La primera prueba de detección de la Covid en hospital de Guerrero la hizo una trabajadora informal

La obligaron porque los químicos de base se negaron. Cubría turnos de quienes se ausentaban a laborar y recibía un pago de ellos


 

Texto: Margena de la O 

Fotografía: José Luis de la Cruz y Staff Amapola

17 de junio del 2020

 

Chilpancingo

 

En la primera fila de la pandemia por la Covid-19 también están los químicos laboratoristas y pocas veces su papel es reconocido en esa posición. “Sin diagnóstico no hay tratamiento”, dice tajante Isabel.

 

Isabel, la química que realizó la prueba de detección al primer paciente que dio positivo al SARS-CoV-02 en el hospital público donde trabajaba en Chilpancingo, sin haber tenido antes una capacitación, no era trabajadora de la institución.

 

La química que en realidad tiene otro nombre, pero la llamaremos Isabel para cubrir su identidad, suplía a los químicos que por razones distintas se ausentaban de su trabajo y, ellos, le pagaban los turnos que cubría.

 

Aunque formó parte de la bolsa de trabajo, pronto supo de las pocas probabilidades de una contratación; otros químicos llevaban más de 10 años en esa lista.

 

El último viernes de marzo, el jefe del laboratorio le encomendó realizar la prueba para detectar SARS-CoV-02 a un paciente que recién había llegado a Guerrero de Nueva York, Estados Unidos, y que presentaba síntomas de la Covid-19.

 

Llegó al hospital un año antes, cuenta, porque ofreció su trabajo en servicio social para aprender. Hace dos egresó de la Facultad de Ciencias Químicos Biológicas de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), escuela que abrió un laboratorio especial para detectar la Covid-19. Ella tiene 25 años.

 

Resulta importante ofrecer este contexto para comprender la importancia de la contribución de los químicos laboratoristas en esta contingencia y la situación que enfrentan algunos (o muchos) en los hospitales.

 

 

Este es el acceso al área de Urgencias en un hospital de Chilpancingo. Fotografía: José Luis de la Cruz

 

Un episodio contra su voluntad

Ese viernes, Isabel cubría el turno matutino en el área de Urgencias a una compañera con incapacidad por fractura. Hasta esa área llegó un hombre mayor con problemas respiratorios, quien esperaba ser atendido junto a otras personas en la hilera de sillas que están fuera, en el acceso.

 

“A mí lo que me dio mucho coraje es que al paciente no lo habían ingresado al hospital, el paciente estaba fuera, con los familiares de los que estaban internados en Urgencias”, narra Isabel. La única protección del paciente, recuerda, era un cubrebocas sencillo, de esos color azul que venden en las farmacias.

 

En el hospital, entre el personal médico, luego circularon comentarios de que, por la sintomatología, el paciente podría tener la Covid-19. El primero que llegaba al hospital con esa probabilidad.

 

A la vez, menciona, también surgió la necesidad de tomarle la muestra. En ese momento, en el hospital no funcionaba una área Covid-19. Apenas cuatro días antes, el 23 de marzo, las autoridades sanitarias federales habían iniciado con las medidas restrictivas para evitar la propagación del coronavirus. El 20 de marzo fue el último día de clases en las escuelas.

 

Justo ese viernes, además de la química laboratorista a la que Isabel suplía, en el laboratorio del hospital había otras ausencias. Un químico se reportó enfermó y una química acudió a una capacitación a Acapulco, relacionada con la atención a un paciente con sospecha de la Covid-19.

 

“Hasta ese día se estaba recibiendo la capacitación y ya se empezaban a recibir a los enfermos, enfermos con la sintomatología”, reprocha.

 

Unos días antes, según el testimonio de Isabel, en el hospital se pactó el acuerdo de que ninguno de los químicos laboratoristas suplentes hicieran esas pruebas, por la relación laboral que mantienen. No es tampoco que el laboratorio del hospital realice el procedimiento completo, porque son sólo algunas las instituciones calificadas para hacerlo, pero el personal debe tomar las muestras.

 

Los químicos de base (o contratados formalmente) que estaban presentes en el hospital se negaron a hacerlo y el jefe del laboratorio le ordenó tomar la muestra a Isabel.

 

Primero se resistió con distintos argumentos relacionados a que era una trabajadora sin prestaciones, pero él se los rechazó.

 

“Lo que me animó fue que una compañera, igual de suplencia, que estaba yendo de apoyo, que igual no le estaban pagando ese día y que padece asma, me dijo: sabes qué, si quieres yo voy. No, pues dije, ella corre más riesgo por padecer asma, voy yo”.

 

Además, el jefe del laboratorio también le ofreció colaborarle, pero sólo le ayudó a ponerse el traje de protección. Ese traje, aclara, lo improvisaron con el material disponible en el hospital: una bata quirúrgica desechable, guantes dobles de látex, unos goggles (gafas de protección) y un cubrebocas N95. Si acaso dos de estos insumos son especiales para la prueba.

 

Las necesidades de material y equipo especializado para atender a pacientes con coronavirus en este hospital también lo denunciaron enfermeras durante una protesta en el acceso principal al hospital, el pasado 1 de abril. La prensa documentó el hecho a partir de la exigencia de las enfermeras de más información sobre el estado de salud del paciente atendido en el hospital el viernes con sospechas de Covid-19, porque temían por no tener insumos para su protección.

 

Con ese equipo, Isabel entró a hacerle un hisopado nasofaríngeo al paciente. “No sé si estuve bien”. La acompañaron sólo sus conocimientos de la escuela y de su reciente servicio en el hospital. “La verdad, hasta la fecha no sé qué solución contengan los tubos (donde colocó después los hisopos)”.

 

Todo el tiempo de la prueba, dice, la vivió como en un trance, por su temor a la enfermedad, pero sobre todo por desconocer el suelo que pisaba. Además, después de salir de la prueba, “cometí el gravísimo error de quitarme los dos pares de guantes”.

 

Lo recomendable, supo después, era retirarse, primero, el par de guantes con los que tuvo contacto con el paciente. También se enteró que si las gafas de protección se empañan, como a ella le ocurrió, se debe a que el cubrebocas está mal puesto.

 

 

Aspectos del laboratorio que la Uagro puso en funciones en esta pandemia. Fotografía: Staff Amapola

 

La confirmación

Isabel estuvo el fin de semana en su casa con la incertidumbre de la prueba, porque la química laboratorista que acudió a la capacitación y llegó el mismo viernes, le dijo, por lo que aprendió, faltó rigurosidad.

 

Esa falta de rigurosidad podría traducirse en un falso negativo, es decir, que si el resultado arrojaba falso, tendrían que repetir la toma de muestra. En caso de un resultado positivo, el dictamen era irrevocable.

 

Para el lunes, otra vez el jefe del laboratorio intentó involucrar a Isabel en otra muestra a un paciente con sospecha de la Covid-19, pero ella se negó y quisieron levantarle acta administrativa, lo que era absurdo, porque no era trabajadora formal del hospital.

 

En ese ambiente transcurrieron cinco días, los reglamentarios para saber los resultados de una prueba Covid-19. Cumplido el plazo convocaron a Isabel a la oficina de un directivo del hospital, quien le pidió no quitarse el cubrebocas durante la conversación. En ese momento ella supo por qué: el paciente que atendió recién llegado de Nueva York dio positivo a la Covid-19.

 

Con la noticia, cuenta, la invadió un caos emocional por su familia, pero sobre todo porque una de sus hermanas estaba a punto de tener a su hijo, y habían convivido. Dice que sintió una enorme frustración por haber tomado la muestra contra su voluntad y sin ninguna garantía.

 

Esa falta de garantías laborales la padeció inmediato a la confirmación, porque tuvo dificultes para que la registraran como paciente en el hospital que trabajaba, aun cuando su nivel de riesgo por la Covid-19 era alto. Para su fortuna, encontraron una salida para abrirle un expediente médico: sus padres fueron maestros y tienen el derecho de ingresar a los hijos al servicio médico.

 

Isabel no quiso saber más de ese hospital, menos después de lo que le dijo el directivo más alto cuando la vio llorando al enterarse de que su paciente tenía la Covid-19: “Sabe qué química, usted no sirve para esto”.

 

“Quien está detrás de un escritorio dando órdenes cuestionó mi vocación”, reprocha.

 

Renunció.

 

La catorcena de su confinamiento por riesgo la pasó en su recámara, y desde ahí, conoció por fotos a su sobrino que nació durante su encierro y que estaba en la misma casa.

 

Ella nunca presentó los síntomas.

 

 

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