En este Día del niño y de la niña te contamos cómo ha vivido la niña jaguar, sus primeros diez años de vida
Texto: Marlén Castro
Fotografía: Fredy Madrid y Marlén Castro
30 de abril del 2021
Chilpancingo
Azul quiere ser doctora. Sus juegos infantiles tienen que ver con este sueño. En estos diez años de vida su madre Rosy Martínez y su padre Ángel Chavelas, y los Reyes Magos, porque tiene la certeza de que existen, le han regalado equipos infantiles para ejercer la medicina.
La niña jaguar cuando tiene ganas de jugar se pone una bata blanca y cuelga un estetoscopio de plástico en su cuello y de inmediato se convierte en la doctora de la familia. Pregunta a todos sus dolencias, entre ellos a sus tres hermanos mayores, y de acuerdo con lo que les duele, les receta sus medicinas.
A veces, cuando esos juegos infantiles de medicina también incluían pequeñas cajitas con medicamentos, Azul también proporcionaba la cura. La niña jaguar siempre ha acertado en sus diagnósticos, su mamá y su papá se curan fácilmente de sus padecimientos.
“Con quien más juego es con mi mamá. Me gusta que me diga qué tiene, qué le duele y yo le digo qué se tiene que tomar”, cuenta Azul.
Azul es de pelo lacio, el que le llega a la mitad de la espalda y unas cejas anchas enmarcan su rostro de piel blanca.
Nació hace diez años, el 31 de enero del 2011. La década de vida de Azul ha sido difícil para los habitantes guerrerenses por la violencia, que impacta principalmente en la forma cómo viven su niñez los más pequeños de la familia.
Por seguridad, los juegos de Azul son siempre dentro de su casa. A la calle sale acompañada de alguien de la familia, aunque sólo sea para comprar algo al tendajón más cercano.
Como no supo de jugar a las escondidas, a corre que te alcanzo, la niña jaguar no lamenta el impedimento de salir a la calle a jugar con amigas y amigos.
Nació en San Mateo, uno de los cuatro barrios tradicionales de la capital, pero debido al fenómeno conocido como gentrificación, que consiste en la transformación del espacio urbano para obtener mayor utilidad, desde hace tres años la familia se mudó al fraccionamiento 21 de marzo, a un lado de la colonia Cooperativa, al sureste de la ciudad. La casa en la que creció Azul fue derrumbada para edificar departamentos.
Estudia primaria en la escuela que le quedó cerca, la Lauro Aguirre, una de las más antiguas de la ciudad y en las que sólo se ingresa si se es vecino de San Mateo.
Al principio, pensaron que regresarían a vivir a los departamentos, los que son muy pequeños para una familia de cinco integrantes, Rossy, Angel, Azul, tres hermanos mayores, cinco perros y dos gatos.
Simplemente no podrían vivir en un lugar así.
Creen que se quedarán en esta casa del fraccionamiento 21 de marzo, la cual tiene cuatro recamaras y un patio amplio para que jueguen las mascotas.
Hace dos meses, Azul pasó un momento amargo, con la muerte de Wisky, su perrita chihuahua, quien falleció después de dar a luz a cinco cachorros, de los que se murieron dos.
Los tres bebés chihuahua, unas cositas de unos 15 centímetros, ahora son la alegría de todos en esa casa. Azul adora a estos bebés.
Tiene un nenuco para jugar, un muñeco flexible que parece un bebé humano de verdad y, a veces, se encierra en su recámara para jugar con su nenuco.
La niña jaguar dedica muchas horas al estudio, desde el preescolar le ha gustado obtener sólo dieces, así que el tiempo para las tareas es muy importante. Antes de cualquier juego, Azul cumple con sus deberes escolares.
“Mi niña es algo amargosita”, ríe Rossy cuando Azul explica que primero hace tareas y cuando juega lo hace de forma solitaria.
Rossy ayuda a su hija en las tareas de historia, español, geografía y Ángel en matemáticas.
“Mi papá le sabe más a las matemáticas. Cuando mi mamá no le entiende a algo él me explica. Por eso no se me dificulta hacer mis tareas porque o mi mamá o mi papá me explican y lo hacen muy bien”.
Estos meses de pandemia, Azul toma clases en la televisión de cuatro y media a seis y media de la tarde. Después de sus clases virtuales se pone a hacer la tarea y si no la termina, al otro día, es lo primero que hace al levantarse.
Ser la niña jaguar de una de los dos únicas danzas de tlacololeras que hay en la capital es parte de la vida de Azul.
La niña jaguar cree que siempre será tlacololera.
“Toda mi vida”, dice en términos absolutos. Por ahora, suma siete de los 10 que ha vivido.