Día de Muertos en la Montaña: la muerte cotidiana en comunidades indígenas

Texto: Vania Pigeonutt

Fotografía: Lenin Mosso

2 de noviembre del 2020

Cochoapa el Grande 

 

La plaza de Cochoapa El Grande está repleta de puestos con veladoras blancas y velas amarillas, panes, aguardiente, verduras y frutas para el Día de Muertos. La gente camina libre. La mayoría, sin cubrebocas.

 

En la víspera de la celebración más grande de la región, de lejos suena una banda de música de viento que llegó a la casa de la presidenta municipal Edith López Rivera. Se ven lunares amarillos y morados en la avenida principal Vicente Guerrero, son las flores de cempasúchil y terciopelo en venta para recibir a los muertos. En la iglesia de Jesús de Nazareth, donde hay dos ofrendas, se celebrarán misas para recordarlos.

 

Mujeres diligentes portando sus huipiles se juntan en semicírculo a escoger las guías de flor de calabaza, animales y rombos en forma de reloj de arena que servirán para bordar sus trajes típicos Na Savi (mixtecos) o del pueblo de la lluvia, con hilo de algodón hilado a mano.

 

El camposanto se ve repleto de flores desde la entrada en un segundo piso de la cocina económica que ofrece pollo, huevos, picadas y tacos dorados con caldo, zanahorias y ejotes. La alcaldesa justifica que aquí es imposible cerrar los panteones, las tradiciones son arraigadas.

 

En el Día de muertos en la región de la Montaña, compuesta por 19 de los 81 municipios de Guerrero, la muerte por el virus SARS-Cov–2 llega a ser una metáfora.

 

Durante este año varias escenas de muerte han acontecido, como la de una niña de tres meses en campos agrícolas en Aguascalientes o la de Manuel Morales, un migrante que cruzó hecho cenizas de Estados Unidos hacia Xalpatlahuac. La gente padecía desde antes del virus.

 

Los padres de la bebé de tres meses fueron a juntar chiles jalapeños, como otras familias completas, y llegaron un 13 de agosto a sepultarla a su comunidad, Barrio de los Hilarios, Cochoapa el Grande.

 

 

Niña de 3 meses de nacida fallecida por covid-19 en los campos agricolas de Aguascalientes, regresa a su comunidad para ser sepultada.

 

Este año la cantidad de jornaleros agrícolas será histórica: más de 11 mil habitantes de la región se han ido por falta de trabajo. Además, el efecto de migrar hacia campos de Sonora, Sinaloa, Guanajuato, Baja California, Chihuahua y San Luis Potosí alcanzó a los pobladores de Tlacoapa, Malinaltepec y Acatepec, que hasta el año pasado obtenían ganancias de la venta de goma de opio extraída de los bulbos de la amapola.

 

En el caso de la niña, su mamá de 16 años, quien la cargaba en la espalda con un rebozo mientras juntaba los chiles por 15 pesos el costal, se percató que su hija respiraba con dificultad. En el hospital le diagnosticaron covid-19 y desnutrición. A los días falleció. Los jornaleros juntaron 8 mil pesos para ayudar a la familia, pero la pareja joven, el padre de 21 años, quedó a deber otros 15 mil en gastos de traslado.

 

El sábado encontraron en una fosa clandestina el cuerpo de Elsinayth Ascencio, desaparecida en la comunidad de Santa Cruz, Huamuxtitlán, desde el 28 de septiembre. En la región se han encontrado tiraderos clandestinos con cuerpos como los casos del activista Arnulfo Cerón y el ex alcalde Daniel Esteban.

 

Hasta el 31 de octubre la Secretaría de Salud reportó 582 casos de covid–19 en los 19 municipios, ninguno libre de contagios. En Cochoapa El Grande, 3 casos; Olinalá, 25; Alpoyeca, 12; Tlapa de Comonfort, 346; Xalpatláhuac, 10; Zapotitlán Tablas, 6; Iliatenco, 1; Malinaltepec, 31; Atlamajalcingo del Monte, 5; Acatepec, 5; Tlacoapa, 4; Huamuxtitlán, 63; Xochihuehuetlán, 30; Tlalixtaquilla, 2; Alcozauca, 18; Atlixtac, 4; Cualac, 5; Metlatonoc, 8, y Copanatoyac, 4.

 

Sólo una minoría se ha recuperado. Como ejemplo, Tlapa, a pesar de ser un municipio de apenas 21 mil habitantes presenta una de las tasas de mortalidad más altas, 15 por ciento en correlación con Acapulco, de más de un millón de habitantes con el 22 por ciento.

La Secretaría de Salud federal, en tanto, ubica a Guerrero en el sitio 15 del país por tasa de mortalidad: 44.65 decesos por cada 100 mil habitantes.

 

Hasta el momento, Tlapa se ubica en el sitio cinco con más decesos: primero está Acapulco con 1,060; Chilpancingo 243; Zihuatanejo 104; Iguala 103; y Tlapa 47; Pungarabato, Ometepec, Chilapa, Atoyac y Tixtla, que representan el 78 por ciento del total de muertes en la pandemia, 2, 251. Hay 22 mil 163 casos confirmados desde marzo.

 

Hoy en Cochoapa parece ser un día tranquilo y alegre. Hay movimiento en el Sitio número 1 “Señor de los trabajos”, cuyos taxis van de Metlatonoc a Ometepec.

 

En dos años cambió el paisaje: la gente que está en Estados Unidos envió dinero para construir casas de material de concreto que cada vez son más frecuentes, ya hay telefonía celular en esta cabecera que hasta 2015, según la Medición de la Pobreza Municipal del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), todavía era uno de los municipios más pobres del país: 87.7 por ciento de su población vivía en pobreza extrema.

 

 

Familia Na Savi, víctimas de las consecuencias agrarias en tiempos de la pandemia del covid-19.

 

Los pueblos indígenas históricamente discriminados

Abel Barrera Hernández, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan, considera que lo que ha pasado con la covid-19 forma parte de las catástrofes que suceden a lo largo de la historia de los pueblos indígenas, como la viruela, la tosferina. Es una región que históricamente, dice, ha padecido la falta de servicios y atención médica.

 

“La muerte es cotidiana para las comunidades indígenas. Cualquier persona se puede morir por un piquete de alacrán, los niños, sobre todo, por falta de atención médica, por la desnutrición; las muertes maternas, aquí en la Montaña ocupan todavía el primer lugar, muchas madres no alcanzan a bajar de las comunidades a Tlapa”, explica.

 

La pandemia ha cambiado la vida comunitaria. La gente ya no sube a los cerros a hacer peticiones de lluvias y hay varias leyendas arraigadas de amarrar a los pueblos para su protección, en la zona me?phaa (tlapaneca), que se han dejado de hacer.

 

“Desde su cosmovisión, para ellos hay una ruptura en su forma de vivir. Se están rompiendo los mecanismos de protección que tenían con esto de la pandemia. Por otra parte, también lo entienden como el hecho de que los jóvenes ya no estén dándole seguimiento a sus tradiciones, hay una ruptura; y los más prósperos están en Nueva York”, cuenta.

 

En Tlapa son 33 camas en el Hospital general de la Montaña. Desde hace medio siglo ha habido máximo 50 camas para atender a 19 municipios de una población de 300 mil habitantes. “Ves el tamaño del descuido, de la desatención, de la discriminación, entre el Estado y las instituciones”.

 

Sólo durante el sexenio de José López Portillo (1976-1982) funcionó una clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), porque su entonces esposa, Carmen Romano, indicó que se construyera, así como la radio la Voz de la Montaña, porque su papá había nacido en Tlapa. Fue, entonces, por un asunto más emocional, puntualiza el antropólogo. Después fue absorbida por los servicios estatales de salud y jamás han tenido cobertura médica.

 

“Esas son las 33 camas, se habilitó una unidad más; nunca han hecho una nueva unidad. Sólo hay 15 camas de covid, de esas sólo seis con ventiladores. No hay doctores. Debería haber mínimamente un neumólogo, aquí sólo hay un médico internista y un residente que se cambia cuatro meses y, de ahí, médicos generales. No hay especialistas”, narra.

 

Dice que uno de cada tres pacientes que han logrado bajar a internarse a Tlapa desde que se habilitó ese espacio de covid han sobrevivido, 200 de casi 600 personas. La gente no tiene acceso a la salud, en las comunidades no hay hospitales y desde el anterior sexenio se terminaron las caravanas de salud.

 

“Hay temor de la gente de ir al hospital. Con estas costumbres que tienen le han apostado al rezo, al baño de temazcal, a los tés tradicionales: jengibre, epazote, vaporización; se hace el rezo de la lumbre, a San Marcos, a que no se vaya su espíritu”.

 

Después de Día de muertos puede haber un repunte, advierte, porque muchos jornaleros regresaron a celebrar a sus difuntos. La autoridad está rebasada para suspender festejos, la gente lleva comida, flores, aguardiente, es el lugar de las abuelas y abuelos y es difícil que no cumplan la tradición, la gente cree que hay castigos simbólicos si no va al panteón.

 

 

La población jornalera infantil aumentó en tiempos de la pandemia, debido al cierre de escuelas.

 

Economía “jornalerizada” y muerte en los campos agrícolas

Tlachinollan, que cumplió 26 años de vida en la Montaña, considera que la economía se ha “jornalerizado” al cerrarse otras fuentes de empleo.

 

“Los empresarios necesitan mano de obra barata. Gente hecha para la friega, es de la Montaña. Los niños desde los 5, 6 años están en el surco. Algunos empiezan a recolectar, juegan a recolectar, ganando cinco pesos, entregando todo tu esfuerzo. Es un problema de justicia social básica. Es la sobreexplotación de la mano de obra del trabajador del campo más vulnerable”, dice Barrera.

 

Paulino Rodríguez Reyes, del Área de Migrantes de Tlachinollan, explica que de febrero a octubre aumentó el número de salidas de jornaleros a estados con campos agrícolas. De febrero a agosto van 9 mil 435 personas con hijos que se han ido en los camiones. Para dimensionar el aumento, que puede llegar a más de 11 mil personas, dice, en 2019 de septiembre a enero, la única temporada que fuerte, hubo 5 mil 219 jornaleros.

 

Cuenta que las condiciones que trabajan son inhumanas. No cuentan con seguros médicos y apenas el Consejo de Jornaleros de la Montaña intenta lograr un salario mínimo, pero siguen siendo la mano de obra esencial más precarizada.

 

Los jornaleros agrícolas pueden morir de insolación, hay una alta incidencia de muertes materno infantiles en los campos agrícolas, por estar en contacto con agroquímicos, los niños mueren por nacer prematuros; en el trayecto por alguna infección estomacal. En 2015 se registraron alrededor de 15 muertes materno infantiles.

 

También considera que la gente invierte mucho en la celebración de sus muertos. Regresaron a ofrendarles flores y panes, también prevé que haya un repunte de casos de covid-19 por el regreso de los habitantes a sus comunidades, que pasaron trayectos de días, en malas condiciones sanitarias, de regreso a sus comunidades.

 

 

Algunas familias acuden a buscar protección espiritual y de salud frente al covid-19.

 

Violencia en Cochoapa

Dos enfermeras y un pasante de odontología en Cochoapa el Grande explican que de por sí los habitantes se ven vulnerables a enfermedades como la tuberculosis, la hepatitis, diabetes mellitus, desnutrición, gingivitis, diarreas y males estomacales en general.

 

Hay una ambulancia que está parada enfrente de la clínica de Cochoapa, el único lugar donde se ve a alguna señora portando cubrebocas. Llegó durante este sexenio, explica la alcaldesa perredista, una doctora de 34 años, que al enviudar de su marido Daniel Esteban, asesinado en Cochoapa –ella cree que por sus adversarios políticos priistas–, tuvo que asumir el cargo.

 

Ha habido tres decesos por covid-19 en su municipio, uno de Llano Perdido y dos de la cabrera municipal, se cree que uno que no vivía en el lugar. No cuentan con suficientes medicinas y tienen comunidades apartadas justo como Llano Perdido a cuatro horas de Cochoapa, y a seis o siete horas de Tlapa. No tienen ningún médico especialista y la gente llega a morir de enfermedades respiratorias y desnutrición.

 

La alcaldesa dice que afortunadamente no ha habido tantos casos, porque su gente no lo resistiría. No hay manera de que se vayan a curar enseguida, porque además creen que es una gripe común y no hay forma de que monitoreen su respiración. Cochoapa tiene 156 comunidades: es un municipio grande y disperso, lamenta Edith.

 

La neblina en el pueblo cubre sus montañas, la presidenta, quien aún está a la espera de justicia por el asesinato de su esposo, admite que ha aumentado la violencia. Ha habido otros asesinatos políticos y aunque cuenta con medidas cautelares, y la cuida la Policía estatal, admite que tiene miedo.

 

En la Montaña decenas de comunidades ofrendaron a sus muertos. Desde el ayuntamiento de Tlapa puso calaveras y flores, hasta en la misma casa de la alcaldesa había una ofrenda, con la fotografía de su esposo, primero desaparecido y después asesinado.

 

 

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