Este perfil fue elaborado por Reporteras en Guardia, un colectivo independiente y sin filiación política conformado por más de 100 periodistas, editoras y realizadoras de 24 estados de México y de su capital, entre ellos Guerrero, con la finalidad de realizar las historias de las y los periodistas asesinados y desaparecidos del año 2000 mil al 2019
Texto: Alma Vigil/Reporteras en Guardia
16 de abril del 2020
Monterrey, 1967-2007
Desaparecido.
Ningún detenido.
En 2007, los titulares se tiñeron de terror. Un manto de sangre comenzó a cubrir la ciudad. La guerra contra el narcotráfico se instalaba en nuestros hogares sin permiso. Prevalecía la incertidumbre, pero no fue hasta la desaparición de Gamaliel López y Gerardo Paredes, periodistas de TV Azteca Noreste, que la psicosis se disparó más rápido que todas las balas que acabaron con la seguridad en Nuevo León.
Este crimen, que era ajeno a los peligros cotidianos en Monterrey, también provocó una revelación: no existía un protocolo de auxilio para periodistas.
Gamaliel y Gerardo eran antónimos. En el canal, Gamaliel era un periodista sospechoso. Algunos colegas desconfiaban de él porque se decía que “andaba en malos pasos”. Gerardo, en cambio, era muy estricto con su trabajo, cumplido y puntual. Era sumamente extraño que no se reportara. Cuando pasaron 24 horas de su desaparición, comenzó la angustiante búsqueda.
Sus compañeros contactaron a medios nacionales e internacionales pidiendo información. Fue así como se reportó la noticia en otras televisoras fuera de México, mucho antes que en TV Azteca.
Al tercer día de su desaparición, los directivos del canal convocaron al personal a una reunión con el entonces procurador Luis Carlos Treviño Berchelmann, el subprocurador Alejandro Garza y Garza, y el secretario de Gobierno Rodrigo Medina. El gobernador priista Natividad González Parás (2003-2009) no estaba presente.
Treviño Berchelmann dijo que las primeras investigaciones revelaron que Gamaliel tenía conexiones con la delincuencia organizada. Ese mismo día, Luis Padua, director de noticias del canal, interrumpió la transmisión para informar que dos periodistas de su televisora estaban oficialmente desaparecidos.
Víctor Badillo, amigo de ambos y uno de los asistentes a la reunión, a 12 años de lo ocurrido recuerda el caso con coraje: “Me pareció una posición bastante estúpida del gobierno. No sé en qué cabeza cabe que un periodista solo debe tener relaciones buenas. Si tengo que entrevistar al Chapo, necesito de todo tipo de contactos para llegar a él”.
Badillo agrega que nueve días después les pidieron no hablar del caso por respeto a las familias. “Nos querían callar. Como le estábamos poniendo mucha chinga al gobierno, el canal prefirió conservar sus convenios de publicidad”.
Poco tiempo después del suceso, el periodismo en Monterrey mutó. El caos y una oleada de renuncias se acumularon en TV Azteca Noreste. En todos los medios, para los periodistas de nota roja lo importante ya no era la anhelada primicia, sino regresar vivos a sus hogares.
Las precauciones crecieron con tal de obtener la nota. Renunciaron a la rivalidad entre medios y comenzaron a salir en caravana desde un sitio estratégico al que denominaron Punto 7, un Seven Eleven ubicado sobre la avenida Constitución, una de las principales arterias de la ciudad, junto a la calle Padre Mier del Barrio Antiguo.
Pero cuando se es periodista, no hay garantía de estar a salvo. Badillo hoy está adherido al Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, que le proporcionó un botón de pánico después de que cubrió un asunto relacionado con el gobierno que puso en peligro su vida.
“En el momento que quieran nos pueden desaparecer. Estamos en la zona de la impunidad. Lo único que hace falta es que nuestro perpetrador no quiera hacernos daño”.
En un país donde se documentaron en 2018 un total de 544 agresiones contra la prensa, de las que 230 —42.2 por ciento— fueron cometidas por funcionarios, según el Informe anual 2018: Ante el silencio, ni borrón ni cuenta nueva de la organización Artículo 19, Badillo considera que la tarea de protegerse recae en los mismos periodistas.
“La reflexión más grande en este caso es que como gremio en Nuevo León no hemos aprendido. En una situación de secuestro, lo más importante es activarnos con todas nuestras fuerzas en las primeras 24 horas y no tres días después, como dice la autoridad. Nosotros actuamos tarde, la procu llegó tarde, hubo mucha negligencia. Creo que si se establecen mecanismos más sólidos e inmediatos podríamos salvar a un colega o a cualquier otra persona secuestrada”, concluye.
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Tomar la cámara, viajar a toda velocidad y conseguir la nota eran las premisas de Paredes, como lo conocían en el canal. La adrenalina del trabajo era su gasolina y la valentía era su aliado, pero también su peor enemigo. No cuestionó la decisión de asignarlo con Gamaliel. Gerardo, aunque era reservado con su vida personal, se llevaba bien con todos. Siempre había alguien dispuesto a escuchar sus anécdotas e historias periodísticas.
El periodista Alfonso Teja Cunningham, director de información de TV Azteca Noreste en 2007, lo describe como un luchador “no sólo para conseguir ser el mejor camarógrafo, sino también por su físico. Grande, fuerte y ágil son los adjetivos que describen a Gerardo”.
El 19 de febrero de 2006 llegó una noticia a la jefatura de la televisora: el desastre minero de Pasta de Conchos. También llegó el pánico porque, por las pocas cámaras y personal que tenían, no había forma de conseguir imágenes.
Gerardo estaba por terminar su turno, pero aun sin reportero, hizo un viaje de cuatro horas a aquel paraje de Nueva Rosita, Coahuila, para realizar la cobertura. “Fue un trabajo heroico. Eso es lo que hacen los verdaderos profesionales”, recuerda Teja Cunningham.
El 3 de mayo de 2007, el Día Mundial de la Libertad de Prensa, en TV Azteca Noreste otorgaron reconocimientos a la labor de varios periodistas. Uno fue para Gerardo Paredes, por su destacado trabajo como camarógrafo.
Una semana después, el Día de las Madres, Gerardo y Gamaliel salieron a cubrir la nota del nacimiento de unas siamesas en el Hospital Universitario de Monterrey. Eso fue lo último que se supo de ambos.
El Código Civil de Nuevo León establece que, dos años después de la desaparición de una persona, se puede solicitar la declaración de ausencia, y deben transcurrir tres años más para tramitar la presunción de muerte. En 2017 fueron declarados muertos.
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A finales de los 90, una temible noticia llegó a TV Azteca Noreste. No era un suceso de nota roja, sino un asunto interno: el reajuste de personal. Gerardo, quien entonces trabajaba en un puesto administrativo, fue despedido.
Poco imaginaba que ese agobiante hecho lo ayudaría a encontrar un oficio que amó hasta el último momento: el periodismo.
La necesidad lo orilló a quedarse en las inmediaciones de la televisora empleándose como lavacoches. Cada día se le veía cerca del estacionamiento para ofrecer sus servicios.
Liz Tiscareño, periodista y última jefa del camarógrafo, prefiere no ser entrevistada por consideración a las familias de los periodistas desaparecidos, pero comenta: “Lo único que puedo decir es que el Gerardo Paredes que yo conocí siempre se condujo con respeto en su trabajo. Tengo entendido que era el sustento de su familia y de su mamá. Todo el tiempo estaba dispuesto a trabajar”.
Para Gerardo era fácil hacer amigos. Los reporteros y camarógrafos le enseñaron a usar las cámaras. Le contaban sus experiencias y le explicaban sus métodos y técnicas. Así aprendió el oficio. Varias veces pidió la oportunidad de trabajar, insistió hasta que finalmente lo admitieron.
Se convirtió en uno de los mejores camarógrafos del canal. A veces cubría él solo las noticias y hacía todas las horas extras que podía. Sin saberlo, también se convirtió en su propio monstruo. Nunca decía que no al trabajo. Era el peor pagado del canal, pero también el que más cobraba. Cuando le redujeron las horas extras, su economía se vio afectada.
Gerardo era el camarógrafo más longevo, con casi diez años de trayectoria, y el más entregado a TV Azteca Noreste, aunque ni siquiera contaba con seguro médico.
Cuando desapareció, su hermano Juan Pedro dijo a la prensa que tanto la televisora como la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León se deslindaron del caso. Hasta la fecha, no existen avances en la averiguación previa 35/2007-I-1. Además, la empresa entabló un juicio para no pagar una pensión a su esposa, Blanca Esthela García, la madre de sus tres hijos.
El asesinato de Gerardo, según un ex funcionario policiaco, habría sido un daño colateral. Los miembros del Cártel del Golfo que lo mataron iban por Gamaliel. La única verdad es que, como a muchos otros desaparecidos en México, a los dos periodistas se los tragó la tierra.
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