Reyes Magos en Totomixtlahuaca

Texto y fotografía: Isael Rosales

7 de enero del 2020

 

Uriel Crispín Sánchez, de 10 años de edad, popularmente conocido como Chan, realiza un clavado en una de las pozas de más de dos metros y medio de profundidad en sus juegos del 5 de enero. En esta región no hay una tradición del Día de Reyes Magos. La cosmovisión indígena, en este caso del pueblo Na “Savi (mixteco) es ajena a esa práctica.

 

El niño Chan es originario de Totomixtlahuaca, Tlacoapa, una comunidad de poco más de mil 15 habitantes, enclavada en la región de la Montaña. La principal actividad económica es la agricultura. En los 19 municipios que abarca esta región se siembra de maíz, frijol y calabaza; la ganadería, el comercio y servicios de transporte son otras fuentes de ingresos para las familias que no salen de sus pueblos. Muchas de ellas eligen irse de jornaleros migrantes a estados del norte del país, para aspirar a otras cosas: construir una casa, enviar a sus hijos a la escuela.

 

Los padres, Quirina Sánchez Morelos y Maximino Crispín Olguín, son campesinos y con cinco hijos, cuatro hombres y una mujer. Chan se destaca por su avidez de conocer y explorar el mundo.

 

Él no conoce el Día de Reyes. De conocer la tradición de Reyes Magos sabría que en su pueblo hubo algo así como una recesión económica o una crisis económica de gran envergadura que no alcanzarían a cubrir Melchor, Gaspar y Baltazar.

 

Chan cursa el cuarto año de primaria. En segundo empezó a leer. En los momentos que no tiene clases ayuda en los quehaceres del hogar o del campo. En las primeras semanas de junio, Chan se alista–una vez que se unió a la petición de lluvia el tres de mayo–para sembrar maíz, frijol y calabaza. Su especialidad es acarrear agua para sus hermanos mayores y su papá.

 

Cuando las semillas empiezan a crecer, se dispone a ir a cuidar para que los zanates, unos pájaros negros y flacos no la levanten. En julio sabe que sigue la limpia de la milpa, primera y segunda, donde él tiene que acarrear el agua. Poco contratan a peones porque es caro pagarles 120 o 150 pesos al día, por eso Chan también tiene que agarrar su machete para apoyar a su familia. La limpia se termina después de una semana de trabajo.

 

Llegado diciembre, antes del 12, cosecharon el maíz, frijol y calabaza. Chan pasaba los costales para ir guardando las mazorcas, acarreaba el agua para tomar, pizcaba e iba al encuentro de su mamá para ayudarle a cargar la comida y los refrescos. Es un niño que nunca dice que no a un quehacer, “a mí me gusta trabajar en el campo y también estudiar. Tengo buenas calificaciones, a veces 8 y a veces 9, con mi maestra”.

 

La familia de Chan vive con un promedio de 300 pesos a la semana. Sus libretas las recicla. “Tómame una fotografía”, dice con una botella de salsa valentina que su amigo, Martín, le ha invitado con unos chicharrones.

 

Cuando hay mucho trabajo Chan se levanta a las cinco de la mañana, se monta en un burro y se aleja con su hermano mayor en las afueras de la comunidad. Regresan a las 12:00 del día para almorzar, después le dan un tiempo para jugar.

 

En su cotidianidad siempre se levanta a las siete de la mañana, junta la basura del patio de su casa y enseguida toma una taza de café. Pasado unos minutos para tomar un respiro, limpia la mesa, barre adentro de a casa, un cuarto de 6 por 10 metros. También lava los trastes, le da tomar agua y comer a un par de marranos. Sólo después de todas sus labores se dirige a bañar al río como a las tres de la tarde, acompañado de su amigo y esta vez comen chicharrones.

 

Nada a contracorriente, pese a que las aguas lo regresan. “Soy un torbellino”, grita al lanzarse de una roca para su clavado con dos vueltas en el aire. Pasa sus manos en el rostro y ríe. Así hasta que ya no aguanta el frío, se va a la arena juega un poco y luego se sienta en una piedra. Me cuenta que hace días encontró una piedra en forma de corazón.

 

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