El chilate, la bebida ancestral que permite sostener una familia

Martha Leyva espera que ningún hijo o hija, a quienes les dio carrera, se dediquen a lo mismo que ella


 

Texto y fotografía: Jesús Cayetano*

19 de marzo del 2021

Chilpancingo 

 

Casi en la entrada del mercado de San Francisco, en Chilpancingo, Martha Leyva Reyes, vende chilate desde hace 16 años, oficio con el que su madre y ella sacaron adelante a sus familias.

 

El chilate es una bebida originaria de la Costa Chica de Guerrero, elaborada a base de cacao, arroz y canela, pero su consumo se extiende a todas las regiones del estado. Chilpancingo no es la excepción.

 

Martha Leyva es originaria de Chilpancingo, del barrio de San Antonio, y gracias a la venta de la bebida ancestral sacó adelante a sus tres hijos. Dos de ellos ya tienen una carrera y el tercero está por terminar.

 

Nunca pensó seguir los pasos de su madre, quien vendió chilate durante 50 años.

 

“Cuando mi madre vio mi necesidad, me dijo: ya no busques trabajo, quédate en el puesto de Chilate. Por ella estoy aquí, ella me enseñó el oficio”, reconoce con nostalgia.

 

Martha Leyva sabe que, con las ventas de la bebida, su madre formó a sus siete hermanos.

 

La mamá de Martha vendía el chilate en la esquina de la calle Justo Sierra, donde hace varios años estaba el negocio de Juan “el huarachero” en el centro, casi pegado al ahora gimnasio El Coloso.

 

Recuerda que los comerciantes del mercado central fueron reubicados después de la tromba que cayó en Chilpancingo, a mitad de la década de los setentas, la que ocasionó varios muertos.

 

“A mi mama le toco aquí en san Francisco, yo andaría en mis ocho años por ese tiempo”.

 

 

Para elaborar el chilate, Martha de 45 años, primero limpia y lava el arroz la noche anterior. Lo deja remojando toda la noche.

 

A las seis de la mañana, Martha lava y escurre de nuevo el arroz, para moler junto con el cacao, el arroz y la canela.

 

“Son los ingredientes base para elaborar el chilate y se complementa con el azúcar y agua”. Además, del hielo que se le pone antes de la venta.

 

Posteriormente, durante alrededor de tres horas y media, muele y cuela los ingredientes.

 

“Nosotros no le ponemos galleta. A mi mamá eso le parecen cochinadas. Ella es originaria de un puebl muy limpio: Coaxtlahuacán, municipio de Mochitlan”.

 

A las doce del día llega al mercado de San Francisco a vender su chilate y se retira a las cinco de la tarde. El vaso chico cuesta 13 pesos; si vende por litro lo da a 25.

 

Con la pandemia, Martha dice que las ventas bajaron casi el 50 por ciento, o más.

 

Recuerda que durante el 2020, después de que se decretó aislamiento obligatorio, solo obtenía lo que invertía. Sólo traía cuatro botes para vender.

 

“La ciudadanía nos visita poco, prefiere los centros comerciales. A los mercados ya viene poco”, se queja.

 

En su modesto y pequeño local hay protocolos de salud. Tiene gel para poner en las manos de los compradores. Entre Martha y el cliente hay un plástico duro de casi un metro. Cada moneda que recibe la desinfecta con cloro. Usa cubrebocas.

 

Martha no quiere que alguien de su familia continúe con la venta de chilate. Cree que no será así porque sus hijos ya tienen su carrera.

 

“No quiero que hagan lo mismo, porque esto es muy desgastante”, explica.

 

Casi en la entrada del mercado de San Francisco, en Chilpancingo, encontrará a Martha Leyva, si trae sed refrésquese con una bebida tradicional y de elaboración tradicional. Consuma local, sano y barato.

 

 

 

 

*Jesús Cayetano es un periodista ciudadano que colabora con Amapola. Periodismo transgresor

Salir de la versión móvil