Los caminos de Marcelo

En la semana decisiva en el proceso interno de Morena, Marcelo Ebrard parece dispuesto a estirar la liga, presionando para que haya equidad y limpieza. Resignarse o romper parece su dilema


Por Ernesto Núñez Albarrán / Pie de página 

Al grito de “no al dedazo”, un grupo de personas se manifiesta en las rejas del Instituto Nacional Electoral. Exigen piso parejo y que el presidente no meta las manos en la contienda. Lanzan consignas en contra de Claudia Sheinbaum, y denuncian que los Servidores de la Nación son utilizados para hacer proselitismo.

Un hombre grita con histeria: “¡no robar, no engañar y no traicionar al pueblo!”.

No son simpatizantes del PAN, PRI o PRD, pero exigen al gobierno de Andrés Manuel López Obrador sacar las manos de las elecciones.

Las mujeres y hombres que irrumpen en la sede del INE son simpatizantes de Marcelo Ebrard, y la dureza de su discurso en contra del presidente contrasta con su supuesta militancia en Morena.

Media hora después de ellos, llega al INE el ex canciller Marcelo Ebrard, cuya tranquilidad también contrasta con los gritos rabiosos de sus huestes.

Cualquiera diría que Ebrard va a aprovechar su viaje hasta el sur de la Ciudad de México para denunciar ante las autoridades correspondientes el uso de recursos públicos para favorecer a una de las aspirantes a la Presidencia de la República; pero no, en realidad va a entregar a la Oficialía de Partes un comprobante bancario por diez mil pesos, correspondiente a una multa que le fue impuesta por una queja en su contra presentada por Movimiento Ciudadano.

Sin embargo, Ebrard habla poco de eso ante la prensa y mucho de sus quejas por lo que está pasando en el proceso de selección de la Coordinación de la Defensa de la Transformación.

En el rosario de irregularidades incluye la proliferación de anuncios espectaculares en carreteras y avenidas del país para promover la imagen de Sheinbaum; la interferencia de gobiernos estatales y municipales en favor de la ex jefa de Gobierno de la Ciudad de México y el uso de los miles de Servidores de la Nación para promover a la favorita de la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel.

Muchas veces, la oposición ha advertido que ese ejército de “servidores” fue creado al inicio del sexenio como una estructura electoral al servicio de Morena. Se trata de los funcionarios encargados de levantar los registros para los padrones de los programas sociales, entregar las tarjetas del Bienestar y promover las acciones del Gobierno.

Según denuncian Ebrard y sus simpatizantes, Ariadna Montiel los está poniendo al servicio de la ex jefa de Gobierno, pues aprovechan sus recorridos y visitas domiciliarias para decirle a la población que Claudia es la favorita de AMLO.

Además, se les acusa de repartir folletos impresos con la leyenda #EsClaudia, de bajar mantas y borrar bardas que promueven a Marcelo.

La denuncia es muy grave, y es tan sólo un pequeño preámbulo del polémico papel que jugarán esos ejércitos de promotores -que recorren el país con la chequera de miles de millones de pesos de programas sociales- en el proceso electoral de 2024.

Esa misma tarde, al salir del INE, Ebrard se encuentra a un grupo de brigadistas con cubetas de pintura blanca borrando una barda suya sobre avenida San Fernando, para repintar la pared con la leyenda #EsClaudia.

“Oye, ¿por qué estás borrando mi barda?”, pregunta Ebrard a los trabajadores que, evidentemente, sólo cumplen lo que “alguien” les ha ordenado.

A esas mismas horas, el senador Ricardo Monreal le echa un cable a Marcelo, renunciando a su propuesta de casa encuestadora para que entre una de las que propuso el ex canciller, con lo que se conjura la posibilidad de un rompimiento por el desacuerdo con la selección de las empresas que harán las cuatro encuestas espejo de las que saldrá la candidatura presidencial de Morena.

Resignarse o romper

En la penúltima semana del proceso interno de Morena, Marcelo Ebrard ha optado por presionar al dirigente Mario Delgado y, de algún modo, al presidente López Obrador.

Sus denuncias lo colocan en el filo de la navaja, pues gana protagonismo en las portadas de periódicos, menciones en redes sociales y programas de radio, pero también agita las aguas de un proceso que en el que el líder había ordenado no atacarse.

Ebrard crece, pero también aumentan las posibilidades de que sea repudiado por el ala más radical de Morena, en donde ya se cruzan apuestas: ¿el ex canciller admitirá su derrota?, ¿será capaz de impugnar el proceso y dejarlo en manos del odiado (por Morena y el presidente) Tribunal Electoral?, ¿se irá del partido?

El aspirante está maniatado, pues hace 60 días firmó una carta compromiso que le impediría desconocer el resultado de las encuestas.

Ebrard podría argumentar que, en el documento firmado el 11 de junio, los aspirantes también se habían comprometido a no beneficiarse de recursos públicos y estructuras de gobierno. Pero escalar su reclamo fuera de la dirigencia de Morena lo obligaría a romper con López Obrador, que no aceptaría que la decisión sobre su posible sucesora dependa de una resolución de las autoridades electorales a las que ha repudiado durante todo su sexenio.

Si impugnar y buscar que se limpie el proceso no es opción para Ebrard, su único camino sería el rompimiento, y colocarse como un posible candidato, ya no del frente opositor, sino de Movimiento Ciudadano. Pero eso provocaría su destierro del lopezobradorismo y, muy probablemente, el uso del aparato oficial para desacreditarlo, investigarlo, abrirle expedientes.

Queda una semana para que concluyan los recorridos y las asambleas informativas; después del domingo 27, se levantarán las encuestas para determinar quién gana. En la semana decisiva, Ebrard seguirá estirando la liga, mientras Sheinbaum parece dispuesta a apretar el paso, con alcaldes y gobernadores operando para llenarle plazas y auditorios.

La legitimidad de su candidatura dependerá del reconocimiento de sus rivales, después de un proceso en el que fueron evidentes los apoyos de autoridades y de instancias partidistas para allanarle el camino.

La unidad dependerá de que los vencidos acepten los premios de consolación que ha dispuesto el presidente: la coordinación de Morena en la Cámara de Diputados, para Adán Augusto López; la jefatura de Gobierno, para Ricardo Monreal, ¿y el Senado para Ebrard?

A sus 63 años, Marcelo sabe que ésta es su última oportunidad. Ya en 2011 se hizo a un lado, cuando las encuestas del PRD indicaron que López Obrador fuera el candidato en los comicios de 2012, y volver a esperar lo convertiría en un candidato de 69 años en 2030.

Ahí su dilema: ¿aceptar que no es el favorito del presidente y resignarse a ver otra vez los toros desde la barrera?, ¿o arriesgar todo en una candidatura opositora?

 

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