Justicia, memoria y reparación del daño piden víctimas y familiares de la guerra sucia en Guerrero

Texto: José Miguel Sánchez

Fotografía: Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan 

9 de diciembre del 2022

Chilpancingo 

 

Este viernes comenzó el conversatorio Diálogos por la Verdad y Justicia, convocado por el Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico de la Guerra Sucia, para escuchar a las víctimas y familiares de personas desaparecidas, torturadas y encarceladas de 1965 a 1990, periodo conocido como guerra sucia, que algunos académicos nombran terrorismo de Estado.

Durante el conversatorio, víctimas, sobrevivientes y familiares de personas desaparecidas contaron su testimonio acerca de cómo vivieron la desaparición de algún familiar en manos del Ejército o agentes del Estado mexicano.

Los testimonios fueron recabados por el equipo del Mecanismo para Verdad y formarán parte un informe que tiene la intención de esclarecer las violaciones a los derechos humanos cometidas contra la población civil en Guerrero de 1965 a 1990.

El conversatorio, además, se convirtió en un espacio de protesta, donde las familias y víctimas exigieron al gobierno enjuiciar a los perpetradores «y no hacerles un memorial como pretende el presidente», además de una reparación del daño, tanto física, emocional, económica y social. El conversatorio comenzó ayer viernes y terminará hoy.

«Queremos terminar con la impunidad que hasta ahora ha protegido a los perpetradores de masacres, desapariciones, arrasamiento de pueblos enteros, asesinatos, torturas y encarcelamientos clandestinos», mencionó David Fernández Dávalos, titular del Mecanismo para la Verdad.

Alrededor de 100 personas, entre víctimas y familiares llenaron el auditorio de la Unidad Deportiva Chilpancingo, conocida como Crea, al norte de la ciudad.

El auditorio, que lucía repleto de personas originarias de la región Costa Grande, Costa Chica, Sierra, Tierra Caliente y Centro, principalmente, y otros más desplazados desde hace 40 años, se escucharon unos a otros.

Los asistentes contaron pasajes o recuerdos dolorosos sobre la violenta historia política del estado de los últimos 50 años.

Testimonios como el de Guillermina Cabañas Barrientos, hermana del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos, resonaron en el pequeño auditorio cuando contó cómo el Estado, a través del Ejército, orilló a toda a la familia del guerrillero a desplazarse y a vivir en la clandestinidad.

«Llegaban los militares y sacaban a toda la gente a la cancha de basquetbol, ahí los que eran Cabañas de un lado y los que no, del otro lado, y ahí vimos cómo comenzaron a desaparecer a nuestros familiares», mencionó Guillermina, quien tiene 72 años.

Contó que en la comunidad donde vivía, San Martin de las Flores, municipio de Atoyac, Costa Grande, debido a los estigmas y el miedo que tenían al Ejército, ella decidió, con ayuda de su hermano Lucio, irse a la clandestinidad.

Aprendió a usar armas y se unió a la lucha armada del Partido de los Pobres que encabezada su hermano.

Aún embarazada combatió fue enfermera para la guerrilla, «hasta que a los cinco meses de embarazo Lucio buscó la manera de sacarme de la Sierra».

Pablo Cabañas, maestro normalista, igual que su hermano Lucio, dijo que nunca participó en la lucha armada, aún así fue detenido frente a sus alumnos de quinto de primaria en una escuela de Huatabampo, Sonora.

Después de su detención fue torturado directamente por Miguel Nazar Haro de la Dirección Federal de Seguridad (DFS); estuvo seis años en prisión “por el único delito de ser hermano del profesor Lucio Cabañas, perdí mujer, casa, trabajo y libertad”.

Otros de los testimonios contados durante el conversatorio fue el de los campesinos de Tlacalixtlahuaca, municipio de San Luis Acatlán, Costa Chica. Victoriano Villegas, dijo, por ejemplo, que “fue duramente golpeada por el Ejército en castigo por haberle dado alojo y cobijo en una ocasión al guerrillero Genaro Vázquez Rojas”.

En esa intervención militar, Victoriano Villegas, que tenía 15 años en ese entonces, vio cómo los militares obligaban a los campesinos a cavar sus fosas antes de ejecutarlos o los dejarlos colgados de los árboles.

“Nadie era libre, sólo de recordar duele”, mencionó.

José Oliver Calleja, otro poblador de Tlacalixtlahuaca, recordó que su padre, antes de ser asesinado, lo colgaron de un árbol, fue torturado por militares.

“Estamos muy sentidos con lo que nos hizo el gobierno, y lo mínimo que pueden hacer es una reparación del daño y castigar a los perpetradores”.

Nicomedes Fuentes Adame, quien también vivió la embestida del Estado en esos tiempos, es un activista que públicamente lleva años con el reclamo de justicia para las víctimas de la guerra sucia, pidió al Mecanismo y a la Comisión de la Verdad el rescate de la memoria histórica, garantías de la no repetición y castigo a los perpetradores.

Fuentes Adame recordó que él fue detenido y desaparecido en dos ocasiones y llevado a cárceles clandestinas del Ejército y la Brigada Blanca.

Uno de sus torturadores fue el comandante Wilfrido Castro Contreras, quien, dijo, falleció de muerte natural, sin ningún castigo.

Otro personaje presente y asumido como sobreviviente de la guerra sucia es el ex gobernador interino, Rogelio Ortega Martínez, quien contó que fue torturado por el comandante del Ejército, Mario Aburto Acosta Chaparro, y un comandante de la Brigada Blanca.

«Mi petición aquí es que los nombres de esos torturadores queden en los libros de historia como lo que son, criminales, torturadores y secuestradores», mencionó.

Las historias de otras personas menos públicas también fueron narradas en este espacio.

El 17 de mayo de 1974, Onésimo Uriostegui Terán, junto con sus dos hijos, Mario y Efraín Uriostegui Flores, caminaban rumbo al campo a trabajar, cuando un grupo de militares les marcó el alto.

Por el miedo de la población a los militares, la familia Uriostegui corrió y en respuesta los militares dispararon y asesinaron a Efraín.

La familia Uriostegui Flores tardó una semana en hallar su cadáver; después de hallarlo lo enterraron por la noche para que los militares no se dieran cuenta.

Por el miedo que les generó el asesino de Efraín, la familia Uriostegui huyó de su natal Tenexpa, un pueblo de Tecpan de Galeana, Costa Grande. Contrataron un taxi para llevarlos a Acapulco, pero en el crucero de Tenexpa, un retén militar los detuvo.

Ahí les preguntaron de dónde venían y alguien respondió que de la Sierra, por lo que de inmediato los militares los bajaron del taxi y Efraín y Mario fueron trasladados en calidad de detenidos al cuartel militar de Atoyac.

La historia fue contada por Celia Uriostegui Flores, hija de Onésimo y hermana de Mario y Efraín.

Ese fue el último contacto que Celia tuvo con su padre y hermano, desde entonces los busca.

La guerra sucia (terrorismo de Estado para muchos) fue un periodo que comprendió de 1965 a 1980, en ese tiempo militares y grupos paramilitares se enfrentaron de manera directa con los movimientos sociales de izquierda, desde universitarios, populares, campesinos hasta las guerrillas.

Datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con los que trabaja la Comisión de la Verdad indican que durante ese periodo fueron desaparecidas unas 800 personas.

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