“Las cárceles dejaron de funcionar desde hace mucho, hay que repensar el sistema penitenciario”: Enrique Zúñiga, especialista

Texto: Elidet Soto / Animal Político 

Fotografía: José Luis de la Cruz (Archivo)

6 de noviembre del 2022

 

Visitar las cárceles de México es ver los malos tratos y las vejaciones de las que son objeto internos y custodios, pero también confirma que lo que ahí sucede fue diseñado por el propio Estado.

Esta es la premisa de Enrique Zúñiga, autor del libro La pelea por los infiernos (Grijalbo), donde muestra las entrañas de las prisiones a través de historias que recolectó en diversas visitas a esos lugares.

Zúñiga asegura que el sistema penitenciario en México está perdido y no existe un punto de retorno, por lo que propone eliminar las cárceles.

“¿Por qué las cárceles no deben existir? Porque desde hace mucho han dejado de funcionar, están en un punto de no retorno, es más fácil quitar una prisión que construir una, porque es toda una industria que está anclada o avienta anzuelos ficticios”, dice en entrevista.

Para el autor, los monstruos no son solo los asesinos, secuestradores o narcotraficantes que están privados de la libertad, sino también el Estado que diseñó este modelo para sacar beneficios políticos y económicos.

“Es una lógica sistemática, es bárbara, pero están instrumentadas con inteligencia, ahí ves la mano del poder, no es un acto improvisado, fue planeado y organizado desde otro lugar”, expone.

Para Zúñiga, las prisiones, actos o elementos similares representan una teatralización del Estado, que finge combatir las conductas delictivas cuando en realidad estas son provocadas por esa misma maquinaria.

En busca de otro modelo

En La pelea por los infiernos hay historias de cómo, por ejemplo, en una cárcel de Veracruz existe un zoológico; otras narran el pacto patriarcal que existe en las prisiones y otras más relatan que hay sitios donde la tortura y el horror son los protagonistas.

Todas estas situaciones —insiste Zúñiga— tienen algo en común: son producto de la complicidad del Estado con la delincuencia organizada.

Zúñiga, quien trabajó como visitador adjunto en el Mecanismo Nacional de prevención de la tortura, sostiene que el sistema penitenciario no es algo justo, por lo que cree necesario repensar cómo se conforma.

“Hay que repensar qué vamos a hacer con este sistema que se constituye como un sistema de injusticia, no como un sistema justo. Un sistema que alberga gente pobre, segrega personas y castiga las diferencias es falaz”, dice.

Durante sus recorridos, vio a criminales disminuidos, viviendo en la miseria, entre la suciedad, y tratados como simples mercancías o peor que animales.

“No tienen acceso a nada, las cárceles las avientan en cinturones de miseria, la gente vive en la suciedad, con la ropa raída, incluso esos grandes capos que te quieren pintar”, ejemplifica.

La lucha por el poder es el combustible que alimenta al sistema, dice el autor, quien fue testigo de cómo las personas con ganas de ayudar y cumplir una función de integración social fueron seducidas por el poder.

“En las cárceles se administran las violaciones de derechos humanos, las agonías y el cautiverio, solo para construir proyectos políticos”, recalca.

El negocio de las prisiones

¿Cuánto vale un prisionero? Como ser humano, nada; pero para hacer negocios, millones. Al menos así lo narra el autor en uno de los capítulos del libro, donde retrata la manera en la que, a través de capital privado y de gobierno, operan ocho penales federales en el país.

“El sistema penitenciario es un gran negocio, pero es el infierno para otros, y ahí quedan atoradas personas privadas de libertad y nosotros como sociedad”.

Zúñiga explica cómo operan los contratos de prestación de servicios en las cárceles, los cuales ponen en manos privadas la construcción de estos centros, así como los servicios de alimentación y limpieza.

El problema con estos contratos —argumenta— es que están en la opacidad y es imposible saber exactamente los detalles de lo pactado. Lo que sí se ha logrado documentar es la serie de irregularidades que existen en los centros.

Por ejemplo, en septiembre de 2013, la CNDH emitió una recomendación debido a que encontró que en el Cefereso de Sonora, el primero en operar bajo este modelo, no había reinserción social, los presos no tenían actividades recreativas, laborales o deportivas, había personal insuficiente y un inadecuado acceso a servicios de salud.

La prisión es patriarcal

Otro de los temas en los que Zúñiga abunda es el patriarcado que se vive en las prisiones y cómo las mujeres son doblemente víctimas, por lo que se ven orilladas a traficar con sus cuerpos.

“Son dobles víctimas por el sentido de ser mujer y ser prisioneras y no les queda de otra que capitalizar, muchas veces con la belleza, la cual puede ser lastre o salvación”, dijo.

El autor afirma que si las cárceles fueran diseñadas por mujeres no habría actos de barbarie como hay ahora. Incluso, dentro del horror que se vive en la cárcel, las mujeres suelen ser menos conflictivas que los hombres, hay más cuidado entre ellas porque se saben solas ante un sistema patriarcal.

“La mujer está integrada y vuelve comunidad el encierro, el hombre está totalmente fragmentado, un hombre solo se refugia en las drogas, en la violencia, por eso si las carceles estuvieran en un modelo feminista serían diferentes. Si ellas no se dan la mano, el sistema se las acaba”.

Un trabajo para tener memoria

La pelea por los infiernos es un trabajo de denuncia —dice Zúñiga—, pero también aspira a ser memoria, un archivo que ayude a terminar con las monstruosidades que suceden en esos lugares.

“La intención es que se vaya rompiendo con esta omertá y se haga una lógica de hablar y dinamitar los discursos de estos lugares, porque al fin y al cabo les dan mucho poder, se tiene que nombrar lo que ocurre”.

El autor espera que con su trabajo, que podría considerarse un ejercicio sociológico, cambien las dinámicas crueles y despiadadas que se viven en las cárceles de México, y en algún momento exista otro sistema para tratar con las personas que cometen algún delito.

En la imagen, manifestantes piden la libertad de los presos políticos a las afueras del Centro de Readaptación Social (Cereso) de Chilpancingo. Foto: José Luis de la Cruz (Hemeroteca Amapola)

Este texto es propiedad de Animal Político y lo reproducimos con su autorización. Puedes leer el original en este enlace.