la Virgen de Guadalupe no hay muchos automovilistas en las carreteras). Pero se votó y ganó la propuesta de los de la academia de cuarto año.

En la asamblea que termina a las cuatro de la mañana se decide ir a hacer el bloqueo ese mismo 12 de diciembre. Los estudiantes llegamos al Parador del Marqués alrededor de las nueve de la mañana y como a los 10 minutos llegaron policías federales, estatales y ministeriales, presencia que derivó en el desalojo y en el asesinato de los compañeros.

Esos estudiantes de cuarto año eran del Comité Pro Clausura. Fueron apadrinados por Silvia Ojeda, la coordinadora de asesores de la Secretaría de Educación (SEG) en el periodo de Zeferino Torreblanca y por el diputado del PRI, Héctor Vicario Castrejón, así que la relación entre estos estudiantes y su papel para llevar a cabo esta actividad es más que obvia.

La ceremonia de clausura de esa generación no se llevó a cabo en la Normal. La base estudiantil no permitimos esa ofensa. La hicieron en otro lugar, yo no supe donde fue, pero una vez que fue obvia esta conexión de esos normalistas, la base estudiantil impedimos que Silvia Ojeda y Héctor Vicario entraran a la Normal.

En una Normal como Ayotzinapa en la que se tiene que pelear por la plaza de maestros, algunos de los que están en cuarto año empiezan a ver por sus intereses y se olvidan de la lucha social, de la Normal y de los estudiantes que vienen atrás.

En mi generación también me tocó ver la expulsión de un compañero a quien se le encontró con marihuana. No supimos si era sólo para su uso o la distribuía, pero cuando se supo, la base estudiantil inmediatamente tomó la decisión de expulsarlo, eso fue un año antes de los asesinatos de Alexis y Gabriel.


*En este periodo el gobernador fue Ángel Aguirre (2011-2014) y hubo dos presidentes: Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2014)

Empezaban las protestas contra la Reforma Educativa, la Normal Rural de Ayotzinapa participó activamente en apoyo al magisterio disidente.

Guerrero fue el estado donde más protestas educativas hubo en 2012. Ángel Aguirre era un gobernador desacreditado por el aumento de violencia en el estado, y en el tema educativo por la falta de entrega de plazas a egresados, recursos para este ramo, y el inicio de las protestas contra la Reforma Educativa. Los docentes realizaron desde pintas hasta la destrucción de oficinas de partidos.


Fotografía: Amilcar Juárez

Ofrece comité de Ayotzinapa secuestrar camiones para la marcha del 2 de octubre: lo haría la Normal de Tenería

Texto: Amapola Periodismo

Foto: Jessica Torres Barrera

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Entré a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa en 2013, un año después de los asesinatos de Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino, así que desde entonces hasta que egresé en 2017 escuché lo de los infiltrados a la Normal como una herramienta para hacernos daño.

Se sabía que las infiltraciones eran de parte del gobierno por su interés de cerrar Ayotzinapa, pero entonces poco comprendía ese tema. Sí me daba cuenta de que los comités sucesivos tenían un control fuerte de la información que manejaban.

Antes de la desaparición de nuestros 43 compañeros normalistas nunca me percaté de que en la Normal tuviéramos infiltrados o de que conviviéramos con ellos. Después de lo de Iguala sí iban muchas personas sospechosas a tratar de sacarnos información; varios eran, según, de organizaciones sociales o periodistas.

Una persona en especial se dedicaba a sacarle información a los chavos. Les invitaba bebidas alcohólicas y ya borrachos varios compañeros contaban cosas sobre la lucha. Después nos dimos cuenta que esa persona tenía familia en el gobierno. Llegó diciendo que era familiar de un desaparecido, pero no era cierto.

Cuando fue descubierto lo corrieron de la Normal. A los estudiantes que le pasaron información estuvieron a punto de expulsarlos, pero al final, la base los perdonó.

Además, fue notorio que algunos maestros de la misma Normal tenían familiares en la Secretaría de Educación Guerrero (SEG) y nos dimos cuenta que ellos también pasaban información sobre las actividades que íbamos a hacer fuera de la normal, los veíamos mandando mensajes de texto o llamadas en las que hablaban de ese tema.

En el 2014 era secretario general del Comité Ejecutivo Estudiantil un estudiante al que llamábamos La Mami (Ángel Cegueda), quien mantenía informada a la base estudiantil sobre todo lo que se hacía y las decisiones que se tomaban, yo pienso que ese secretario se preocupaba por la Normal, pero lo señalaron de tener familia en el gobierno y de que podría pasarles información, por eso lo expulsaron, y a todo el Comité lo depuraron. Así fue como subió David Flores Maldonado, La Parka.

Él hacía las cosas a su manera, tomaba decisiones muy personales, sin consultar al resto del Comité Ejecutivo Estudiantil. Recuerdo una reunión muy importante de la Federación Estudiantil Campesina Socialista de México (FECSM) en Amilcingo, Morelos, donde ofreció que la Normal de Ayotzinapa se encargaría de conseguir los autobuses para mover a todos los estudiantes a la marcha del 2 de octubre de 2014 en la Ciudad de México.

Ahí se decidió que tarea la tendría la Normal de Tenería, la que está en el Estado de México, pero La Parka ofreció que lo haríamos nosotros, y cuando llegó a Ayotzinapa informó que era una comisión que nos encomendaba la FECSM.

Desde mi punto de vista eso fue algo muy raro, porque a la Normal no le tocaba llevar los autobuses. Eso es algo que sigo sin entender. Después pasó lo de Iguala.


Fotografía: Jessica Torres Barrera

Expulsan a secretario general mientras se recuperaba de golpiza: Comité que se queda organiza la ida a Iguala

Texto: 

Foto: Carlos Carbajal

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Ingresé a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa en 2011, año en que fueron asesinados en Chilpancingo los normalistas Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino. En mi último año en la escuela (2014-2015) pasó lo de Iguala, en donde perdimos a 46 compañeros, a tres los asesinaron y a 43 los desaparecieron.

De mi generación hubo dos secretarios generales, primero fue Ángel Cegueda, a quien le dieron un golpe de Estado y después subió David Flores Maldonado, a quien le decíamos La Parka.

En 2014, algunas semanas antes de que ocurriera la desaparición de los compañeros en Iguala, nos fuimos a botear a Casa Verde (pedir cooperación a los automovilistas). Esa mañana fuimos golpeados de forma salvaje por la Policía Federal. Los policías nos llegaron sin ninguna llamada de atención previa, sin intentar alguna negociación para que nos fuéramos.

Teníamos muchas actividades de ese tipo y las policías antes de reprimirnos negociaban con nosotros. Esa vez llegaron y se nos fueron con todo. En esa ocasión quien resultó más golpeado fue precisamente Ángel Cegueda, el secretario general, pareciera que lo tenían ubicado. Fue a quien más golpearon.

Ángel Cegueda quedó muy mal de esa golpiza. Lo llevamos al hospital y ahí se quedó para que lo atendieran. Él ya no regresó a la Normal porque durante su recuperación un grupo de estudiantes maniobró para expulsarlo de la dirigencia estudiantil y de la Normal, entonces subió La Parka como presidente del Comité Ejecutivo Estudiantil.

La expulsión de Ángel Cegueda no se llevó a una asamblea estudiantil como debía ser, espacio en el que se reunía la base y escuchábamos las acusaciones. Lo decidieron La Parka con un grupo de estudiantes pequeño. Una vez que nos comunicaron que Ángel había sido expulsado de la Normal que, por ser un infiltrado, La Parka ordenó que sacaran sus cosas del dormitorio donde se quedaba. Uno de los nuestros compañeros, supimos después, se las llevó a la casa en Tixtla donde se recuperaba.

Casi al mes pasó lo de Iguala, yo como muchos compañeros que estábamos por graduarnos de la escuela, no fuimos a la actividad. Quien tomó esa decisión de ir a Iguala y llevarse a los de primero fue el nuevo Comité Ejecutivo Estudiantil.

He reflexionado acerca de esa cadena de sucesos previos a la desaparición de nuestros hermanos normalistas. Creo que incluso la golpiza que recibimos en Casa Verde era parte del plan para sacar al Comité Ejecutivo Estudiantil de entonces, principalmente al secretario general.


*En este periodo el gobernador era Ángel Aguirre Rivero (2010-2014), quien llegó por el PRD, antes del PRI, cuando sustituyó a Rubén Figueroa Alcocer. Pero por la desaparición de los 43 normalistas no terminó su periodo y nombraron a Rogelio Ortega Martínez. Estaba el presidente panista Felipe Calderón (2006-2012) y luego llegó al poder el priista Enrique Peña Nieto (2012-2018)

En 2012 empezaron las protestas contra la Reforma Educativa de Peña Nieto y la Normal participó en apoyo al magisterio disidente. Guerrero fue el estado donde más se protestó contra esas reformas.


Fotografía: Carlos Carbajal

Acusan al PRI de intentar crear en la Normal una base del crimen organizado: Vicario y a otros

Texto: 

Foto: José Luis de la Cruz

Este texto fue publicado el 11 de septiembre de 2022

Chilpancingo


Pertenezco a la generación 2010-2014 de la Normal Rural de Ayotzinapa. Egresé en 2014, unos meses antes de la desaparición forzada de los 43 compañeros normalistas. Me tocó presenciar el desalojo extrajudicial de policías ministeriales y federales del 12 de diciembre del 2011, cuando fueron asesinados Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino.

De mi generación, el secretario general del Comité Ejecutivo Estudiantil fue Job Navarrete, quien encabezó la exigencia de justicia por los compañeros Gabriel y Jorge Alexis.

Desde que ingresé nos comentaban en los círculos de estudio, que estuviéramos alerta, porque convivíamos con el enemigo, que alguno de nosotros pudiera ser un infiltrado, que buscaría la manera de quedarse y desestabilizar a la Normal.

Al principio no lo entendíamos. Teníamos una noción de que los infiltrados podrían ser personas para informar sobre las cosas que se hacían en la escuela. Con el tiempo, entendimos que esas infiltraciones tenían el propósito de desestabilizar la escuela para conseguir el cierre, entonces la intención de los que se infiltraban, era para conocer cómo está organizada y cómo los que estudiamos ahí comenzamos a tener otro tipo de conciencia política.

En mi generación, el Comité decidió expulsar a tres estudiantes de cuarto año. Nos dimos cuenta que tenían relaciones con Silvia Ojeda, coordinadora de asesores de la Secretaría de Educación Guerrero (SEG), y con el secretario de ese entonces, José Luis González de la Vega, y también con Héctor Vicario, quien era diputado por el PRI, y desde siempre cercano al ex gobernador Rubén Figueroa Alcocer.

Esos chavos que fueron expulsados se oponían a las acciones del Comité, retaban sus indicaciones, tomaban alcohol en las instalaciones y vendían drogas, inclusive, se sabía que andaban armados, por lo menos a uno se le vio portando una pistola nueve milímetros.

En ese periodo, cuando hacíamos alguna actividad, a la base estudiantil nos llamaban los del Comité y nos decían vamos a salir a hacer esto y salíamos pero no hacíamos lo que nos habían informado, entendimos que empleaban esta estrategia para confundir a los infiltrados.

El Comité habló con los jefes de grupo de las diferentes generaciones para recoger la información que ellos tuvieran. Casi todos confirmaron que esos estudiantes vendían drogas: marihuana y cocaína, entonces nos citaron a todos los estudiantes a una asamblea y nos dieron esa información, y ahí en la asamblea, se decidió expulsarlos.

Esos días fueron de mucho peligro. Los de la base estábamos atentos porque sabíamos que los expulsados traían armas y pensábamos que no se iban a ir tan fácilmente.

Una noche, uno de los expulsados llegó a la puerta de la Normal, no venía solo, venía en una camioneta con varios hombres que traían cuernos de chivo.

Supimos en otra asamblea que esos hombres que llegaron con el expulsado amenazaron al secretario general y éste les advirtió que en la Normal no iban a permitir lo que hacían los ex estudiantes, es decir, la venta de drogas.

Esos expulsados, como ya dije, eran muy cercanos a Héctor Vicario. Los veíamos en Chilpancingo reunidos con él o con Silvia Ojeda.

Nosotros pensábamos que la droga que ellos metían a la Normal venía de esa relación con Vicario, no lo podemos comprobar, pero parece evidente. Hay que ver más allá también. Nosotros creemos que la intención que tenía el PRI era construir en la Normal una base del crimen organizado, como una estrategia de ese partido para tener el control al interior y ver la forma de desestabilizarla.

En la actualidad, por mis labores como maestro, sigo teniendo relación con gente de la Normal. Sé que en la escuela ya no hay cuadros activistas, la base social se debilitó. Con otros compañeros llegamos a la conclusión de que esos infiltrados dejaron cadenita. La vida en la Normal ha cambiado mucho y creo que es por el legado de esos infiltrados. Los que están ahora carecen de formación política, de visión social. Es un panorama muy triste.


*En este periodo el gobernador era Ángel Aguirre Rivero (2010-2014), quien llegó por el PRD, antes del PRI, cuando sustituyó a Rubén Figueroa Alcocer. El presidente del país era el panista Felipe Calderón (2006-2012) y abarcó una parte del sexenio del priísta Enrique Peña Nieto.

En 2012 empezaron las protestas contra la Reforma Educativa de Peña Nieto y la Normal participó en apoyo al magisterio disidente. Guerrero fue el estado donde más se protestó contra esas reformas.


Fotografía: José Luis de la Cruz

 

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